Previsible y reiterativa la retahíla de eslóganes habituales de la ultraderecha ayer durante la moción de censura liderada por Tamames en el Congreso. El intento de Vox por acaparar la atención, a tres meses de las primeras elecciones de este año, fue un paseo por la alfombra roja para el Gobierno. Un favor inesperado a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz, principalmente, que pudieron presentar los logros del ejecutivo, lucirse con sus discursos ridiculizando a la oposición y regocijarse con el fallido intento de Vox por hacer de esta moción de censura un juicio a su medida contra el gobierno.
Todo salió mal, y lo que ya prometía ser un sainete, se demostró inevitablemente un chaparrón de ostias sin cesar. Por eso, y para evitar los planos e instantáneas inmortales, el líder del PP, Alberto Núñez-Feijoo, prefirió ausentarse ante el bochorno que le esperaba. Primero por no verse retado por Vox, que pretendía presentarlo como esa ‘derechita cobarde’ cómplice del supuesto ‘gobierno ilegítimo’ que se pretende derribar con la moción y así salvar España. Segundo, a que les recuerden que son ellos quienes acogen y amparan a estos canallitas e irresponsables de la ultraderecha que hoy han promovido este esperpento en el hemiciclo del que no quiere verse salpicado el principal partido de la oposición. El PP es consciente del ridículo y de la inutilidad de la moción al tratarse de un puro juego propagandístico de sus socios y a la vez competidores, que además ha servido para todo lo contrario, es decir, reforzar al Gobierno. Para el PP era mejor esconderse que aparecer de la mano de quienes son su muleta en varios gobiernos locales y regionales, igual que cuando el vicepresidente de Castilla y León, García-Gallardo (VOX) se vino arriba con sus planes contra los derechos de las mujeres, y tuvo que ser el presidente Mañueco (PP), quien lo desautorizase públicamente para que no le salpicase la mierda.
Algunos piensan que Tamames no es más que un anciano entrañable y desorientado al que los malvados ultras han engañado para liderar la moción de censura. Sin embargo, este señor demostró estar perfectamente lúcido y saber bien donde estaba y lo que quería decir, a pesar de la arrogancia y la torpeza mostrada desde el estrado. Como apuntaron antiguos compañeros suyos, y como su trayectoria lo demuestra, el supuesto perfil transversal se esfumó en los primeros minutos de su intervención. Su discurso, además de reproducir los mantras y las mentiras habituales de la ultraderecha, se recreó en el revisionismo histórico y pisoteó una vez más a las víctimas de los fascistas durante la Guerra Civil y el franquismo, entre ellos, a varios de sus antiguos camaradas del PCE en el que militó. ‘Están todos muertos’ según él, dijo cuando le preguntó Enric Juliana para La Vanguardia qué pensarían ellos ahora al verlo liderar esta moción de la ultraderecha.
Vox pretendía volver a ser el centro de atención con este sainete. Lo ha conseguido, a pesar no haber salido muy bien parado, de cara a un ciclo electoral en el que se juega su afianzamiento como opción sólida y única a la derecha del PP y que aspira a superar sus anteriores resultados. El PP ha asumido que algunos discursos de la ultraderecha ya no resultan tan innombrables, y que la batalla cultural emprendida contra ‘la dictadura progre’, ha tenido cierto éxito. Esto ha servido para que la ultraderecha haya pasado de inexistente en las instituciones, a una opción legítima y respetable en democracia gracias al aval de las demás derechas españolas, tanto PP como Cs. La segunda se encuentra en proceso de descomposición, y quienes pretenden seguir viviendo de la política tratan ahora de salvarse del hundimiento del partido lanzándose a mendigar un cargo en la que siempre fue la casa común de todas las derechas, el PP. El partido de Feijoo mide bien cuando cruzar esa fina línea que separa la derecha moderada y de raíz cristiana de la ultraderecha chabacana y ‘políticamente incorrecta’, y según la plaza, luce un traje u otro.
El PP sube en las encuestas gracias a la desintegración de Cs, pero también a cierta desilusión con Vox. El partido de Abascal trata de remendar de aquí a la primera cita electoral de finales de mayo, la sangría interna y las sombras que acechan a la formación ultraderechista. La salida de Macarena Olona tras las elecciones andaluzas y sus posteriores dardos contra el partido, se suman al goteo de dimisiones, renuncias y decepciones que el partido lleva acumulando desde sus inicios, antes incluso de conseguir representación en las instituciones. Aunque hasta ahora, todo lo que se cocía puertas adentro de la casa ultra quedaba entre bastidores, hoy existen demasiados focos y flecos que hacen imposible ocultar las disidencias internas y las gestiones sospechosas de fondos que van saliendo a la luz sin cesar.
Ayer mismo, antes de empezar la moción de censura, conocíamos la oleada de dimisiones que se estaba dando en las secciones locales de Vox en varias localidades valencianas. Las ambiciones de varios de sus miembros y las directrices que llegan desde Madrid y desde la dirección provincial, frustran en muchos casos los proyectos locales, y hasta han desatado la ira de una de las caras visibles en València ciudad. El concejal de Vox Vicente Montañez, se mostraba recientemente muy crítico con la elección del profesor de derecho, ex miembro de Fuerza Nueva y condenado por violencia machista, Carlos Flores, como candidato a la Generalitat Valenciana.
Esta misma semana, también el vicepresidente del partido en Valladolid, Félix Rodríguez, anunciaba en sus redes que dejaba la formación, y sugería algún tipo de discrepancia con la dirección a través de varios tuits: "en la agricultura, quien 'Siembra' es el mismo que 'Recolecta'", refiriéndose al lema de campaña de Vox en este territorio en las autonómicas de 2022.
Más allá del circo del Congreso con la moción de censura, de la oportunidad brindada al Gobierno y sus socios para lucirse y del foco que ha conseguido Vox estos días, el partido de extrema derecha deberá lidiar con sus propios demonios de cara a las elecciones que vienen. Reivindicarse como alternativa o salvapatrias desde la oposición siempre fue más fácil y rentable que gestionar y demostrar con hechos tu supuesta diferencia del resto. Ahora que Vox empieza a tener que gestionar y asumir responsabilidades y exponerse a las luces y a los taquígrafos en su gestión, es cuando más teme que se demuestre el fraude que se esconde detrás de las constantes pantallas de batallas culturales y retóricas vacías que abanderan. Ahora viene la ardua tarea de Vox para resignificar el paripé de Tamames y empezar a dar consignas a los suyos y barnices varios a lo que no fue más que un esperpento.
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