Según la última encuesta de La Voz de Galicia sobre las elecciones municipales, publicada este domingo, el alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, mantendría idénticos apoyos a los cosechados en los comicios anteriores: siete concejales que le hacen imprescindible una coalición para seguir gobernando. El PP lograría 9 concejales; el PSOE, 8, y el BNG, 3. Jácome no es solo un gritón y faltón de manual o un populista sin escrúpulos aparentes, sino que es un presunto corrupto de libro que debe al PP de José Manuel Baltar, presidente de la Diputación de Ourense y del partido allí, e hijo y heredero (sic) del cacique bueno, seguir gobernando la capital de la única provincia gallega de interior. Las grabaciones publicadas por La Región no dejan lugar a dudas.
Baltar y Jácome no son amigos, pero están condenados a entenderse para mantener los cargos que ostentan hoy. Ni Baltar ni Jácome, a su vez, son personas apreciadas por Alberto Núñez Feijóo, expresidente gallego y hoy, líder del PP nacional, pero Feijóo -y su sucesor, Alfonso Rueda-, Baltar y Jácome caminan juntos hacia lo mismo: los votos y el poder en Galicia, así que los casos de presunta corrupción de Jácome y el juicio de Baltar por conducir a 215 km/hora en coche oficial por Zamora -no sería la primera vez que lo hace y le pillan- han venido a hacer tragar al PP de Feijóo la píldora agridulce del "ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio".
La provincia de Ourense se ha convertido en una de las muestras más esplendorosas que nos da la maltratada España sobre las consecuencias de ir metiendo corruptelas y corrupción política debajo de las alfombras institucionales, mirando para otro lado, haciendo ver a la gente que los comportamientos faltos de toda ética o directamente corruptos son normales si se ganan elecciones; cuando en realidad, se ganan elecciones gracias a la corrupción que se va instalando durante años, lustros, décadas ... en los territorios: Andalucía, Catalunya, Comunitat Valenciana, Región de Murcia o la propia Galicia constituyen buenos ejemplos.
Este domingo acabé de escuchar el podcast BCM: el amo de la noche (Sonora), sobre el caso Cursach, que hemos investigado, denunciado y detallado en Público hasta sus últimos estertores: el cierre de la causa contra Bartolomé Cursach, el amo de la noche mallorquina, y la rendición y petición pública de perdón por parte de la Fiscalía Anticorrupción a los acusados y al propio Cursach por habérseles imputado los peores delitos relacionados con la creación de una mafia policial al servicio de los intereses de este empresario omnipresente en el ocio nocturno.
El caso Cursach tenía todos los ingredientes de una pequeña cosa nostra, pero sin sangre. Tenía, además, toda la apariencia -y en el podcast queda a la vista de quien quiera ver- de ser un entramado construido piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, durante años y años, décadas, de silencios y complicidades de todo tipo -institucionales, políticas y empresariales- en el boyante negocio de la noche de Palma. Tal vez, el problema resida en cómo se abordó judicialmente el caso, con entusiasmo, pero sin medios suficientes; con rapidez, pero sin conocimiento a fondo de la red sobre la que descansaba la presunta mafia, mucho mayor y mucho mejor asentada de lo que se percibía.
En Ourense, en Galicia hay quienes creen que, tras los últimos acontecimientos, nos acercamos al final del reinado de Baltar y su partícipe Jácome, incluso del PP ourensano cómplice de ambos, aunque ahora intente disimularlo. Las encuestas sobre los resultados municipales vuelven a decir, no obstante, que todo seguiría igual en Ourense, escaño arriba (el PP), escaño abajo (el PSOE). Las grandes causas judiciales de corrupción política en Galicia también se fueron cerrando; algunas se han vuelto contra los acusadores e investigadores, como en el caso Cursach. Demasiado grandes para caer, demasiados cómplices para echarlos.
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