Cuando a Rita Maestre, candidata por Más Madrid a la alcaldía de Madrid, se le ocurrió relajarse en una entrevista y contar su boda en Las Vegas, la brigada correctiva de las buenas formas de clase, aliada con el patriarcado vociferante habitual, decidió aplicar el castigo público correspondiente. Los delitos cometidos eran dos, el primero haberse casado en la ciudad del pecado, como si aquello fuese Dubai y no un destino turístico más bien cutre que cualquier persona con un sueldo decente, juntando un dinerito, puede permitirse una vez en la vida. Las capillas de boda de Las Vegas son lugares más bien horteras, deslucidos, exagerados, camp y que chillan barato por cada costura de los cortinones de poliester brillante e inflamable que les cuelgan. Una se casa en un espacio así porque es rápido, divertido, conforma una anécdota que contar en el futuro y porque le da la gana. Se me ocurren formas bastante más ostentosas de celebrar una boda y están a pocos kilómetros de mi ciudad, Madrid, en fincas de aristócratas en las que se termina la noche encendiendo lámparas y lanzándolas al cielo tras haberse dejado el hígado pagando un cubierto desmesurado servido en el salón de un palacete. Miles de familias obreras se empeñan pidiendo créditos para cubrir celebraciones así y nadie agita las espuelas de indignación por ello. Todas participamos de rituales del exceso varias veces en nuestra vida y no le debemos corrección o contención a nadie, cada quien es libre de aplicarse la regla de San Benito si le apetece, pero conviene dejar a las demás tranquilas con sus contradicciones.
El segundo delito cometido por Rita es hablar de una determinada forma, que muchos de sus detractores califican como pija. No se habla así. Está feo, queda mal, es ofensivo, da un mensaje equivocado, una vecina de Carabanchel no puede sentirse representada por alguien que pronuncia las eses y aplica cierta musicalidad considerada ñoña a su fraseo. Vaya por dios. El caso es, que vista la reacción una esperaría una lógica defensa del pijerío a la forma de hablar de la señora Maestre. Pero tampoco: para la derecha de clase alta su habla es infantil, frívola y de niñata malcriada. No hay forma de ganar.
Una semana después, cuando esta columna estaba ya tomando forma en la niebla de la escritura mental --la que acompaña en trenes, metros y autobuses-- a Irene Montero, ministra de Igualdad, la increpaban por la calle, de forma violenta, exigiéndole explicaciones sobre haberse procurado un techo, pagar una hipoteca y dar una entrada con un dinero heredado. Es decir, por seguir, paso por paso, el camino habitual de emancipación de las personas que son propietarias de una vivienda en este país. Hay quienes necesitan pedir un crédito para conseguir la cantidad necesaria para dar una entrada, eso es cierto, pero buena parte de estos primeros pagos están constituidos por lo poco que dejan padres y madres muertos prematuramente, sea una cantidad de dinero moderada o un piso pequeño que vender y repartir entre hermanos. Los relatos de la escasez endémica de la clase obrera no le hacen bien a nadie y nos extraen la agencia sobre nuestras vidas, no somos niños dickensianos mendigando sopa, ha costado mucha lucha y mucha sangre trabajadora superar esas condiciones miserables, somos gente entrampada y agobiada por las deudas con vidas más o menos dignas en lo material. Sobre todo somos personas cansadas a las que todo les cuesta mucho.
Que alguien te pare por la calle, te agarre del brazo y te grite en la cara parece que no es motivo suficiente como para mandar a esa persona a descapullar espárragos a un barranco, cosa que no hizo la ministra Montero, que, aunque enfadada y harta, explicó la situación y terminó diciendo a quien no quería escuchar, ni dejar hablar, que se había comprado la casa porque le daba la gana. No tardaron las hordas correctivas en calificar a la señora Montero de "choni", adjetivo que usado despectivamente dice más de quien lo usa que de quien se quiere describir con él, "barriobajera", más de lo mismo, o de quitarle la razón por las formas porque una ministrA "no habla así".
Ángela Rodríguez Pam, secretaria de Estado de Igualdad y Violencias de Género, es a menudo diana de estos tribunales patriarcales, clasistas y moralistas. Por decir las cosas fuera de lo que se entiende por lenguaje institucional, que es un retruécano para mantener a la ciudadanía lejos e ignorante de las instituciones y así perpetuar dinámicas de ocupación de las mismas. Además de sus formas de hablar poco adecuadas, su aspecto físico se suma al combo de la reeducación de las perfectas señoritas. Constituye un mal total, una mujer que habla con libertad, sin miedo a equivocarse porque de hacerlo tampoco tendrá problema en rectificar, con una presencia que no pide permiso para existir y maravillosamente humana y mujer.
Pijas, barriobajeras, lenguaraces, guarras, gordas, flacas, machorras, niñatas, frívolas, chupapollas al servicio de los grandes hombres de partido. No hay forma de ganar. No hay forma en la que una política joven y de izquierdas pueda existir sin que se le aplique un correctivo repulsivo que busca el sometimiento o la adecuación a formas conservadoras, institucionales y complacientes. Es vergonzoso que algunas de estas lecciones provengan de quien se tiene a sí mismo por progresista y hasta revolucionario. Intervenir el tono de las mujeres es una forma de intervenir su vida entera. Colaborar con esas persecuciones permite desmanes machistas que se proyectan de formas aterradoras. De los "cómo va a poder ser alcaldesa una frívola semejante", "cómo puede ser ministra una macarra así", "cómo se le puede consentir a una secretaria de Estado que diga follar", a los "cómo no iba a querer algo más que tomarse una copa una mujer que hablaba de una manera que puede interpretarse como sugerente", hay un paso y es cortísimo. Todo está exigiendo que las mujeres hablemos como quieren los hombres o como quiere el poder, que viene a ser lo mismo. Y que fuera de sus códigos estamos expuestas al castigo merecido.
Las mujeres hablamos como nos da la gana. La disciplina patriarcal y las lecciones públicas violentas a las que están expuestas y haciendo política solo nos acercan a ellas para sostenerlas; el chantaje no va a funcionar, que lo tenga claro cada miserable con alma de tutor victoriano sobón.
También va por vosotros, "compañeros".
Con mucho amor para Rita, Irene, Ángela y tantas compañeras columnistas, periodistas y creadoras.
Comentarios
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