Hace unos días que se cumplió un mes desde que le dieron el alta hospitalaria a la madre de mi pareja después de haber superado una septicemia que casi le cuesta la vida. Mi suegra se había pasado tres semanas ingresada en el Complexo Hospitalario de Santiago (CHUS) tras haber sido diagnosticada en las urgencias de Pontevedra de una infección bacteriana grave.
La infección derivó en una sepsis, que es una respuesta inmunitaria fulminante que se produce cuando las bacterias penetran en el torrente sanguíneo. Es lo que se conoce tradicionalmente como "envenenamiento de la sangre". Durante un shock séptico uno o más órganos pueden dejar de funcionar y, en casos graves, se produce la muerte del paciente en pocas horas.
El caso de mi suegra fue muy grave. El drenaje que le hicieron fracasó y también tuvieron que intervenirla en una operación que las doctoras calificaron de altísimo riesgo. Después, se pasó dos semanas en la UCI en donde la mantuvieron monitorizada y con soporte vital para todos los órganos que habían dejado de funcionar, le aplicaron varias vías de tratamiento antibiótico, alimentación parenteral; le realizaron diálisis, biopsias, cultivos, análisis, incontables pruebas diagnósticas y otros procedimientos que no sé ni cómo se llaman. De la UCI la trasladaron a planta, en donde pudo quejarse durante los siguientes días del insípido pan con tomate y de la leche blanca que le ofrecían en cada merienda.
Dos meses después de aquel ingreso, mi suegra recibía el alta provisional (la definitiva llegará en seis meses) y yo la llamaba para felicitarla y comentarle de paso, que Madonna estaba ingresada por lo mismo que había tenido ella. Los medios de comunicación de todo el planeta se hacían eco de la sepsis de la reina del pop, que se pasó varios días en la UCI de un prestigioso hospital neoyorkino y que también necesitó ventilación asistida.
En el momento de su ingreso, la cantante de 64 años se encontraba ultimando los preparativos de su gira mundial Celebration Tour, con un caché que ronda el millón de dólares por concierto, y acumulaba un patrimonio estimado de entre 550 y 850 millones de euros. Mi suegra, de 66, está recién jubilada del sector de la limpieza, cobra una pensión de unos 700 euros -emigración mediante- y el día de su ingreso estaba plantando unos puerros en su huerto.
No tengo información de lo que pudo haber pagado Madonna para que le salvasen la vida, pero sí puedo hacerme una idea de lo que habría costado salvar a mi suegra si el sistema sanitario español estuviese gestionado por empresas privadas y compañías de seguros, tal como ocurre en Estados Unidos. Según el Decreto 56/2014 los precios públicos que fija el Servicio Galego de Saúde (SERGAS) por hospitalización en UCI son de 1142 euros por día más 528 euros por día durante la hospitalización regular.
Pero estos precios no incluyen muchos de los procedimientos que se hacen en la UCI como la coronariografía (más de 3000 euros en la versión más barata), los cateterismos o las biopsias. Tampoco incluyen el precio de las consultas de urgencias, la ambulancia medicalizada, ni las consultas posteriores en atención primaria, las analíticas, los gastos de enfermería y farmacéuticos. Calculo que, como poco, todo su tratamiento habría costado unos 40.000 euros. Desde luego, esto habría esquilmado buena parte de los ahorros de toda la vida de mis suegros, sin que el pago les eximiese de volver a pasar por caja ante el próximo revés.
Me parece fundamental calcular lo que cuesta la estancia en UCI por una infección bacteriana porque según un estudio publicado en The Lancet las infecciones causadas por bacterias resistentes a los antibióticos son uno de los desafíos más importantes a los que se enfrentan los sistemas sanitarios de todo el mundo y son muy frecuentes en las UCI de nuestro país. Como también lo son las estancias por insuficiencias cardiacas con procedimientos tan habituales como la colocación de Stent que el SERGAS fija en casi 9000 euros. Ya no hablemos del precio de los diagnósticos y tratamientos de una enfermedad crónica como un cáncer o la esclerosis, tratamientos ortopédicos, implantes, simples vacunas, estudios y terapias para las alergias infantiles o un trasplante, con precios inaccesibles para la mayor parte de las familias españolas. Y todo esto, investigación aparte.
La atención en la UCI fui estupenda, pero si a mi suegra no la hubiesen derivado a tiempo en urgencias, se habría muerto en pocas horas. Y las urgencias de todos los hospitales gallegos están en riesgo de colapso desde que empezó la pandemia, tal como han denunciado en múltiples ocasiones los sindicatos médicos. El verano pasado, sin ir más lejos, un enfermero le recetó antibióticos a mi novio porque en el PAC de Pontevedra no había médicos. Ante la avalancha turística que vivimos en Galicia durante los meses de julio y agosto de 2022, se denunciaron también varias muertes de pacientes por falta de asistencia médica.
Lo que el señor Feijóo hizo durante sus 13 años de magnánima presidencia de la Xunta con la sanidad pública gallega lo cuenta muy bien Jose Carmona en este artículo y ha supuesto un recorte de camas, el cierre de ambulatorios y un modelo de privatización encubierto. En Galicia, hace ya muchos años que venimos sufriendo la derivación las intervenciones "menores" (desde una hernia a una rotura de menisco) a la sanidad privada a través de un sistema de conciertos que supuestamente sirve para descongestionar la sanidad pública pero que paradójicamente, no lo hace.
Lo que no todo el mundo sabe es que ese acuerdo supone, de facto, que te dejen de atender de complicaciones derivadas de esa intervención en la sanidad pública durante al menos los siguientes seis meses posteriores a la cirugía. Por eso, aquellas personas que viven muy tranquilas porque pagan la tarifa de 30, 60 o 100 euros mensuales del seguro privado de turno y se crean a salvo de la quiebra de la sanidad pública sepan que están en el mismo barco que mi suegra.
A veces escucho decir alegremente que la enfermedad y la muerte igualan a todas las personas y esa falacia, repetida mil veces, solo demuestra un desconocimiento total de cómo funciona el sistema de libre mercado en el que malvivimos no solo los pacientes, sino también el personal sanitario que se ve abocado a aceptar condiciones de precariedad que están produciendo renuncias inauditas a plazas dentro del sistema sanitario público español. El mercado manda y, por eso, cada vez más estudiantes de medicina se decantan por especialidades con grandes posibilidades en el sistema privado como la dermatología o la cirugía plástica.
En el sistema capitalista, la enfermedad y la muerte nos distinguen a todos y los impuestos son el principal garante de la justicia social. Porque los impuestos sirven para asegurar que nadie se muera en la puerta de los hospitales o en su casa si no se llama Madonna como ya pasa, por cierto, en Estados Unidos. En el país de la diva una de cada cuatro personas no puede pagarse la asistencia sanitaria y otras muchas se endeudan de por vida para conservarla.
Hoy más que nunca es muy importante cuidar la salud de todos los ciudadanos y ciudadanas y, más importante aún, cuidarse de los grandes gestores que prometen rebajar impuestos a los ricos. Gracias infinitas a todas las doctoras, enfermeras y demás personal sanitario que permitieron que mi hija siga teniendo abuela.
Comentarios
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