Un antidisturbios ha denunciado a una mujer que le besó en la boca en pleno despliegue policial para impedir el referéndum del 1 de octubre de 2017 en Barcelona. Argumenta que ese beso "repentino y no consentido" puede ser constitutivo de un delito contra la libertad sexual. La denuncia no ahorra en sorna, hablando de la "extrema violencia ambiental" que dice, sufrieron los agentes que requisaron las urnas en un edificio convertido en sede electoral, y el "ánimo libidinoso" de la mujer que le besa ante las cámaras.
No hace ni dos semanas del escándalo de Luís Rubiales, y estos no podían dejar pasar la ocasión para, seis años después del referéndum y con el independentismo de nuevo en el centro del debate, aprovechar la cruzada feminazi contra ‘lo de toda la vida’ para arrimar el ascua a su sardina. Esta carambola alcanza, además, a los independentistas, hoy de nuevo de actualidad cuando son apoyo imprescindible para un nuevo gobierno de Pedro Sánchez. Menudo combo. Es todo un caramelo. Una noticia bien golosa, carne de tertulia y sorna, que se presta a todo tipo de mofas de quienes odian tanto a las mujeres como a los catalanes que votaron en el referéndum.
Y es que con el caso de Rubiales no se han escondido. Los mismos que niegan la violencia machista salieron a defender al machote y a cuestionar y señalar a la víctima. Todo era una cacería contra un pobre hombre que tan solo había hecho ‘lo de toda la vida’. Hoy, gracias a la brillante ocurrencia de un agente, o vete tú a saber si auspiciado por alguien más, han probado a dar la vuelta al asunto, a hacer el judo que suelen hacer con cualquier norma en su beneficio, es decir, usar la fuerza del enemigo contra este. Lo han hecho con la legislación de delitos de odio considerando víctimas a nazis y policías, y ahora van a hacerlo con cualquier medida de igualdad que pretenda corregir un problema estructural.
Lo vimos de nuevo cuando un hombre le tocó el culo a una reportera en directo. Isabel Balado, de Cuatro, fue agredida por un hombre que se quedó ante la cámara como si nada, al lado de su víctima y para sorpresa del presentador, que no quiso dejar pasar la agresión. El vídeo corrió como la pólvora en redes, y el agresor, que seguía molestando a la reportera y a más vecinas, acabó detenido. Esta vez, sin embargo, y valiéndose todavía de la falta de información sobre el autor de esta agresión, la machosfera deslizó el rumor de que el agresor no era español. O al menos, no de sangre, porque según estos, la nacionalidad tampoco te la da un DNI, a no ser que seas independentista y no la quieras. Y lo hizo lanzando el bulo de que era moro. Otros, que si era rumano. Y una tercera opción, que todo fuese un montaje para desviar la atención de los pactos de Sánchez con Puigdemont y la ETA.
Así funciona la desinformación. Pero hablemos de la estrategia de racialización de la delincuencia, todo un clásico. Tan clásico como los pogromos de siglos pasados o el nazismo. Sirviéndose hoy de los mismos ingredientes que entonces, se trata de vincular un problema estructural con una raza, una cultura o un grupo social concreto. El machismo, por ejemplo, un problema estructural, acaba siendo para la fachosfera, un problema importado desde África. Por eso Vox propone que, para acabar con los asesinatos y la violencia contra las mujeres no hacen falta políticas de igualdad ni feminismo, tan solo hay que cerrar fronteras. Lo dijo, de hecho, el mismo candidato de Vox condenado por violencia machista contra su mujer, a la que juró que iba "a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras’.
La estrategia de la ultraderecha y de la desinformación viene a ser algo así como tirarse un pedo en un ascensor, hacerse el sorprendido por el mal olor e irse corriendo, dejando a los demás intoxicados con su gas. Con el caso de la violencia y el abuso sexual pasa que sólo les interesa hablar del tema si esos casos les sirven para atizar el racismo. Si come jamón no puede ser machista. Si pueden culpar a otros, desviar el foco, negar el problema y usarlo en su beneficio, entonces sí, hablemos de violencia machista.
Pero pasa también algo obsceno cuando la víctima es una desafecta al régimen, una disidente, una activista de izquierdas. No hay más que irse a la semana pasada, cuando El Salto y La Directa desvelaron una nueva infiltración policial en varios movimientos sociales de Madrid durante años. Se trata del sexto agente expuesto, aunque este llevaba bastantes años más que los demás, y también había mantenido relaciones sexoafectivas con activistas para ganarse su confianza y obtener información. No es el único de los infiltrados que abusó así sexualmente de sus víctimas, que, por si hay que recordarlo, fueron objeto de engaño y abuso simplemente por ser de izquierdas.
Esta vez, sin embargo, una gran parte de la bancada indignada con Rubiales y con el imbécil que le tocó el culo a la reportera, se dedicó a reírse de las víctimas de estos policías. Lo hicieron con el policía descubierto en Barcelona hace meses y que ha sido denunciado por varias mujeres, y lo hicieron de nuevo esta semana con este nuevo caso en Madrid. Riéndose de las víctimas por haber sido engañadas por un policía, que ocultó su verdadera identidad y sus intenciones para acostarse con ellas y ganarse su confianza.
Parece que aquí, el abuso está justificado si la víctima tiene determinadas ideas. Que la opinión y el daño emocional de ellas aquí no importa. Que haberte acostado con alguien que está trabajando para el Estado, a quien rinde cuentas, para sacarte información, es un precio que debes asumir si eres de izquierdas. Y que debes aceptar con igual estoicismo y deportividad que los tertulianos que hoy se desgañitan contra Rubiales y contra el agresor de la reportera, se rían de ti en prime time.
Como no tenían suficiente con esto, la denuncia por el beso al antidisturbios viene a poner un poco de salsa al asunto. A recordarnos que cualquier avance, cualquier reproche o cualquier movimiento obtendrá respuesta. Aunque la victoria de la sociedad y del feminismo en el caso Rubiales es evidente, la banalización de la violencia sexual del agente que ha denunciado el beso, y las constantes mofas a las activistas que han sido abusadas por los agentes encubiertos nos dicen que todavía queda mucho por hacer. Incluso en las filas de quienes ayer celebraban la caída de Rubiales.
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