Toni Ramoneda
Comunicólogo e investigador asociado en la Universidad de Besançon
Rosa Luxemburg escribió en 1915, en la cárcel de mujeres de Berlín, un panfleto titulado "La crisis de la social-democracia" en el que denunciaba su capitulación ante el estallido de la guerra mundial y le recriminaba una actitud basada en el compromiso: "exactamente, este es el contenido de la declaración social-demócrata: 1) hemos hecho todo por mantener la paz; la guerra nos ha sido impuesta; 2) ahora que estamos en guerra debemos defendernos; 3) en esta guerra el pueblo alemán se lo juega todo".
Cien años más tarde, la cuestión sigue siendo la misma: ¿hasta qué punto la crisis de la socialdemocracia es una crisis de compromiso? Si en 1915 la guerra se imponía a la socialdemocracia, ahora es la austeridad y el rigor presupuestario los que se imponen como consecuencia de una crisis que se pretende ajena al discurso socialdemócrata; si en 1915 no quedaba más remedio que defenderse, hoy no nos queda otra que aceptar los sacrificios sociales y económicos que se derivan de ello y si en 1915 el pueblo alemán se lo jugaba todo, hoy es Europa la que se encuentra al borde del precipicio. El discurso social-demócrata sigue siendo, como ya lo era a principios del siglo s.XX, un discurso de compromiso. De compromiso entre la realidad económica y la voluntad política, cierto, pero también de compromiso con el ideal democrático.
Esta segunda cooncepción del compromiso establece una relación particular con el tiempo. Mientras que la posición revolucionaria desde la que hablaba Luxemburg implica situar la acción política en un intervalo temporal acotado por el triunfo revolucionario, esto es, comprometida con el futuro, la posición socialdemócrata se apoya en el principio de decisión colectiva como ideal político para convertir el presente, el instante de la decisión colectiva, en el momento del compromiso político.
Sin embargo, tanto la crisis ecológica como la crisis económica y financiera han puesto de manifiesto los límites de la humanidad. La primera al recordar que los recursos y la vida del planeta son limitados y la segunda reclamando que la deuda (pública o privada) se financie mediante los recursos existentes. Además, la ideología neo-conservadora dominante se acomoda de ello según la premisa teológica del juicio final y el presente de la política queda abocado a la certeza de su finitud. Vivimos aterrados por el futuro y de ahí que sean tiempos de miedos, de creencias y populismos y que el ideal socialdemócrata no se baste como discurso y busque su salvación en un sólo vocablo: Europa.
Si bien Europa ha sido durante la segunda década del siglo XX un modelo tanto desde el punto de vista económico como en el ámbito cultural como por su capacidad de integración política, lo ha sido como ejemplo de pragmatismo. Toda la construcción europea y con ella la evolución de la socialdemocracia, es una fascinante historia de soluciones pragmáticas desde las revoluciones, el imperialismo y las guerras mundiales del siglo pasado hasta el ultra-liberalismo y el estado de globalización económica y financiera actual. Ahora que Europa ya no es el centro económico ni cultural ni geoestratégico del planeta y su papel en el mundo depende más que nunca de su capacidad para actuar de manera coherente y unida en un espacio global altamente competitivo, su valor pragmático desaparece por falta de competitividad. Este factor, la competitividad, no es nuevo, puesto que es lo que ha permitido el desarrollo del Estado del bienestar en los países del continente, lo nuevo es que hasta hace veinte años era sinónimo de integración europea y ahora ya no lo es.
Por eso Europa ha perdido sentido como discurso y ha dejado de ser un proyecto de futuro para convertirse en una realidad con sus límites, sus exigencias, sus servidumbres y sus contradicciones. Por eso en un mundo con fecha de caducidad la acción política ya no basta como forma de producción de sentido y las plazas se llenan de gritos de indignación y de proclamas contra la representación que suenan como campanas tocando el final de una historia, la historia del socialismo y del compromiso socialdemócrata. Pero a veces las campanas nos ensordecen con su estridencia: mientras que la oposición de Luxemburg a la burguesía imperialista era revolucionaria, la oposición actual al imperialismo financiero es democrática, se desarrolla en las plazas y en las asambleas, es productora de sentido mediante acciones presentes y no exige sino lo mismo que se le exigía al socialismo del siglo XX: compromiso. Un compromiso socialdemócrata con el presente. El compromiso con una Europa real.
Comentarios
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