Hace unos instantes había un árbol, tomillos, no sé, vida, ahora solo cenizas. La atracción del fuego es tal por su capacidad de destrucción. No juegues con él que te orinarás en la cama. Los buenos restaurantes abren las cocinas para compartir con los comensales el espectáculo de las brasas y los fogones. Fuegos de artificio. Los eucaliptos invasores facilitan la expansión del incendio en agosto por los bosques gallegos. Y Alberto Núñez Feijóo, soplete metafórico en mano, ha adquirido la fascinación por los fósforos, la gasolina, el rechinar de lo que se quema. Acabar con todo, incinerar la democracia.
La piromanía es un trastorno del control de los impulsos que surge de la necesidad de provocar el fuego, incluso de permitir su desboque, a cambio de que la persona piromaníaca calme su tensión o ansiedad. El encanto de las llamas es el motor que le mueve a actuar, y no un fin económico, ni un futuro terreno edificable o un calculado beneficio de otra índole material. El placer por el fuego y la adicción por su capacidad de destrucción lo es todo. En su mayoría, los pirómanos son varones, vaya sorpresa, y suelen padecer un gran nivel de frustración, sensación de vacío existencial o de inferioridad, según explica el medio especializado Psicología y Mente.
Esta semana, Feijóo no suelta el soplete y apunta con él a las instituciones democráticas que no controlan ni él ni su partido. La democracia, como compleja construcción de check and balances, se trataba de eso, pero el PP no soporta no gobernar. La frustración de Feijóo se ha cronificado desde el 23J, investidura fallida mediante, lo que le ha podido sumir en un gran vacío existencial. Este varón es carne de cañón para la piromanía. Pyros se convierte en un objeto de deseo en la zona noble de la sede de la madrileña calle Génova. "O gobierno yo, o el caos". O Feijóo, o las cenizas. Ashes to ashes, cantaba David Bowie.
El pasado martes, sin ir más lejos, Feijóo cargaba contra el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía popular, y ponía en duda su legitimidad. La Cámara Baja, para el líder de la oposición, se ha convertido en un "foro de inestabilidad y chantaje" por el mero hecho de que las derechas no consiguieron una mayoría solvente. El líder conservador quiere celebrar tres plenos al mes en el Senado, "para proteger las Cortes Generales". Claro, en el Senado tiene mayoría absoluta... el PP. El soplete de Feijóo no consiguió, sin embargo, fundir a Daoiz ni a Velarde, los dos leones que custodian la fachada principal del Congreso en la Carrera de San Jerónimo.
No conforme el gallego con quemar la Cámara Baja, se dirige hacia el Tribunal Constitucional (TC). Ahora que la mayoría de magistrados que lo componen son de talante progresista, ya no es un órgano digno para el pirómano. El lanzallamas señala hacia la madrileña calle Domenico Scarlatti, a este compositor barroco napolitano se le han convertido las melenas en cenizas. "El Tribunal Supremo está siendo suplantado por el Tribunal Constitucional", alertó esta semana en una entrevista radiofónica con Federico Jiménez Losantos, confundiendo las funciones de cada alto tribunal.
Si bien el TC garantiza que todas las normas y leyes que se aprueben estén en el marco de la Constitución, el Supremo entre otras cuestiones, se encarga de decidir los recursos de casación, revisión y otros extraordinarios, del enjuiciamiento de los miembros de altos órganos del Estado y de los procesos de declaración de ilegalización de partidos políticos. Dos tribunales con objetos distintos y con composiciones diferenciadas. Pero claro, la elección de los componentes del Supremo está vinculada al Consejo General del Poder Judicial, órgano que lleva caducado cinco años, un mes y 16 días por el bloqueo del PP, ya que tiene mayoría la derecha.
Quizás esta frustración de Feijóo no tiene que ver solo con su fracaso e incapacidad para gobernar tras el 23J, puede que le generen ansiedad otros elementos. Este jueves, el CIS publicaba un estudio sobre "hábitos democráticos". Entre todas las cuestiones llamaba la atención la que preguntaba: "De los/as principales líderes políticos/as, ¿quién preferiría que fuese el/la presidente/a del Gobierno en estos momentos?". La respuesta es sugerente: un 31% prefieren a Pedro Sánchez como presidente; un 19%, a Feijóo; un 6,5% a Yolanda Díaz; un 5,9%, a Santiago Abascal; y... un 4,4% a ¡Isabel Díaz Ayuso! Glups.
El soplete de Feijóo no sirve ante estos dichosos datos. La presidenta madrileña se posiciona en el CIS, José Luis Tezanos mediante, como presidenciable en el Estado. Para frenar esto, Feijóo tendría que quemar la sede, esa sede maldita de la calle Génova de Madrid. Ya lo decía el doctor Gregorio Marañón: "No hay enfermedades, sino enfermos". La piromanía de Feijóo tiene sus propias causas concretas. El líder del PP se la juega en las elecciones gallegas del 18F, en menos de un mes. Todo lo que no sea una nueva mayoría absoluta que mantenga al PP en la Xunta será una bajada a los infiernos, su segundo fracaso en menos de un año. Tiene que quemar las naves.
Resulta frecuente que muchos piromaníacos terminen ayudando a apagar los fuegos que ellos mismos provocan, es una forma de contemplar de cerca los efectos de las llamas. La derecha global está quemándolo todo. El argentino Javier Milei señalaba a la justicia social esta semana en Davos como la causa de la destrucción de Occidente. Donald Trump se pone en cabeza en la carrera republicana a la Casa Blanca, podría volver al mando de la superpotencia justo cuatro años después del asalto al Capitolio. Feijóo quema (si, metafóricamente, pero quema) el Congreso y el Constitucional. Algunos llevan sopletes, otros motosierras.
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