No existen sueños imposibles. Ese era el título de la canción que el teniente coronel Manuel González Hernández interpretó a pelo para cerrar el acto de entrega del premio Soldado Idoia Rodríguez el pasado viernes. El video se hizo viral, pues no es habitual ver a un militar de uniforme cantar así en un acto oficial, aunque parece ser que no era la primera vez. El hombre le echa coraje, gesticula mientras canta y sonríe al finalizar. No es un reality show ni un programa de talentos. Él va vestido de militar, y la decoración de la sala tiene un aire institucional.
No vengo a juzgar artísticamente a este señor, ni siquiera su afición al canto, ostente el oficio que sea. Pero esta actuación fue en un escenario castrense y oficial, y vino en un momento en el que no pocos ojos estaban puestos en los asuntos de Defensa. Primero, tras las declaraciones de la ministra Margarita Robles en una entrevista sugiriendo una guerra con Rusia. "La amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente", dijo. A lo que añadía que "hoy en día, un misil balístico puede llegar perfectamente desde Rusia a España". Unas palabras que exigen una larga explicación y que merecerían una contundente respuesta social y política. En otro momento y dicho por políticos de otro signo, así me temo que sería. Pero nada de eso ocurrió, y este aviso ahí quedó, como anécdota perdida en un periódico más. En medio de un bombardeo sistemático de noticias y declaraciones que nos pretenden convencer de la inevitabilidad de la guerra.
Las declaraciones de Robles no vienen solas. Un día después, la cuenta oficial en la red social X del presidente del Gobierno, publicaba un video del encuentro de Sánchez con las principales empresas del sector de la industria de defensa en España. Sí, los fabricantes de armas y de todo lo necesario para una guerra. Decía el tuit que esta visita era "para agradecer su compromiso en el apoyo a Ucrania y pedir al sector que sea clave en el desarrollo de la nueva Estrategia Industrial Europea de Defensa". La invasión rusa de Ucrania ha supuesto un muy buen negocio para los mercaderes de armas europeos y estadounidenses. Y encima ha creado empleo. Y con estos argumentos hay quien se siente satisfecho.
"Si queremos estar preparados para combatir en Europa del Este es fundamental la instrucción y adiestramiento en paso de cursos de agua". El Estado Mayor de la Defensa publicaba la pasada semana este mensaje en la red social X acompañando varias imágenes de soldados españoles realizando maniobras en Polonia. No fueron pocas las respuestas en esta red criticando que se hablase de guerra en el Este tan tranquilamente, pero nadie, hasta hoy, ha salido a dar ninguna explicación más allá de lo que Margarita Robles dejó caer en su entrevista en La Vanguardia pocos días después: hay que prepararse para la guerra, porque está a la vuelta de la esquina.
También estos días, el Consejo de Seguridad Nacional advertía del peligro que suponía la circulación de todo tipo de armamento desde Ucrania, así como de la participación en el conflicto de combatientes extranjeros que luego regresan a sus países con la experiencia y quizás alguna cosa más de esa guerra. Algo que no se ha perseguido, sino que más bien se ha fomentado desde los países que siguen mandando armas y medios a Ucrania, promocionando y heroizando en los medios de comunicación a los mercenarios y aventureros que se unen a sus filas. Esto, junto con la acción militar de Israel en Gaza, dicen, supone "un riesgo real y directo" de aumento de "la amenaza terrorista, el extremismo violento y el surgimiento de nuevos movimientos que promuevan una ideología radical y violenta", según se justificaba la Estrategia Nacional contra el Terrorismo que se dio a conocer esta semana.
En las fallas valencianas, cuando de pequeños tirábamos petardos, siempre había alguien que colocaba un pequeño artefacto sobre el zurullo de un perro. Todos nos acercábamos a ver como lo hacía, y corríamos nada más prendía la mecha, conscientes de que la mierda saldría disparada y que posiblemente nos alcanzaría a más de uno. Perdonen el símil tan valenciano, escatológico y fallero en un asunto tan serio, pero es que la política occidental es un poco así.
Todas las justificaciones que esgrimen nuestros políticos sobre la necesidad de intervenir en la guerra de Ucrania incluyen siempre un elemento moral, una supuesta defensa ética del oprimido y de unos valores que se suponen del mundo libre frente a la tiranía. Una justificación que no les encaja cuando hablamos de Gaza, por muchas evidencias que tengan del genocidio en marcha. Al contrario, la complicidad de nuestros gobiernos en esta masacre se exhibe sin pudor a base de la compraventa de armas con Israel, de garantizar su impunidad y de los habituales discursos vacíos apelando a la contención, a la paz, así, en abstracto y sin hacer absolutamente nada por ello más que aparentar preocupación para calmar a la mayoría social que le exige que hagan algo.
Nos están preparando para la guerra. Algo que creíamos ajeno, lejano e imposible, hoy nuestros gobernantes nos sugieren que es inminente e inevitable. Que llegará el día y que no lo habrán buscado ellos, claro. Como la mierda de perro que salta con el petardo fallero. Y no hay una respuesta a la altura, ni social ni política ni mediática. Un sistemático bombardeo de miedos y certezas que quiere hacernos incuestionables las decisiones políticas aludiendo a lo más básico, que es nuestra seguridad, nuestra existencia. Esto, además, se traduce en un repliegue identitario y en un recorte de derechos avalado por la mayoría, presa del miedo tras haber sufrido una pandemia global y haber sido convencida de que el enemigo está en el kebab de la esquina.
En Europa hace tiempo que este trino es más agudo que en España, y en la Unión lleva tiempo instalada esa retórica belicista a la vez que las extremas derechas están mejor que nunca. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen llamó hace unas semanas a armarse todavía más y a no descartar un escenario de guerra. Estos tambores de guerra son aporreados hoy por todo el espectro político occidental, desde la ultraderecha hasta verdes y socialdemócratas. Esos socialdemócratas daneses que hoy ya ha comprado parte del paquete racista de la extrema derecha contra las personas migrantes y que esta semana ha anunciado un incremento millonario del gasto militar y la posibilidad de reinstaurar el servicio militar obligatorio incluyendo a las mujeres.
Esta pasada semana recordábamos el atentado del 11M y las movilizaciones del No a la Guerra que hicieron caer a Aznar y que llevaron al PSOE a retirar las tropas de Irak en su 20 aniversario. Antes de esto, hubo en los 80 un gran movimiento pacifista que se opuso a la entrada de España en la OTAN y que pagó con cárcel su lucha contra el servicio militar obligatorio. Hubo una sociedad progresista que incluso en el contexto de Guerra Fría, no menos tenso que hoy en muchos aspectos, defendía una paz con justicia y un desarme global. "No existen sueños imposibles", cantaba el teniente coronel el otro día. No sé cuál será el suyo, pero me temo que prepararse para la guerra no merece hoy ninguna canción que no sea un grito de protesta contra este escenario bélico en el que nos están metiendo cada vez más.
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