Dominio público

Marisol, a su manera

Noelia Adánez

Jefa de Opinión en 'Público'

Marisol en una manifestación contra la OTAN.- Archivos de la Historia
Marisol en una manifestación contra la OTAN.- Archivos de la Historia

La actriz y cantante Pepa Flores, Marisol, ocupó un lugar destacado en la escena cultural desde los estertores del franquismo en los años sesenta hasta la consolidación democrática a mediados de la década de los ochenta. Justo cuando comenzaba a despegar la cultura del pelotazo, cuando empezaba la fiesta de la ‘beautiful people’ y cristalizaba la cultura afín al régimen político que había inaugurado la Transición, Pepa Flores decidió retirarse.

Estos días puede verse en salas un documental sobre su figura con guion y dirección de Blanca Torres y producido por Chema de la Peña. Marisol, llámame Pepa, recoge un buen número de imágenes y testimonios sobre la que fue niña prodigio y devino en militante comunista y actriz en películas y series de contenido histórico y político. Su papel de Mariana Pineda para RTVE, fue de los últimos que hizo antes de abandonar la interpretación y, sobre todo, abrazar un anonimato en el que sigue empeñada. Pepa Flores se retiró en 1985 y así ha continuado, ausente de la vida pública hasta el día de hoy.

El éxito de Marisol se entiende en un contexto de puesta en valor creciente de la juventud y de apuesta por un tipo de modernidad controlada y destinada a apuntalar un aperturismo dirigido. Marisol es un "producto" indisociable del desarrollismo franquista. La niña de aspecto extranjero y actitud racial, la gitanilla rubia que anunciaba Coca-Cola y vivía con la familia de un empresario perfectamente integrado en la oligarquía del Régimen, fue desde el principio la protagonista de una alegoría política destinada a contar la historia de España en tiempo real.

La frontera entre su vida personal, su realidad -la de una niña pobre que habría logrado triunfar gracias a su arte y a su esfuerzo-y la del país se entrelazó y anudó de tal manera que, hasta que Pepa se retiró, ambas fueron indistinguibles. Marisol quiso dejar de serlo al emanciparse de la familia Goyanes, del empresario -Manuel- y de su primogénito -Carlos-, con quien se casó y de quien terminó por separarse pocos años más tarde. Romper con los Goyanes, superarando esa vida de secuestro, era romper  con el franquismo pero, como si de España misma se tratara, al llevar a cabo ese movimiento la joven Marisol/Pepa se encontró dando un salto al vacío, tanto desde un punto de vista profesional y artístico como existencial. Dependía de su voluntad y de su capacidad para imponerla concebir y llevar a cabo su propio proyecto. La cuestión era, ¿en qué debía transformarse Marisol? La pregunta por lo que Pepa Flores quería hacer con su vida al dejar atrás a Marisol iba de algún modo en paralelo a la pregunta por lo que quería ser España una vez que quedara libre del yugo del franquismo.

Emparejada con Antonio Gades cuando tanto él como ella continuaban casados con Marujita Díaz y Carlos Goyanes, fue tildada de adúltera, de puta y de roja. Tras sus respectivos divorcios, se casó con el bailaor en Cuba, en una ceremonia de la que fueron padrinos la bailarina Alicia Alonso y nada menos que Fidel Castro. Por su vínculo con la Cuba de Fidel, Pepa Flores recibió críticas incluso por parte de sectores de la izquierda que consideraron que su ‘radicalismo’ era el resultado de la tutela que Gades, un hombre machista y autoritario, ejercía sobre ella. Se le afeaba, de algún modo, que no estuviera a la altura de la alegoría que estaba destinada a encarnar y que no se comportara como una mujer ‘completamente liberada’: una demócrata cabal, sin estridencias, una feminista ejemplar, fiel a sí misma y libre de inconsecuencias; una mujer enteramente emancipada, como por lo visto lo eran otras, más cultas, más libres que ella.

El puño alzado de Marisol, que la artista -afiliada al PCE y al Partido Comunista de los Pueblos de España- exhibió en numerosos actos políticos, motivó una columna de Maruja Torres que abundaba en ese tipo de críticas y a la que la artista malagueña quiso darle réplica.

Pepa Flores reivindicó su derecho a alzar el puño y expresó con vehemencia su reprobación a quienes se decantaban por lo que llamó la "vía de en medio"; la de los que veían con buenos ojos, por ejemplo, el ingreso de España en la OTAN, uno de los asuntos que más controversia generaron en España durante la primera mitad de la década de los ochenta. Marisol se desmarcó del relato en el que una parte de la intelectualidad de izquierdas que hegemonizó la cultura española durante décadas hubiera querido encajarla. Se trataba de sustituir un símbolo -el del desarrollismo franquista- por otro -el de la transición a la democracia, la modernidad 2.0. Y sin embargo, Pepa Flores declinó con contundencia protagonizar esa alegoría que había asumido la forma de un mandato cuando en 1976 la revista Interviú tituló un reportaje fotográfico de desnudos de la actriz como "Marisol: el bello camino hacia la democracia". La democracia debía avanzar en España y lo haría representada por el cuerpo de una joven (las fotos se habían tomado años atrás) que no había prestado su consentimiento ni en el momento de hacerlas ni, por supuesto, en el de su publicación. Puestas a jugar con  metáforas, y tomando el reportaje de Marisol como referencia, la democracia española avanzó, en efecto, contra el consentimiento de muchas mujeres, en la medida en que reeditó un pacto sexual que todavía el feminismo tiene pendiente desmantelar. No conviene perder de vista que de aquellas libertades a medias provienen nuestras violencias.

Pero volviendo al puño de Marisol, quizá lo más cruel fue la infantilización que subyacía a la crítica a su gesto por parte de quienes la acusaron de trasnochada o enajenada. Maruja Torres afirmó que Marisol, huérfana de infancia, bailaba ahora, después de haberlo hecho para el franquismo, al ritmo de "los taconeos de otro". Lo más cruel, en suma, fue negarle a esa altura la posibilidad misma de equivocarse o acertar no solo por sostener unas u otras ideas, sino por elegir hacerlo en sus propios términos: a su manera. Sobra decir que si Gades era un machista, un ejemplar típico del hombre de izquierdas de su tiempo, eso no convertía a su pareja, Pepa, en una mujer sumisa, pues machista no era solo Gades sino toda la izquierda y la sociedad española del momento. Para quienes la criticaron, en realidad, el problema no era ella: el problema era el puño; el problema era el gesto.

De algún modo el puño de Marisol fue lo que precipitó la definitiva desconexión de su persona de la historia alegórica cuyo papel protagonista y cuyo guion se le dio siempre escrito. Si Gades le inoculó el virus del comunismo fue ella quien decidió dejar que circulara libre por organismo político y, al hacerlo, plantó cara a los de la "vía de en medio" de los ochenta como tal vez única y genuina manera de dejar definitivamente atrás a los de la "vía de en medio de los sesenta". Porque, ¿qué otra cosa fueron el desarrollismo y la transición, especialmente para las mujeres, sino vías de en medio?

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