Dominio público

Las elecciones que ganará Alvise

Noelia Adánez

Jefa de Opinión de 'Público'

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von del Leyen.- EFE/EPA/CLEMENS BILAN
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von del Leyen.- EFE/EPA/CLEMENS BILAN

El mundo se está transformando de un modo vertiginoso y el semblante que esta transformación presenta aterra. La alianza del neoliberalismo con las oligarquías globales y nacionales se traduce en la existencia de una elite diversificada según las áreas del planeta con discursos adaptados a las idiosincrasias nacionales y cuyo denominador común es la utilización de la mentira, la manipulación y la desinformación. Esa élite que amalgama poder financiero y cada vez más capital institucional se expresa de una manera creciente en clave populista y ultraderechista con propuestas de cierre de los Estados a la inmigración, bien sea utilizando la seguridad y el orden como coartada, bien sea recurriendo a la preservación de los recursos y los servicios públicos como excusa. 

Discursos teñidos de tintes raciales e identitarios son en todos los casos utilizados para garantizar la hegemonía y la pervivencia de un estado de cosas en el que se ha intensificado y prevalece la desigualdad hasta extremos incompatibles con la verdadera democracia. El desplazamiento del marco del debate público hacia las derechas, explica que la candidata a renovar la presidencia de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, haya dejado de lado las cuestiones ambientales (que debieran ser el eje vertebrador y el fin último de toda política institucional orientada por el conocimiento científico y el bien común) para centrarse en un discurso securitario y militarista. 

Isabel Díaz Ayuso en Madrid o Javier Milei en Argentina, son dos ejemplos extremos -y en castellano- de ese populismo de ultraderecha que marida bien con la élite neoliberal -cuando no proviene directamente de ella- y detrás del que no hay más ideología que el provecho personal en nombre de un individualismo incompatible con la justicia social, lo que en el caso de muchos de los países de la UE -incluido el nuestro- equivale simple y llanamente a Estado del bienestar 

La corrupción y la destrucción metódica y culpable de los servicios públicos y de la protección estatal se han convertido en horizontes aspiracionales no solo del lado de sus promotores, sino también de amplios sectores de la población huérfanos de futuro y que fueron concienzudamente abandonados a su suerte en la crisis financiera de los años 2008-12. Las políticas austericidas generaron en la ciudadanía un sentimiento de desamparo y una pérdida de confianza en la institucionalidad. El ciclo de protestas y movilización social (11M, Occupy, Primavera Árabe) se agotó en menos de una década, con una pandemia por medio que agudizó el sentimiento de zozobra, aislamiento y desconfianza a escala global.  


Así es como se entiende que los mismos que hoy sostienen que el Estado asistencial debe desaparecer, defendieron entonces el rescate con dinero público del sector financiero y que entre su electorado no parezca percibirse esto como contrario a sus intereses. Amplios sectores sociales han sido seducidos con las consignas de las batallas culturales, contenido principal de las disputas que dotan de sentido y de sustento la economía de la atención (redes sociales y webs) que, junto con la industria militar, no deja de proporcionar beneficios a sus operadores. 

Y es que mientras las derechas agitan los fantasmas de la inmigración, desmantelan los servicios públicos y apoyan el genocidio perpetrado por el gobierno presidido por Netanyahu en Israel, avanzan y se multiplican los focos y las amenazas de guerra. La industria militar vive uno de sus momentos más dulces. Zelenski, sempiternamente vestido con un outfit paramilitar, recorre capitales del mundo y visita instituciones y organizaciones internacionales en busca de apoyo para perpetuar una guerra que, de forma cada vez más evidente, no es solo suya y de Putin, sino también nuestra: de la OTAN y de países que, como España, la integran. 

A pocos días de celebrarse unas elecciones al Parlamento europeo que posiblemente cambien el curso de nuestra historia y que, de cumplirse los pronósticos, precipitarán a la UE al abismo de la pérdida de derechos y el debilitamiento de la organización en términos de su autonomía estratégica y de las democracias de sus Estados miembros, las opciones de derecha extrema exhiben su cantonalización interna. En el caso de nuestro país, Alvise Pérez, un desinformador e intoxicador en redes que tiene varias causas judiciales pendientes, amenaza con robarle votos a Vox. El que fuera asesor de Ciudadanos no oculta que su intención es conseguir una fuente extra de financiación para sus actividades de agitación y desinformación y lograr el blindaje que necesita para hacer frente a algunos de los procesos judiciales que tiene abiertos. Pérez busca dinero y aforamiento. Lo que llaman la "disrupción" del sistema, tiene premio. La victoria de Alvise Pérez no consistirá tanto en el número de escaños conseguidos, que también, cuanto en el hecho mismo de que existan las condiciones para que un personaje como él, con un discurso como el suyo, pueda obtener representación institucional. Estas mismas condiciones favorecen que a escala europea las derechas y ultraderechas ensayen nuevas alianzas con las que tal vez lograrán desplazar la coalición de socialdemócratas y liberales que ha estado detrás de las políticas que se han hecho en la UE: desde el muy criticable pacto migratorio a los mucho más aceptables fondos de recuperación.  


Las opciones de derechas aumentan, se diversifican, se enfrentan pero también formulan acuerdos (Von der Leyen blanquea a Meloni sin complejos) de cara a las nuevas líneas de confrontación que se abren en un mundo con un número creciente de intrincados focos de guerra. En el futuro inmediato, la cuestión será si democracia y derechos o autoritarismo, si cooperación internacional o repliegue nacional, si sostenibilidad ambiental o explotación capitalista y reproducción infinitiva de los beneficios del capital. La cuestión será cómo poner un poco de orden, cómo sanar, el cuerpo enfermo de la sociedad mundial, como evitar la destrucción completa de los consensos democráticos y, eventualmente, del planeta. Mientras tanto, el próximo domingo 9 de junio habría que votar. Tal vez Europa no nos salve, pero la democracia aún puede hacerlo.

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