Dominio público

Houston, tenemos un problema con el Ministerio de Igualdad

Silvia Cosio

Licenciada en Filosofía y creadora del podcast 'Punto Ciego'

La ministra de Igualdad, Ana Redondo.
La ministra de Igualdad, Ana Redondo.

Yo soy una persona que mete muchísimo la pata, lo hago constantemente. Pero una cosa es el error y el despiste y otra muy distinta la incompetencia y la dejadez, especialmente cuando hablamos de personas y organismos cuyos actos influyen y son determinantes en las vidas y en la sociedad. Y es que Houston, tenemos un problema con el Ministerio de Igualdad. Hemos estado -por educación, por lealtad, por paciencia y hasta incluso por incredulidad- calladas y esperando una señal, un rayo esperanzador, una declaración, un algo que nos dijera que en el Ministerio de Igualdad había alguien al volante. Ya no digo alguien al mando con sentido de la responsabilidad y consciente del momento tan peligroso y crucial que estamos atravesando, en medio de estas guerras culturales de la reacción violentísimas y muy perseverantes que disparan a izquierda y derecha contra todo y contra todos y que están poniendo en peligro todos y cada uno de los derechos y los avances sociales de los últimos cincuenta años y maniobrando para quebrar la convivencia social. La cosa está tan mal que simplemente pedimos alguien prudente y concienciado a los mandos de la nave, aunque el lugar hacia donde se nos lleve no sea de nuestro agrado total o nos parezca que nos quiere conducir por caminos ya transitados y conservadores.

Las señales de alarma empezaron a encenderse hace ya tiempo, concretamente cuando Pedro Sánchez afirmó en la radio, poco antes de las elecciones del 23J, que tenía amigos de su edad que se sentían incómodos con el feminismo. Y lo peor de todo es que lo dijo como si esto fuese algo malo, como si el feminismo no tuviera que hacernos sentir incómodos a todos y todas, pues su obligación es señalar que todavía seguimos reproduciendo comportamientos y marcos mentales dañinos para la igualdad efectiva ya que nadie está libre ni exento de ellos. Son siglos de mala educación los que tenemos que corregir.

Como estábamos a punto de entrar en una campaña electoral que se preveía ajustadísima -de hecho la mayoría ya nos habíamos hecho a la idea de que tendríamos un gobierno Feijoo-Abascalesco- hicimos el esfuerzo de tratar de entender las declaraciones del presidente como parte de una estrategia para ganarse eso que llaman el voto moderado, esa quimera electoral que es más difícil de definir que el Dasein heideggeriano y más esquivo aún que el Santo Grial. Puro autoengaño por mi parte, porque Sánchez estaba emitiendo señales luminosas más deslumbrantes que las de la nave de Encuentros en la tercera fase, pero no las estaba mandando a sus electores moderados -sea lo que sea eso- sino a sus compañeras de partido, a quienes les estaba dando la razón y prometiendo que si no perdía la presidencia les iba a devolver algo que ellas están convencidas de que les pertenecía por derecho propio: el Ministerio de Igualdad.

No es un secreto para nadie el enfado monumental de las socialistas cuando Igualdad pasó a manos de la ministra Montero y por tanto a manos de Podemos. Durante tres años el Ministerio y Montero fueron víctimas de una campaña brutal de acoso y desprestigio a la que se sumaron alegremente muchas de sus socias de gobierno que utilizaron a las personas trans y sus derechos como rehenes en esta guerra sin cuartel y en la que se aliaron por el camino con todos los sectores ultra y reaccionarios, en un giro de los acontecimientos tan sorprendente como vergonzoso. Los años de Montero en Igualdad fueron, por tanto, tumultuosos y complejos, lo que no impidió que se pudieran aprobar buenas y necesarias leyes en medio de este ruido de fondo tan injusto como atronador, y ni siquiera los evidentes errores en política de comunicación de la anterior ministra consiguieron empañar los éxitos del Ministerio.

Cuando Montero cayó víctima de la batalla de las izquierdas a la izquierda del PSOE, muchas mantuvimos la esperanza de que el Ministerio de Igualdad, con independencia de quien estuviera al frente, siguiera manteniendo el empuje de los años anteriores y poniendo, a pesar de la violenta reacción, los bulos y las campañas políticas y mediáticas, el feminismo en el centro del discurso político, tal y como se llevaba haciendo -con aciertos y errores- desde el año 2020. Pronto vimos que esto no era así, el Ministerio pasó de nuevo a manos del PSOE y con la nueva ministra, Ana Redondo, se ha desarrollado una estrategia de guerra de posiciones de cavar muy hondo y esconderse en la trinchera a ver si el enemigo se aburre y desiste. Y aquí seguimos, sin disparar ni avanzar mientras que la tierra de nadie se va sembrando de cadáveres, en el sentido  figurado y, por desgracia, en el no figurado del término. Se han esforzado tanto en no molestar a los amigos de Sánchez y en sacar de la conversación pública al feminismo para evitar escándalos que se han quedado mudas e inanes y han dejado a las mujeres y al colectivo LGTBI+ expuestos en primera línea de fuego como escudos humanos.

Pero si es malo que no hagan nada, es aún mucho peor cuando lo hacen: el nombramiento de Isabel García, que se había posicionado sin pudor contra los derechos de las personas trans, como directora del Instituto de las Mujeres, dejó claro que habían llegado al Ministerio con la intención de enmendar la plana al anterior equipo y de recompensar el quintacolumnismo de las suyas, pero también evidenció que parte del enfado de estas venía del hecho de que se había jugado con sus cosas del comer -y no solo en el reparto de puestos políticos-, pues no tardamos en saber que muchas habían montado negocietes en torno a su supuesto compromiso feminista, siendo el más bochonorso de ellos el relacionado con los puntos violetas con el que se estaban enriqueciendo García y su pareja y que, al final, le costó a esta su cese como directora del Instituto tras semanas de silencio por parte de la ministra Redondo. Mientras que por otro lado la única iniciativa legislativa del Ministerio en su primer año fue un proyecto de ley para abolir el trabajo sexual que se hizo sin consensuar siquiera con sus socios de gobierno y sin escuchar las voces de las trabajadoras sexuales y que fue finalmente rechazado en el Congreso el pasado mes de mayo.

Pero es que, mientras la ministra y su equipo se empeñan en mantener un perfil bajo, en defender un supuesto feminismo integrador sottovoce de buen rollo que ni se note ni se mueva como las buenas compresas, los problemas arrecian: las cifras de mujeres -y de menores- asesinadas por violencia de género son insoportables. Este verano se está mostrando escandalosamente trágico y aterrador, además la estadística nos muestra que les estamos fallando a las mujeres, que nos hemos estancado, que lo que estamos haciendo no es suficiente y que necesitamos como sociedad volver a poner en el centro la violencia de género para replantearnos toda la estrategia aunque ello implique tener que hacer mucha autocrítica y asumir errores. Pero lo que no necesitamos es a una ministra que ponga la responsabilidad en las víctimas y no en sus verdugos, porque estamos  viendo también que denunciar no siempre evita los asesinatos.

El anuncio de que desde el 22 de agosto se podrá despedir a las personas que tengan o soliciten una adaptación de jornada para poder conciliar, tras una cadena de errores que se venían arrastrando desde la legislatura anterior y que no fueron capaces de subsanar a tiempo, con la premura que se demostró a la hora de reformar la llamada Ley del Sí es Sí tras el pánico moral punitivista generado por la prensa y la derecha, ha servido como catalizador para que muchas feministas comencemos a alzar la voz públicamente contra la inacción y la incompetencia de este Ministerio. El perfil bajo que se está manteniendo no es más que un camelo inútil, lo que necesitamos y queremos es un feminismo valiente, disruptivo, un feminismo que venga a romperlo todo, a ponerlo todo patas arriba, a hacernos pensar y hacernos cambiar porque lo que tenemos enfrente además pretende devolvernos a tiempos en los que las mujeres, las personas racializadas, las personas del colectivo LGTBI+ y la infancia no eran más que meros personajes secundarios sin voz ni voluntad. Y si a esta ministra no le gusta alzar la voz y montar escándalo, entonces lo que tiene que hace es irse a su casa.

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