Dominio público

Georgia, victoria electoral en disputa

Ruth Ferrero Turrión

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM

Manifestación frente al Parlamento georgiano para protestar contra el resultado de las elecciones legislativas, que han dado como vencedor al partido en el poder, Sueño Georgiano, en la capital Tiblisi. REUTERS/Irakli Gedenidze
Manifestación frente al Parlamento georgiano para protestar contra el resultado de las elecciones legislativas, que han dado como vencedor al partido en el poder, Sueño Georgiano, en la capital Tiblisi. REUTERS/Irakli Gedenidze

Las elecciones en Georgia del pasado 26 de octubre no han sido unas simples elecciones en un país del Cáucaso. Muy al contrario, tras años de intensa polarización y tensión política, en esta ocasión la convocatoria de las elecciones parlamentarias estaba atravesada, la igual que sucede en Moldavia, por la expectación ante la posición geopolítica que adoptará el país tras el paso por las urnas.

El resultado oficial de las elecciones según la Comisión Electoral Central, dio al partido en el gobierno, Sueño Georgiano, un 54,23% del voto, mientras que los partidos de la oposición que superaron la barrera electoral del 5%, obtuvieron el 37,44%. Con este resultado, Sueño Georgiano celebra la victoria, la oposición cuestiona la legitimidad de los comicios, los observadores locales hablan de fraude a gran escala y la OSCE dice en su informe preliminar que las elecciones "se celebraron en medio de una polarización arraigada en un contexto afectado por las preocupaciones sobre legislación recientemente adoptada y el impacto de esta en las libertades fundamentales".

El informe de la OSCE establece que, aunque durante la jornada electoral se detectaron casos de tensión y presiones sobre el electorado, se pudo elegir entre 18 listas diferentes, y los candidatos pudieron hacer campaña libremente. Todo ello sin obviar, como afirman, la elevada polarización política del país que está acompañada por una retórica muy agresiva y divisiva. Del informe provisional de la OSCE se extrae honda preocupación sobre los casos de intimidación, así como sobre la ausencia de imparcialidad y la instrumentalización política del organismo de supervisión. En definitiva, la ausencia de neutralidad institucional en un contexto de tensión extrema entre las partes.

La primera acción de la líder opositora ha sido la convocatoria de una gran manifestación de protesta para pedir la repetición electoral y así mostrar al mundo que Georgia ha tomado partido por la UE con unas reminiscencias que algunos quieren identificar con un nuevo Maidan, esta vez georgiano. Como sucediera durante la primera ronda de las elecciones presidenciales moldavas de hace una semana, en esta ocasión también se ha acusado a la Federación rusa de injerencia electoral, siendo esta la única explicación que se esgrime como motivo de la derrota de la opción opositora.

Y, sin embargo, lo cierto es que como en casi todas estas situaciones el origen de esta situación es mucho más complejo que el mero señalamiento de culpas. Buena parte de lo que se observa en el espacio postsoviético tiene mucho que ver con la manera en que se tejieron en paralelo las transiciones políticas, económicas y nacionales. En prácticamente todos los casos una élite oligárquica quería mantener sus posiciones de poder en estados recién independizados frente a otras élites denominadas liberales que querían también ese poder. Y en ambos campos siempre hubo terceros actores que han influido en los distintos procesos políticos de una manera o de otra. El caso de Georgia no es una excepción. No cabe ninguna duda de que la Federación Rusa quiere recuperar, que no mantener, una esfera de influencia que hace tiempo que perdió en Georgia. De hecho, Sueño Georgiano lleva en el poder desde 2012, y es precisamente bajo su mandato cuando se firmó el Acuerdo de Asociación con la UE en 2014. De hecho, la victoria de Sueño Georgiano en realidad es una continuidad y no una ruptura de las políticas desarrolladas por el país caucásico durante más de una década.

Por su parte, existe un creciente interés por parte de la Unión Europea en convertirse en un actor geopolítico relevante y para ello uno de los pilares sobre los que está trabajando intensamente es en su política de ampliación, en este caso hacia Moldavia, Ucrania y Georgia, países que hasta hace apenas un año formaban parte de la Asociación Oriental de la UE sin ningún viso de incorporación a las estructuras comunitarias. Es evidente que la asertividad mostrada por la política exterior rusa desde 2008 y, especialmente, tras su invasión de Ucrania en 2022, es lo que ha provocado este cambio de orientación en Bruselas.

Y, sin embargo, a pesar de estas tensiones geopolíticas continúan in crescendo, lo cierto es que quizás se deberían de comenzar a analizar las dinámicas políticas en estos países también y especialmente desde su propia perspectiva. Ese es el análisis que suele estar ausente. Es como si ninguno de los actores políticos presentes tuviera su propia agencia política, como si sus decisiones siempre estuvieran guiadas por una mano invisible, bien sea esta la occidental o la rusa. Si bien es cierto que ninguna de las anteriores se puede ignorar, no es menos cierto que también hay decisiones políticas que se adoptan de manera autónoma. No debería caber ninguna duda de la posición de neutralidad que ha decidido adoptar el primer ministro georgiano, Irakli Kobajidze, y que incide en el mantenimiento de buenas relaciones tanto con Moscú como con la UE.

Pero volviendo al resultado electoral, no parece que las acusaciones de fraude masivo denunciadas por la líder de la oposición y presidenta del país Salomé Zurabishvili estén siendo apoyadas ni por el informe de la misión de la OSCE ni tampoco por la UE en su conjunto; no así por un grupo de países que sí han mostrado un apoyo inquebrantable a la oposición georgiana, que sí han resaltado la presencia de irregularidades en el procedimiento que han solicitado que sean solventadas. La cautela es, en todo caso, el leiv motiv de casi todos los líderes políticos, salvo quizás el primer ministro húngaro Viktor Orban, que se apresuró en felicitar a Sueño Georgiano incluso antes de conocer el resultado final del proceso electoral, y la propia oposición georgiana, que no ha esperado ni veinticuatro horas para comenzar a convocar manifestaciones ciudadanas en las calles de Tiblisi.

Sea como fuere, lo cierto es que Georgia vive a estas horas momentos decisivos muy marcados por las tendencias geopolíticas del momento y por las ambiciones de oligarcas de toda ralea que poco o nada piensan en el ciudadano georgiano medio, en sus necesidades y en sus deseos. Merece la pena, en todo caso, observar cómo evoluciona la situación sobre el terreno, cómo responde el gobierno electo y la respuesta que ofrece la oposición. Parece obvio y así lo atestiguan los índices de democracia como el de Freedom House, que Georgia no es una democracia, sino más bien un régimen híbrido. Como tal habrá que analizarlo; eso sí, sin perder de vista todos los intereses que su situación geográfica suscita.

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