GASPAR LLAMAZARES
El indescriptible gacetillero y difamador profesional Federico Jiménez Losantos ha puesto en la picota al rey con unas declaraciones [lo acusó de corrupto por recibir al presidente de Venezuela Hugo Chávez] acordes con su estatura moral y política. En este caso no es nuestro disgusto que se critique al monarca. Pero una vez más se hace hoguera de lo accesorio y se orilla lo sustancial. Si fuera por comentar las novedades del personaje antes citado, no vale la pena la molestia, el sujeto se explica por sí mismo.
Sí merecen comentarios que los insultos recurrentes a no importa quién se sufraguen con dinero público a través de la Conferencia Episcopal. Dice mucho de la jerarquía eclesiástica en nuestro país y de sus no-límites. Ha sido parte esencial de la estrategia de la crispación y, conociendo la molicie institucional de la Iglesia, le costará tiempo cambiarla. Hay aquí un problema más de los que constan en el debe de la Transición española. Pero ese es asunto de otro artículo.
Importa también que la relevancia pública que se da a los insultos tenga que ver con la ubicación del personaje que los padece: no constan preocupaciones ni perplejidades significativas cuando su columnilla diaria ha destripado a personas de la izquierda, seamos líderes democráticos, presidentes del Gobierno, jefes de Estado... En este caso, va de suyo que un neofascista tenga como oficio denigrar a la izquierda. Pero, cuando las palabras tocan a prohombres de la patria, entonces la cosa cambia. Las sentencias judiciales en su contra seguirán y pondrán en evidencia que la derecha extrema ha abusado (y lo seguirá haciendo) de sus plataformas públicas para subvertir la democracia deshumanizando al adversario. Es lo que hizo el fascismo en su momento. Bauman lo llama adiaforización. Cuando el otro es menos que un ser humano se le puede tratar peor que a un animal. Es lo que ha venido haciendo la derecha contra nosotros con la complacencia, a menudo, de sectores pretendidamente de izquierdas.
Ahora le toca al rey. Sus comentarios se han dirigido contra aspectos personales en un tono insultante. Suponemos que la justicia obrará con parecida rotundidad que en el caso de esos chavales que quemaron las fotografías del rey. ¿Alguien se acuerda de lo que dijo entonces la derecha? ¿Esto es menos o más importante? Será una prueba para saber si existen o no dos varas de medir en relación con el tratamiento a la monarquía, según de qué mano venga el comentario o la acción.
A nosotros nos molesta la institución. No la persona. En realidad no es una molestia. Es una posición de principios: queremos y postulamos que todas las instituciones del Estado estén sujetas al principio democrático. Es decir, que la polis esté en condiciones de decidir sobre su viabilidad y validez. Lo que nos parece fuera de lugar es el mantenimiento de una institución al margen del control público, fuera de la capacidad de deliberar y decidir sobre sus actuaciones. La monarquía no sólo no tiene encaje democrático en nuestros tiempos, sino que tiene, además, difícil justificación desde cualquier punto de vista. No es verdad que nos represente a todos y todas quien no ha sido elegido por nadie.
Tiene gracia en estos días comprobar la probidad democrática de algunos ilustres periodistas renegando de la condición democrática de Evo Morales por haberse sometido al escrutinio popular mediante un referendo revocatorio. Que lo haga el rey, nosotros le aplaudiremos. Son estos tiempos interesantes, al fin y a la postre, en los que algunos, atrapados por sus palabras de antaño, enseñan sus vergüenzas autoritarias en el escenario democrático de estos días. Cuando en Bolivia o Venezuela dirigentes populares y democráticos piden a la gente que se pronuncie democráticamente sobre su continuidad, algunos se ponen puntillosos y se escudan en la no constitucionalidad de la medida para no tener que explicar su posición real, sus afinidades y su aversión a procesos que, simplemente, desprecian.
El problema no consiste, a nuestro juicio, en si el rey está suficientemente o demasiado protegido. Si la consecuencia de ese debate es hacer amarillismo con las figuras de la Casa Real, el empuje democrático que el debate pueda tener se habrá vertido inútilmente en la alcantarilla de la política-espectáculo. A nosotros nos importa si se abren canales y opciones para que podamos preguntar y preguntarnos como comunidad política: ¿de verdad necesitamos en el siglo XXI una monarquía en nuestro país?
Gaspar Llamazares es coordinador general de Izquierda Unida
Ilustración de Iván Solbes
Comentarios
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