Toni Ramoneda
Miembro del observatorio de discursos y contra-discursos europeos de la Universidad de Franche-Comté y autor de Europa como discurso. Un ensayo de democracia real, RBA, 2014
El domingo 24 de marzo, el mismo día en que Adolfo Suárez moría en España, voté en Francia por primera vez después de más de una década de residencia en el país. El colegio electoral estaba vacío y silencioso. En mi mesa, cuando hube firmado, oí lo que comentaban dos interventores: fíjate, ya han votado todos. Se referían a la lista en la que figuraba mi nombre, la de los electores extranjeros (es decir miembros de la UE, lo que significa un tercio de los tres millones de extranjeros en edad de votar). Así que nosotros, los extranjeros, perdón, los europeos, votamos todos (en mi barrio). ¿Qué hicieron los franceses en esta primera vuelta de las elecciones municipales?
Los franceses de mi barrio se abstuvieron en un 43%, por encima de la media nacional que llegó al 39%; votaron al candidato socialista en un 38% (52% en 2008) al candidato de la derecha (UMP) en un 28% (30% en 2008) y al del FN en un 12% (4% en 2008) lo que significa, en términos de comportamiento electoral, que hicieron más o menos lo mismo que el conjunto de votantes del país: se abstuvieron de forma importante y dieron lugar a un aumento muy notable del FN (al observar los resultados de este partido hay que tener en cuenta que se presenta en muchos menos municipios que los dos mayoritarios, por lo que su resultado analizado a nivel local es todavía más importante de lo que se observa a nivel nacional).
Hace poco, el semanario alemán der Spiegel publicaba una entrevista con los líderes de los dos principales partidos del parlamento Europeo: Martin Schulz (PSE) y Jean-Claude Juncker (PPE). El periodista les hacía la siguiente pregunta: "¿Dónde se encuentran, a su parecer, las fronteras de la Ue?". El líder conservador respondía, con ingenio, que si fuera posible contestarla, no le habría hecho la pregunta y luego añadía que no es necesario saberlo sino estar seguros de que quien entre a formar parte de ella sea capaz de cumplir con los criterios requeridos para estar ahí. El líder socialdemócrata respondía, en cambio, que no es posible seguir ampliando la Unión europea de forma indefinida sin antes reformarla.
Para el primero lo importante no es saber dónde está la frontera sino qué hace falta para estar dentro de ella. Las fronteras no distinguen identidades sino niveles de riqueza, nos dice. Para el segundo, en cambio, delimitar un espacio es algo necesario porque, explica luego, la gente está perdiendo confianza en la eficacia de la Ue. Las fronteras no nos definen, nos hacen eficaces, viene a afirmar. Para el primero la incertidumbre es aceptable a condición de que tengamos la certeza de ser ricos, para el segundo, en cambio, no es posible que el precio de esta incertidumbre sea la incapacidad para solucionar problemas. Su reivindicación era, acto seguido, una Ue solucionadora de problemas.
Volvamos ahora a mi barrio y pensemos en estos criterios: la riqueza y la eficacia. Eso es, curiosamente, lo que rige a menudo el voto en las elecciones municipales. Se evalúa la gestión de un consistorio y se reproduce la fisonomía social del mismo. Los barrios ricos acostumbran a votar a quienes parecen ricos y los pobres a quienes parecen pobres. De ahí que en un barrio de clase media o media-alta con instalaciones que funcionan, obras que mejoran la calidad de vida y una cierta variedad social y cultural dentro de una ciudad en plena expansión y dirigida por un partido socialdemócrata, el candidato socialista se mantenga en cabeza pese a la debacle de su partido. Pero de ahí también que el ascenso del Frente Nacional, mucho mayor que la pérdida de votos de la derecha tradicional, nos recuerde que tal vez, incluso en la vida práctica de un barrio, la política esté dejando de aportar soluciones.
Porque de hecho solucionar problemas no es hacer política, es activismo, lo cual es una parte de la política, por supuesto, pero una parte que no requiere la organización de elecciones ni la existencia de representantes. Nos lo han recordado recientemente las marchas por la dignidad y lo hacen casi de manera cotidiana plataformas como la PAH. La política como institución, aquella que da lugar a una forma de gobierno cuya articulación con este activismo todavía estamos tratando de definir, es una manera de expresar continuamente (y así renovarlas) las razones por las que vale la pena y por las que deseamos vivir juntos. Porque este, el vivir juntos, es el verdadero problema al que se enfrenta la política.
Por eso, cuando estas razones se reducen a ser eficaces y ricos, tal vez lo más lógico sea dejar de creer en la política (la abstención) o decidir que no vale la pena vivir juntos porque esto acarrea más problemas que soluciones (la extrema derecha y el populismo europeo). Esto es exactamente lo que se prevé que pase en las próximas elecciones europeas y es lo que está pasando, a expensas de los resultados de la segunda vuelta, en las elecciones municipales francesas. Este es el problema de la política, el de Europa y el de mi barrio. Nuestro problema. La última razón para votar de nuevo.
¿Hasta cuándo?
Comentarios
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