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La macrogranja política

Pepe Viyuela

La macrogranja política
El presidente del PP, Pablo Casado, ofrece declaraciones a los medios, durante su visita a una explotación ganadera extensiva de vacuno en Navas del Marqués, a 14 de enero de 2022, en Navas del Marqués, Ávila, Castilla y León (España).- Rafael Bastante / Europa Press

Hay partidos políticos que han convertido la mentira en el caldo en el que cuecen cada día sus discursos. Cada palabra, cada argumento de sus consignas ha sido previamente hervido en un aguachirle tóxico, que goza ya de un cierto sabor a pocho.

De puro mentir, han conseguido que sobre todo lo que dicen caiga inevitablemente el peso de la duda. Es imposible confiar en ellos y siempre surge la sospecha sobre su capacidad para superar esa atracción fatal por la patraña.

Quizá se dieron cuenta hace tiempo de que decir la verdad puede ser para ellos un problema para ganar elecciones. Es posible que sea por eso por lo que mienten como bellacos y prefieren navegar en la ciénaga de la falsedad y la calumnia, optando por pescar en su río revuelto hasta los peces más venenosos.

Hay que reconocerles el logro de haberse convertido en maestros del arte de la trola, así como el de ser auténticos expertos en repetirla con ahínco, hasta que rinda sus frutos. Ya se sabe: "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad", Goebbels dixit.

Su consigna es: miente si hace falta y si te pillan mantente firme y no enmiendes. Aunque se te quede cara de póquer y no sepas qué decir, lo importante es mantener el cuento de la indemnización de un finiquito en diferido.

La comparecencia en días pasados de un conocido registrador de la propiedad en la comisión de investigación por un caso llamado Kitchen, y que quizá debiera haberse llamado Water, se convirtió en una escenificación de libro del cinismo y la trapacería de la que hacen gala los enemigos de la verdad. Negar la evidencia fue la estrategia del prestigioso y brillante registrador. Además, todo hay que decirlo, lo hizo con la prepotencia de los muy españoles y los mucho españoles.

Si nos remontamos a la oscura noche de los tiempos, este mismo registrador ya exhibió un enorme desparpajo cuando alcanzó el título de Señor de los Hilillos en una crisis ecológica sin precedentes en nuestro país. De aquel chapapote vinieron estos lodos.

A aquella misma noche de los tiempos se remonta también el juramento de un expresidente de bigotes, al sostener, sin despeinarse, la existencia de unas supuestas armas de destrucción masiva nunca aparecidas, con las que pretendió justificar la participación en una guerra que, esta sí, se convirtió en una dolorosísima verdad. Las víctimas provocadas siguen clamando justicia, mientras él continua luciendo su bigote por convenciones, conferencias y despachos del orbe. ¿Tendrá algo que ver con esto que aquella guerra se haya dado en llamar Guerra del Golfo?

En esta retahíla de patrañas podemos recordar también la mentira podrida acerca de la autoría de un atentado acaecido un triste 11 de marzo y de la que, por supuesto, nadie se ha desdicho; la negación constante de la existencia de cajas B (eufemismo para hablar de un dinero más negro que el betún) o de másteres universitarios regalados a base de influencias. ¿Alguien da más?

Pues sí, porque la verdad parece haber ido convirtiéndose, para ellos y sus vecinos del primero derecha, en causa de alergia cuando escriben sus consignas y diseñan sus campañas. Mentir es la moneda de cambio con la que alcanzar sus objetivos, y parecen estar dispuestos a seguir engañando a destajo, dejando un rastro infame y sucio en cada acometida, con tal de llenar las urnas de papeletas con su nombre.

La ascensión electoral de algunos de estos hijos de la mentira responde a su capacidad para el trileo, a su habilidad para esconder la bolita en la manga, mientras te quitan la cartera o para arrogarse los éxitos de otros o desentenderse de los problemas que no saben o no quieren resolver.

Se adivina en ocasiones la mano aviesa y sin escrúpulos del ventrílocuo en la sombra, así como la capacidad para diseñar enredos y falacias que acaben siendo electoralmente rentables. Sus diseños de campaña son efecto de un marketing amarillista feroz y están cada vez más lejos de la ideología y de la ética. Sencillamente no encajan la derrota y, cada vez que pierden un comicio, acusan al adversario de ilegitimidad, convirtiendo las legislaturas en un caos o en lo más parecido a un vertedero de falsedades, donde parece ser que les resulta más fácil y cómoda la supervivencia.

El proceso electoral en Castilla-León, último episodio de Rocambole y que también ha sido adelantado usando mentiras como excusa, (no lo digo yo, sino un señor llamado F punto Igea), ha provocado que se pise el acelerador de partículas de los embustes, consiguiendo que el sosiego necesario para el debate desaparezca y que las diferencias amenacen con dirimirse en un ambiente de crispación y pestilencia.

Tengo la sensación de que estos días nos vamos a hartar de ver candidatos inmersos en ambientes porcinos, fotografiándose al lado de pobres vacas y ovejas que no tienen culpa de nada, pero que van a asistir con sorpresa a la extraña presencia de seres con apariencia humana, que se despojan de la corbata para exhibir campechanía, mientras afilan el colmillo electoral.

En honor a la verdad, hay que decir que existen partidos políticos convertidos hace tiempo en inmensas macrogranjas de mentiras, que vierten impunemente sus residuos sobre nuestra democracia. Mentiras y basura servidas en el comedero de unos medios de comunicación a su servicio, pero que consumimos todos, y que están atentando contra nuestra salud democrática.

El sustento sano y frugal de la honestidad y el respeto a la verdad parece haber sido sustituido por la comida basura rápida y tóxica de un discurso falsario, de fácil consumo, pero de pesadísima digestión.

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