Dominio público

Apuntalar el proyecto neoliberal

Miquel Ramos

Periodista

Apuntalar el proyecto neoliberal
El presidente nacional y candidato a la presidencia del Gobierno de Vox, Santiago Abascal, participa en un acto de su partido en el Palacio de la Ópera, a 26 de junio de 2023, en A Coruña, Galicia (España). Abascal ha participado hoy en un acto de precampaña de cara a las elecciones generales del 23 de julio.
M. Dylan / Europa Press

Las élites siempre han necesitado a un dóberman que le custodie el cortijo. Que muerda al extraño, al obrero indisciplinado y a quien sea que el patrón señale. Es la función de la extrema derecha desde siempre, y no hay más que analizar su papel histórico y su sintonía hoy en todo el programa y política económica de las derechas: siempre en beneficio de las élites y siempre sin cuestionar el orden neoliberal. Siempre apuntando hacia abajo, segando derechos, y nunca molestando al amo. Los grandes capitales están muy tranquilos siempre con las extremas derechas.

Algunos ciudadanos llevan varios días en modo pánico viendo como la derecha no ha tenido ningún escrúpulo a la hora de pactar la extrema derecha. Aunque ya llevaban tiempo hablando el mismo idioma y haciendo manitas en público, había gente que albergaba todavía cierta esperanza en que el PP no abriese tan fácilmente las puertas a Vox en las instituciones. Gente que confiaba en una derecha moderada, civilizada, en un centro político que nunca existió.

Gente que quiso creerse a la candidata del PP extremeña, María Guardiola, y su supuesta responsabilidad democrática cuando hizo mención de los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI para justificar el no pacto con Vox. Finalmente, como ya advertimos, el PP ha acabado rectificando y ella, con la cabeza gacha pidiendo disculpas a los ultras y dándonos la razón. Ni ser un fascista ni andar con fascistas tiene hoy ya reproche alguno. De esto se han encargado los eternos equidistantes que tan solo consideran estas ideas como políticamente incorrectas, y que hay derechos que, como todo, son tan debatibles como prescindibles si así lo quiere la gente.

Hubo un tiempo en el que la derecha quiso arrebatar algunas causas a las izquierdas, vistiéndose de tolerante, inclusivo y diverso, agitando la bandera LGTBI con una mano mientras con la otra presentaba recursos contra las leyes de igualdad o de matrimonio de personas del mismo sexo. Hoy incluso se atreven a afirmar que fueron pioneros en la defensa de estos derechos, mientras pactan con la ultraderecha que los niega. Eran tiempos en que parecía que existía cierta hegemonía progresista, algo que los posfascistas llaman hoy ‘marxismo cultural’ para criticar que los maricones y las bolleras ya puedan ir relativamente tranquilos agarrados de la mano por la calle. Y aunque les dé asco, a veces hasta son capaces de usar los derechos de estos colectivos como arma arrojadiza contra los extranjeros, ya que si existe machismo y homofobia en España es porque alguien la trajo en patera. Aunque ellos luego legislen contra los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI. Pero al votante ya le da igual que digan hoy esto y mañana lo otro, incluso al votante LGTBI de derechas, porque su proyecto, su voto, no es tanto en función de su orientación sexual sino de su clase, ya sea real o aspiracional.

A veces, a ese dóberman que es la extrema derecha no le hace falta ni morder. Por inercia, ningún gobierno llamado progresista ha ido más allá de los márgenes impuestos por quienes nunca fueron elegidos por la voluntad popular. Por esas élites que aceptan cambios estéticos, banderas en los balcones y hasta algunas políticas públicas para parecer que en su cortijo también se preocupan por la violencia machista y por los derechos humanos. Tímidos avances en materia de derechos, libertades y mejoras salariales, algo que les sirva para apuntarse un tanto, tener contenta a una parte de la sociedad y que haga sentirse útiles a los políticos progresistas. Medidas que, sin duda, son un alivio para muchísima gente, pero que son perfectamente asumibles para el neoliberalismo, que tiene recursos para todo, incluso para vestirse de rojo si hace falta.

Pero estas élites están convencidas de que nadie se atreverá a más, a tocar la estructura ni a cuestionar el statu quo. Y así lo confirman quienes llamándose progresistas son incapaces de llevar a cabo una ley de vivienda valiente que acabe con tantas familias en la calle o invirtiendo todo su sueldo en pagar su alquiler. Promueven medidas contra la subida de los precios que no alteren los beneficios de los grandes capitales, y dan ayudas a discreción sin tener en cuenta la renta de los beneficiarios. Repartamos responsabilidades y seamos honestos, ya que algunos gobernantes siguen empeñados en tratar de gilipollas a los ciudadanos echando siempre la culpa al otro, cuando han sido incapaces ya no solo de plantar cara sino de explicarnos esos límites dónde están y quiénes los han puesto.

La extrema derecha es el perro, el espantapájaros y el navajero, el que unos usan para disciplinar y otros para asustar. El que viene a apuntalar todavía más el proyecto neoliberal después de las sucesivas traiciones y rendiciones de la socialdemocracia y el aplastamiento y fracaso de una izquierda que se lanzó a pelear en las instituciones. Y vive no solo del miedo y de los huesos de sus amos, sino de la impunidad que le permite todo aquél que pasa por el gobierno.

En política hay que pensar siempre a largo plazo, y si de algo nos debe servir esta reconfiguración actual del neoliberalismo con numerosos posfacistas al mando, es defender derechos y defender la diversidad desde la lucha de clases. Es a no desligar las luchas de tantos colectivos que lanzan a la papelera de la lucha contra esas élites que perpetúan la precariedad y la miseria. Hay herramientas y experiencias suficientes para ponerse a trabajar en ello. Ante las futuras crisis que vienen, no solo económicas sino también climáticas.

Las derechas, sean las que pretenden situarse en el inexistente centro como las que van a calzón quitao, tienen todas los mismos objetivos, más allá de querer vivir eternamente del cuento, y hacer ricos a sus amigos. El proyecto neoliberal requiere diferentes cartas para jugar esta partida, y en estos tiempos se está librando, además de la eterna lucha de clases, otra batalla por desechar aquello en lo que la izquierda sigue teniendo cierta autoridad moral por haberlo defendido siempre (una de facto, otra solo de manera retórica), que son los derechos humanos. Y para ello sitúa en cabeza a la extrema derecha, para que ladre y muerda y para que mantenga a raya a la izquierda y a cualquier colectivo que pretenda quitarle al patrón su derecho a orinarte en la cara. La extrema derecha no es otra cosa que eso. Y para eso ha venido ahora, para mantener el orden neoliberal a cualquier precio.

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