La pregunta "¿cree que podría haber un James Bond gay?" que se le hizo al actor Daniel Craig durante el Festival de Cine de Venecia y que tantas opiniones dispares provocó no es improcedente ni descabellada. No es improcedente porque se la plantean al último actor que interpretó al famoso agente secreto en la gran pantalla. No es improcedente porque cuando se rumoreó que el actor Luke Evans, abiertamente homosexual, podía interpretar al nuevo James Bond, la heteronorma puso el grito en el cielo. Y no es improcedente porque se formula en la presentación de una película titulada Queer, basada en la novela del mismo título del escritor gay William S. Burroughs, aunque sus matrimonios heterosexuales puedan haceros pensar lo contrario, dirigida por Luca Guadagnino, director abiertamente homosexual, en la que interpreta a William Lee, un hombre homosexual mayor, y algo decadente, perdidamente enamorado de un joven que no le desea, en el México de los años 50. No sé, llámenme disoluto pero no veo nada inapropiado en ese contexto para formular la dichosa pregunta. Y no es descabellada porque basta ver los titulares de los medios al respecto, y los comentarios que ha suscitado, para confirmar que no era desacertada.
¿Puede entonces James Bond ser gay? La respuesta sería afirmativa pero con matices. Puede ser tan gay como Superman, Indiana Jones o Harry Potter porque todos ellos son personajes de ficción. Otra cosa es que haya una coherencia entre el personaje creado por Ian Fleming en 1953, encumbrado por el mito cinematográfico tras la primera adaptación a la gran pantalla, en 1962, y su imprevista orientación sexual. Eso me llevaría a reformular la pregunta. ¿Puede James Bond ser bisexual? Y aquí la respuesta sería rotunda: sí.
"No hay forma alguna de saber, de verdad, los deseos de James Bond", respondió Luca Guadagnino a la pregunta de la rueda de prensa en Venecia. Y es cierto. No podemos asegurar los deseos de un personaje de ficción cuando ni siquiera podemos afirmar los de un personaje real. Pero, a diferencia de la representación del personaje histórico y verídico, el rol ficticio sí puede abrirse a mostrar deseos ocultos o reprimidos en una de sus múltiples traslaciones a la gran pantalla sin temor a ser incorrectos con la realidad. Porque James Bond no es real.
He leído a personas que consideran una torpeza inconexa la respuesta de Guadagnino porque los deseos de Bond son perfectamente reconocibles, ya que en cada una de sus veintisiete películas hay una chica Bond con la que tiene sexo. O, al menos, una tensión sexual. No estoy de acuerdo. Lo que nos muestran los guiones y las películas de Bond son los hechos que protagoniza Bond, no sus deseos. Como ya decía Freud, una cosa es el principio de placer y otra, el principio de realidad. Puede que solo nos hayan enseñado a James Bond liándose con mujeres pero ¿quién nos asegura que no desease a algún hombre en la clandestinidad? Podría estar dentro del armario bisexual. Todas esas posibilidades son factibles. Porque James Bond no existe y podemos reinterpretarlo tantas veces como queramos. De hecho, me atrevería a decir que el propio Daniel Craig saliendo de la playa a lo Ursula Andress/Halle Berry en "Casino Royale" es una secuencia muy gay.
Los prejuicios frente a las versiones o reinterpretaciones de personajes ficticios universales tienen más que ver con el supremacismo de aquel que siente que se están alterando los pilares sobre los que ha asentado su cultura popular desde una subjetiva perspectiva heterosexual, blanca y colonialista. La blanquitud y la heterosexualidad infunden poder y privilegio, lo que hace que se considere a todas esas personas que no cumplan con alguna de esas características, o con ninguna, como seres a los que someter, educar, esclavizar, criminalizar, evangelizar o, llegado el caso, proteger. Porque el colonialismo, también el cultural, tiende a crear la figura del salvador blanco a quienes las comunidades desfavorecidas deben agradecer que haya tenido la delicadeza de tratarles como seres humanos.
Esas personas utilizan el término falsa inclusión para disfrazar su prejuicio. Recordemos que cuando Disney decidió que la protagonista del live action de La Sirenita estuviese interpretada por la actriz negra Halle Bailey, hubo quien llegó a decir que las sirenas no podían ser negras porque en el fondo del mar, donde habitan, no llega la luz solar y, por lo tanto, no pueden obtener vitamina D y serían de un blanco impecable. Se les olvidaba a todos estos que ¡las sirenas no existen! Pueden ser como a nosotros nos dé la gana ¡porque no existen!
Otra cosa es cuando representamos en la ficción a personajes históricos. Vamos a acordarnos de la escandalera que se montó cuando HBO presentó la miniserie Ana Bolena en la que la protagonista era la actriz negra Jodie Turner-Smith. Eso no responde a un interés fidedigno de contar la Historia. La simple dramatización de los hechos y personajes históricos, para hacerlos amenos e interesantes al espectador, ya es una transgresión de la realidad. Para mí, en ese caso, que Ana Bolena fuese negra era un acto político. No le quita a Ana Bolena su blanquitud. Lo que hace es alterar artificialmente una realidad histórica monocromática que nos obliga a cuestionarnos, precisamente, esa realidad. Porque nuestra manera de ver el mundo es blanca. Por eso aceptamos sin complejos que Elizabeth Taylor sea Cleopatra. Porque nuestros ojos se han educado en el privilegio de la blanquitud y todo lo que no sea blanco, se alteraba para ajustarlo a los gustos y preferencias del privilegio. Solo cuando un símbolo blanco es cuestionado se produce la reacción.
Llegados a este punto, planteo otra pregunta: ¿podría un director hacer un remake de The Rocky Horror Picture Show y convertir al doctor Frank-N-Furter en cishetero? ¿Podríamos reinterpretar al personaje de Joe Buck de Cowboy de medianoche y alejarlo de su bisexualidad y que sea profundamente heterosexual? La respuesta sigue siendo sí. Lo que sucedería en estos casos es que se estaría arrebatando a los personajes de gran parte de su identidad solo para adecuarlos al interés del privilegio y la norma, privando a las comunidades LGTBI+, históricamente invisibilizadas e infra-representadas, de sus referentes. Eso, por el contrario, si James Bond es bisexual, no sucede. Es verdad que el personaje fue creado heterosexual. Dudo que en los años 50, Fleming pudiese haber imaginado otra cosa. De hecho, Bond es un símbolo tradicional de masculinidad que mola subvertir. No hay nada reivindicativo en hacer de Ennis del Mar, uno de los protagonistas de Broadback Mountain, un chico hetero. Lo que no hay es historia. Sin embargo, James Bond puede ser bisexual y seguir luchando contra los malvados de Spectre sin problema y sin alterar su identidad cinematográfica. Ahí lo dejo.
Comentarios
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