Dominio público

Ganar a las derechas

Antonio Antón

Sociólogo y politólogo

Ganar a las derechas
Giorgia Meloni y Keir Starmer. Imagen de archivo. Europa Press.

El giro conservador, regresivo y autoritario, se refuerza en Europa con el ascenso de las derechas extremas. En un reciente artículo, La amenaza ultra, analizo sus características. Aquí, tras el detalle complementario sobre la representatividad electoral de las distintas corrientes políticas en el Parlamento europeo, explico las estrategias -fallidas- para evitar esa involución derechista y, frente a cierta actitud de impotencia y resignación, cómo frenarla y garantizar una trayectoria democrática y de reforma social progresista en España y Europa.

El avance derechista y sus ejes estratégicos

En términos representativos los resultados de las recientes elecciones europeas, con 720 escaños a repartir (entre paréntesis el porcentaje y los escaños en las elecciones de 2019, con 703 escaños) son los siguientes: el bloque de las derechas tradicionales (democristianos y liberales y centristas) consiguieron el 37% de votos, con 265 escaños (35% y 245); el bloque de las derechas extremas, 26% de votos y 187 escaños (17% y 118), y las izquierdas (centroizquierda socialista, izquierda transformadora y verdes) el 33% y 235 escaños (35% y 245). Los no inscritos se quedan en 33 escaños (4%) desde los 63 (9%), son heterogéneos y se redistribuyen por su afinidad entre los tres principales agrupamientos.

El descenso de los bloques de la izquierda y la derecha tradicional es limitado, dos puntos cada uno, pero el de las ultraderechas asciende nueve puntos. Tres aspectos se pueden añadir. El conjunto de las derechas alcanza los dos tercios, con un papel cada vez más influyente de las extremas. En el bloque de la derecha tradicional mejora el sector democristiano y empeora el liberal-centrista. Y en el bloque de las izquierdas, la corriente socialista tiene un ligero descenso, los verdes una fuerte recaída y la izquierda transformadora un ligero ascenso.

En la composición de la nueva Comisión Europea, liderada por la democratacristiana alemana Ursula von der Leyen, predomina la derecha tradicional, con la presencia significativa del centroizquierda socialista, con la española Teresa Ribera en una vicepresidencia, y un representante -italiano- ultra.

Junto con este mayor peso representativo e institucional de las derechas, lo más relevante es la propia derechización política y mediática de los principales ejes estratégicos de la Unión, así como de países relevantes como Italia y Países Bajos, que alcanza al núcleo francoalemán, determinante de la política europea.

Primero, la política migratoria, con un ascenso de la segregación racista y una involución de los derechos humanos y de la actitud de acogida, integradora en lo social y de respeto y diálogo en lo étnico-cultural.

Segundo, la apuesta militarista y de dependencia de los intereses estadounidenses en los conflictos geopolíticos, con la permisividad hacia la estrategia colonialista y genocida del gobierno israelí respecto del pueblo palestino. Todo ello deja al descubierto la desvalorización del derecho internacional y humanitario, las normas morales universales, reflejadas en la Carta de la ONU, y la deslegitimación occidental ante los pueblos del Sur global.

Tercero, la orientación neoliberal de la política socioeconómica, cada vez más alejada del modelo social europeo y sus implicaciones redistributivas, ecofeministas y de defensa de los derechos sociales y la consolidación del Estado de bienestar, lo que supone la continuidad de las fracturas sociales y de género y un profundo malestar popular.

Y cuarto, el incremento transversal de la desafección política hacia la democracia liberal, las propias instituciones gubernamentales y europeas y, en particular, hacia los propios mecanismos de intermediación como las élites de los principales partidos políticos y los grandes medios de comunicación.

Estos rasgos expresan unas relaciones de fuerza socioeconómica e institucional, obedecen a unos intereses y trayectorias de las élites dominantes y grupos de poder europeos respecto de sus desafíos estratégicos, con su intento de relegitimación ante las sociedades europeas. Es el conflicto, todavía irresoluble hoy, entre democracia, con una articulación débil de las izquierdas y movimientos sociales progresistas, y nueva fase neoliberal regresiva que se inclina hacia el hegemonismo competitivo y el autoritarismo iliberal.

Autoritarismo para contrarrestar su frágil legitimidad

Lo que interesa destacar es la falsedad del análisis y los argumentos en que se basa ese giro reaccionario. Ante la fragilidad de su legitimidad social se genera su reafirmación autoritaria en detrimento de la democracia, los derechos sociales y las libertades públicas, así como con una nueva prepotencia imperialista respecto del Sur global.

Particularmente, desde la gran crisis socioeconómica y su gestión regresiva y prepotente en los años 2008-2014, con gran precariedad y sufrimiento para las mayorías sociales, especialmente del sur europeo, el desarrollo económico y social gradual, general y duradero se ha quebrado. Y ante esa dificultad legitimadora de las élites gobernantes europeas, las nuevas derechas extremas, con el seguidismo de las derechas tradicionales, han tenido que renovar su discurso. Han reorientado las causas y las responsabilidades del retroceso de las condiciones vitales de amplios ámbitos populares. Y han encontrado eco, particularmente, entre sectores con anteriores ventajas relativas y perdedores en términos comparativos, incluido las grandes oligarquías europeas subordinadas en su competencia por el mercado mundial y su decreciente peso geopolítico.

La nueva ofensiva propagandística, amparada en su control mayoritario de los grandes medios de comunicación, conlleva la culpabilización racista de la población inmigrante, el descrédito a las demandas sociales y los servicios públicos, o el supremacismo blanco y neocolonial frente a poblaciones del Sur global, acompañado de una nueva militarización prepotente de las relaciones internacionales. Todo ello añadido a la reacción conservadora frente a los avances feministas que cuestionan las ventajas patriarcales o el negacionismo climático.

La explicación dominante de las derechas tradicionales, así como del centrismo liberal e, incluso, de sectores socialdemócratas, verdes y de la llamada izquierda rojiparda, se fundamenta en un criterio de apariencia democrática: la representación de las opiniones de la gente. Así, entre las élites políticas y mediáticas, con la correspondiente pugna sociopolítica y cultural, entra en juego la valoración de cómo se forma la opinión pública y cuáles son la actitud y las mentalidades de la sociedad y los electorados. La respuesta progresista, con realismo, debe contrastar esa involución estratégica y discursiva con los principios y valores democráticos para ejercer su función de liderazgo sociopolítico y ético, superando el pragmatismo inmediatista.

La manipulación del sentido común

La cuestión es que el ‘sentido común’ de amplias franjas populares se modifica por las necesidades del poder establecido de garantía del orden social y la reproducción de su dominio. Las ultraderechas cubren una función de derechización política y sociocultural, en beneficio de un nuevo reequilibrio de poder y su legitimidad. Y las derechas tradicionales, que ven mermados sus electorados, se inclinan por el seguidismo para, supuestamente, recuperarlo. El resultado es que se amplían esas opiniones y actitudes reaccionarias, que consolidan una base social ultraconservadora.

Es incierto el argumento de que arrebatar a las derechas algunas de sus banderas regresivas o autoritarias, con la expectativa de representar a esos sectores sociales que se derechizan, permite recuperar cierto espacio electoral o reducir su base social. Pero, sobre todo, es una degradación democrática y ética que perjudica la credibilidad con las propias bases sociales de izquierda o progresistas y las desactiva.

Esta dinámica centrista en las izquierdas ya empezó a operar en los años noventa (y antes), con la estrategia socialdemócrata de la tercera vía o nuevo centro, y constituye un fracaso tras un primer espejismo exitoso. Esa tendencia adaptativa ha sido imparable desde entonces, salvo excepciones.

La gran enseñanza histórica es que la virtud no (siempre) está en el centro, idea de gran arraigo y dominante desde Aristóteles (y Confucio), salvo en los grandes reajustes de poder, especialmente en el plano internacional que conllevaba, como sabía Maquiavelo, la guerra, el conflicto y la prepotencia del poder soberano.

Las derechas están en proceso de rectificación hacia la polarización extrema, comenzando por el trumpismo; se alejan del centro con el pretexto del deslizamiento popular hacia la derecha, cuando el motivo principal de su giro ultraconservador es la exigencia de mano dura y hegemonismo de los grupos de poder. Son los mismos poderes establecidos quienes están cuestionando ahora el consenso liberal o el pacto social, por un reequilibrio más favorable de su poderío económico, político-institucional y geopolítico. Lo acompaña un nuevo discurso justificativo que sirva para mantener cierta legitimidad pública y cohesión social, junto con mayor control social, sin que -de momento- haya un vuelco hacia unos Estados totalitarios y una guerra mundial abierta.

Esa tendencia autoritaria es dominante en el plano institucional y económico pero tiene frenos sociales y contra tendencias democráticas de la ciudadanía. Están derivados de sus fracasos representativos evidentes. Tenemos un ejemplo significativo en España: la amplia activación cívica, con nuevos sectores críticos conformados por la gran marea progresista y democratizadora simbolizada por el 15M, que conformó un nuevo campo sociopolítico, junto con la refundación sanchista del PSOE, tan denostada por las derechas, tras un lustro de crisis política y debacle representativa por su gestión regresiva de la crisis socioeconómica. Ambas dinámicas han supuesto cierto giro hacia la izquierda y la colaboración en los gobiernos de coalición progresista. Es el ciclo sociopolítico que se pretende cerrar.

Nuevo impulso reformador progresista

La cuestión es que su impulso reformador se ha ido debilitando, con el acoso de poderes fácticos y mediáticos a la izquierda transformadora. El conjunto de las izquierdas disminuye su representatividad y la amenaza derechista vuelve a resurgir. Crece la tentación socialista del giro centrista como coartada para mantener la mayoría electoral y parlamentaria. Craso error.

La estrategia ganadora de las izquierdas no deriva del deslizamiento político hacia el centroderecha, o por asumir postulados derechistas. Son pretextos para esconder la verdadera motivación impuesta por la realpolitik, por la adaptación a los intereses de los grandes poderes establecidos, como en los temas antedichos.

También es insuficiente una simple vía comunicativa o de denuncia de las medidas concretas regresivas, los proyectos estratégicos reaccionarios y las actitudes conciliadoras con ellos. La lucha cultural o, si se quiere, el debate ideológico es necesario, pero debe estar vinculado al fortalecimiento de la capacidad de activación cívica y la participación popular de la gente, a la dinámica transformadora real de las relaciones sociales y las condiciones vitales de la población. Solo así se garantiza la ampliación y la sostenibilidad de unos electorados progresistas, con su articulación democrática.

El elemento clave es la credibilidad transformadora ante las mayorías sociales. No solo de la acción reformadora progresista y democratizadora sino, en la medida que están constreñidas las posibilidades parlamentarias e institucionales, por el compromiso y la garantía de la trayectoria de esas fuerzas de progreso, por la posibilidad de generar fuerza social y representativa capaz de asegurar a medio plazo la mejora de la situación socioeconómica, política y cultural de la sociedad. En esa medida, las fuerzas progresistas y de izquierda ganarán mayor confianza popular y podrán ampliar sus electorados y, con sus recursos democráticos, ser capaces de cambiar el país y la vida de la gente en un sentido de progreso.

El año 2027, con las elecciones municipales, autonómicas y generales -si no de adelantan- está en el horizonte. Constituyen un reto para el conjunto de las izquierdas y, en particular, para la izquierda transformadora y su capacidad articuladora. La orientación no es novedosa. Se trata de la democratización institucional, incluida la territorial, y la reforma social progresista, exigidas por la marea cívica iniciada hace tres lustros frente al avance derechista, dinámica que refleja la excepcionalidad española y que, en la medida de su adecuación y reafirmación, consolidarán una imprescindible senda de progreso.  

Más Noticias