Dominio público

Un burka (digital) por amor

Diana López Varela

Un burka (digital) por amor
Una mujer en el sofá con su teléfono móvil.- RDNE Stock project.

"Estar en llamada mientras duermes para no sentirse solo incluso aunque la otra persona esté haciendo algo", "Que duerma contigo en llamada es otro nivel", "el feeling de hacer llamada con tu pareja para dormir (duermo mejor cuando siento su respiración), "Y esa fue la noche más linda del mundo (dormimos por primera vez en llamada toda la noche", son los títulos de algunos de los miles videos de TikTok protagonizados por chicos y chicas adolescentes que presumen del uso de la videollamada para dormir con sus parejas en la distancia, llenos de montajes graciosos con ruidos de ronquidos y tiernos clips acompañados de música melódica y cero críticas al hecho de acostarse con una cámara de videovigilancia enfocándoles permanentemente el rostro mientras al otro lado un Gran Hermano omnipresente y fiscalizador sigue todos sus movimientos, hasta soñando. Videos que fomentan la dependencia enfermiza, el control, que confunden la disponibilidad constante con el amor, que destacan lo romántico que es que una persona en la distancia te escuche y te grabe (incluso aunque la finalidad sea subirlo a redes sociales) y que, en definitiva, te controle, mientras te encuentras en una situación de vulnerabilidad.

El cambio tecnológico de los últimos veinte años ha convertido a los supuestos nativos digitales -a los que les suponemos unas capacidades tecnológicas de las que carecen- en auténticos esclavos digitales (el propio término "nativo digital" está en entredicho y los expertos señalan que las herramientas los usan a ellos, y no al revés). La tecnología no ha venido para liberar a nuestras hijas e hijos, sino para convertirlos en adictos y para rearmar la forma de organización social más antigua y violenta que existe: el patriarcado. Mientras las chicas acceden a formas de control cada vez más extremas, la opresión se disfraza de libertad e igualdad ya que, como indica la filósofa Ana de Miguel, el patriarcado del consentimiento sirve para justificar todo tipo de explotaciones con un único argumento "lo hacen porque ellas quieren". Pero ¿quieren realmente todas esas chicas dormir con la videollamada encendida cada noche, enviar una foto para dar fe de cada cosa que hacen y geolocalizarse en tiempo real para que su novio sepa dónde están? ¿Quieren compartir sus contraseñas, sus conversaciones privadas y sus mismísimos sueños? La violencia machista en la adolescencia queda oculta en una generación infoxicada y desinformada a través de las redes sociales y en donde el móvil ya se ha convertido en una especie de burka digital: una herramienta imprescindible para que el maltratador siga ejerciendo violencia sobre su víctima a todas horas, y en todas partes.

Señala la socióloga Carmen Ruiz Repullo, en su participación en el IX Congreso bienal del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, que en los últimos años han aumentado mucho las dificultades en el campo de la prevención en jóvenes debido al silenciamiento de esas violencias. Cualquier profesional feminista que tenga contacto directo con adolescentes habrá visto el cambio de actitud de los jóvenes desde 2018 y, especialmente, desde el inicio de la pandemia: antes, las chicas se te acercaban para interesarse por temas como las prácticas sexuales violentas ahora, en cambio, se callan, o apenas muestran interés. Indica Repullo que los chicos se han hecho con el control público del discurso negacionista que reproducen con argumentos sencillos que sacan de los bros de las redes sociales, de memes y de stickers. Este "discurso hamburguesa" (rápido y sin elaborar) convence a los chavales de que ahora las mujeres tienen más derechos (1 de cada 2 chicos de 16 años piensa que se ha avanzado tanto que ahora los discriminados son ellos), de que la Ley Solo Sí es Sí criminaliza a los hombres, y de que la mayor parte de las denuncias son falsas. Las consecuencias son devastadoras: la incredulidad hacia la violencia de género calificada como un "invento ideológico" está arrasando a una generación en donde niñas de 11, 12 ó 13 años ya sufren malos tratos por parte de sus parejas de 14, 15 ó 16. En 2023, 665 chicas tenían medidas cautelares y 47 chicos de entre 14 y 17 estaban cumpliendo condena por violencia machista. Y si hay un aumento exponencial es el de las víctimas de violencia sexual, casi la mitad ya son menores de edad. Según la Fundación ANAR las agresiones sexuales detectadas por el Tfno/Chat de violencia de género en menores de edad aumentaron un 55,1% en los últimos 5 años. Los agresores, por supuesto, no siempre son menores de edad.

En el encuentro, celebrado en el Senado el pasado 8 de noviembre, Ruiz Repullo, investigadora en la Universidad de Granada y una de las mayores expertas en violencia machista en la adolescencia de nuestro país, expuso que el 85% de las víctimas de ciberdelitos sexuales son niñas, concretamente, menores de 13 años. Lo que quiere decir que en estos momentos tenemos a escolares de 5º y 6º de Primaria sufriendo sextorsión y ciberviolencia de manera cotidiana y normalizada porque en muchos de los entornos más cercanos a la víctima y en el enorme vertedero digital en el que socializan a diario, la culpabilización sigue recayendo sobre las mujeres. Lo estamos viendo con el caso Errejón y lo hemos visto con la propia Gisele Pèlicot: si era tan baboso, ¿por qué te fuiste con él? Si era tan mal marido, ¿cómo no te diste cuenta antes? Una culpabilización que en este caso se transforma para señalar a las niñas por haber enviado fotos íntimas con las que sus maltratadores las van a extorsionar, promoviendo el circuito del silencio y la sumisión. Conviene repetir muchísimo, hasta quedarnos sin aliento, que enviar nudes o videos eróticos no es delito, pero difundirlos a terceros -sea cual sea la manera de conseguirlos- sí lo es y está penado con hasta un año de cárcel. Además, la última reforma legislativa, ha introducido una nueva modalidad delictiva para castigar también a todos los que participen reenviando las imágenes de las víctimas.

Lo que no se conceptualiza, no existe o, como dice Repullo "conceptualizar es politizar". Es hora de que la educación afectivo-sexual llegue a todas las aulas de este país de manera integral, transversal y desde edades tempranas, tal como recomienda la propia Unesco, para identificar y señalar cuánto antes los primeros tramos de la violencia machista, esos que se romantizan a través de los productos culturales de los que forman parte los podcasters y tiktokers y que hablan de mujeres y de hombres de alto, o de bajo valor. Habrá que formar a docentes y dotarlas de tiempo para explicar a nuestros jóvenes y no tan jóvenes conceptos tan importantes como la autoestima, la privacidad y la intimidad. Habrá que apartar el velo que oculta las nuevas herramientas de control y aislamiento (esas red flags que son, sin duda, que un novio te exija enviarle una foto en tiempo real o que te escriba todo el rato al WhatsApp mientras estás con tus amigas). Habrá que poner el foco en esa culpabilización y el chantaje posterior que siempre ejerce el victimario para convertir a la víctima en responsable de sus actitudes de "celos". Habrá que advertir de todos esos castigos machistas que no lo parecen como lo son borrar los mensajes enviados cuando la novia no los puede leer para maltratarla psicológicamente por no estar disponible permanentemente. Habrá que incidir en que el perdón de un maltratador machista jamás es sincero, y en que las agresiones sexuales se tiñen muchas veces de falso consentimiento. Porque si conseguimos frenar este "primer tramo" tan normalizado, si conseguimos hacerles entender a las niñas y a los niños que el amor siempre está reñido con el sufrimiento y que quien bien te quiere te quiere libre, conseguiremos también que cada vez más víctimas se liberen a tiempo de su opresor y no pasen a un segundo nivel de desvalorizaciones, intimidación y agresiones físicas. Es en ese nivel, tal y como explica la investigadora, cuando la mayoría de las chicas que intentan dejarlo sufren las amenazas más crueles y devastadoras para su salud mental que casi siempre incluyen difundir material y contar "todo lo que hemos hecho".

Desgraciadamente, cada vez más a menudo, los intentos de control no cesan cuando la relación se rompe. No son pocas las mujeres, jóvenes y adultas, que relatan en foros cómo tienen la sensación de que sus exparejas siempre saben dónde están, han leído conversaciones privadas de sus chats de Instagram o de WhatsApp o han conseguido, incluso, el teléfono de un nuevo novio o amigo. Algunos maltratadores se nutren de las herramientas digitales o de apps de espionaje para seguir controlando a sus exs. Por eso, si sientes que te están controlando o que están controlando a tu hija, lo primero que hay que hacer es cambiar las contraseñas y retirar el acceso a terceros de todas tus cuentas y dispositivos. En este enlace del soporte de Google explican cómo hacerlo, paso a paso. Cambiar de teléfono móvil o abrirse una nueva cuenta de correo es una decisión radical, pero a veces necesaria. Guardar las pruebas de los dispositivos también es fundamental para la apertura de un posible proceso judicial, y es que la misma herramienta que las ha oprimido, las puede ayudarse a denunciar y a liberarse.

Padres, madres, profesores y sanitarios debemos estar en la primera línea de la educación sexoafectiva de nuestros menores, debemos hablar con nuestros hijos e hijas sobre sus relaciones, debemos implementar herramientas de control parental en todos los dispositivos a su alcance y debemos comprometernos personalmente con el uso racional de la tecnología y las relaciones de pareja saludables. Porque de nada vale dar sermones, si no damos ejemplo.

 

 

*Estos son algunos de los teléfonos de ayuda para jóvenes y adolescentes que sufren violencia machista o sexual: Teléfono 016 y WhatsApp 600 000 016, Teléfono de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo de la Fundación ANAR 900202010, Teléfono del Menor de las distintas delegaciones territoriales, Centros de Información a la Mujer y Servicios Sociales de cada municipio. Además del 112, el 091 (Policía Nacional), o el 062 (Guardia Civil) en casos de emergencia.

 

 

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