En estos días se publica la segunda edición del libro Pan y Toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español (Plaza y Valdés Editores). Esta segunda edición viene avalada por un prólogo a cargo del cofundador y coordinador de Alianza Verde y diputado de Unidas Podemos, Juan López de Uralde. Pan y Toros, que vio la luz por primera vez a finales de 2018, es un ensayo que recoge las principales conclusiones de una tesis doctoral que, tras años de investigaciones, sacaba a la luz la amplia tradición antitaurina existente en nuestro país.
El libro, escrito en un tono ameno, didáctico y con cierta carga de ironía, defiende, desde el rigor de los datos históricos, una serie de postulados que hasta ahora nunca antes habían sido puestos sobre la mesa de una manera tan contundente. A lo largo de este artículo voy a tratar de resumir los principales hallazgos que se plantean en Pan y Toros. Y lo haré con la esperanza de animar a las y los lectores a introducirse en la increíble riqueza que supone el pensamiento antitaurino español. Mi recapitulación se centrará en diez cuestiones. Empezamos.
- El antitaurinismo no es una moda. Demostrar científicamente que el antitaurinismo no es una moda fue la base de mi investigación académica. Puede parecer una tontería, pero no lo es. Situémonos en el año 2015, cuando comencé la tesis doctoral. En aquel entonces, y de una manera abusiva, titulares, columnas de opinión y entrevistas en diferentes medios insistían una y otra vez en la misma cuestión: el antitaurinismo no es más que una simple moda. Así, frases como "la moda antitaurina" o "el antitaurinismo que está tan de moda" aparecían recurrentemente en los medios de comunicación. Evidentemente, los que estaban detrás de estas afirmaciones eran representantes del lobby taurino. Al pretender sostener que el antitaurinismo español era una moda pretendían ridiculizar, minimizar y burlarse de una corriente política, social y de pensamiento que, como queda sobradamente demostrado y expuesto en Pan y Toros, no solo no es una moda, sino que sus primeros vestigios se remontan nada más y nada menos que al siglo XIII, cuando el rey Alfonso X El Sabio, en sus célebres ‘Leyes de Partida’, ya califica a los toreros —a aquellos que lidian reses por dinero— como infames. Repito: Alfonso X en el siglo XIII. Desde aquel momento, siglo tras siglo y generación tras generación, multitud de autores y autoras se han seguido posicionando contra la tauromaquia en España. Quevedo, Juan de Mariana, Alonso de Herrera, Jovellanos, Unamuno, Larra, Emilia Pardo Bazán, Carolina Coronado, Vicente Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez, Pi i Margall, Modesto Lafuente, Goya, Joaquín Costa, Clarín, Azorín, Antonio Machado, Emilio Castelar o Francisco Silvela, entre muchos otros, han sido destacados antitaurinos. ¿El antitaurinismo una simple moda? Sin comentarios.
- No son sólo nombres, sino argumentos. Pues eso, que esto no va únicamente de dar una mera lista de célebres nombres, sino de analizar los argumentos antitaurinos que plantearon todos y cada uno de estos grandes personajes. Así, históricamente, han sido cinco los grandes argumentos utilizados para denunciar la tauromaquia. El primero —y de los más antiguos— se fundamenta en que el sufrimiento de un animal —el toro— nunca puede ser tenido como diversión, entretenimiento o fiesta. El segundo argumento antitaurino más importante, por su parte, se basa en denunciar la muerte de personas que provoca la tauromaquia, señalando directamente al público, que paga dinero por ver al prójimo poner su vida en peligro. Quedan otros tres argumentos antitaurinos históricos, no menos importantes: la mala imagen que nuestro país proyecta al exterior por causa de estos sanguinarios, primitivos y bárbaros espectáculos; el nocivo efecto social que supone la normalización de la violencia taurina, sobre todo entre los niños y niñas de corta edad y, finalmente, el vergonzoso gasto de dinero público que conlleva la promoción, el mantenimiento y el fomento de la tauromaquia. Estos cinco argumentos pueden parecer muy actuales. No obstante —permítanme la desinteresada recomendación—, si leen Pan y Toros se asombrarán al descubrir que la mayoría de estos postulados ya se esgrimían hace seis y siete siglos.
- La falacia del antiespañolismo. A falta de otra posibilidad de salvaguardia, el lobby taurino se defiende atacando a los antitaurinos acusándonos de criticar la tauromaquia porque odiamos a España. Esta es otra falsedad que queda desmontada en el libro. Muy al contrario, tanto históricamente como en la actualidad, el antitaurinismo es un rasgo de patriotismo. No me refiero, claro está, a ese patriotismo de agitar la banderita y luego robar a manos llenas, sino al tipo de patriotismo —«patriotismo reflexivo» lo llamaba con mucho tino el gran antitaurino Azorín— que, deseando lo mejor para su país y para su pueblo, critica y combate aquellas costumbres que, como la tauromaquia, no solo no traen nada bueno a la nación, sino que la perjudican soberanamente. Por tanto, es falso que el antitaurinismo suponga ir en contra de España. Como digo, existe un patriotismo antitaurino cuyos grandes representantes son, entre otros y otras, Emilia Pardo Bazán, Joaquín Costa, Carolina Coronado, Jovellanos, Francisco Silvela, el Conde de Aranda o el general Martínez Campos, entre muchos otros.
- ¿Por qué el pensamiento antitaurino no se conoce? Esta misma pregunta me la han planteado varias veces a lo largo de estos últimos años. Y resulta una cuestión muy pertinente. Para responderla, lo diré claramente y en muy pocas palabras: los taurinos se han adueñado del relato de la historia y han impuesto lo que yo denomino una dictadura taurina o, lo que es lo mismo, han impuesto el pensamiento único taurino, silenciando todo atisbo de nuestro rico patrimonio histórico antitaurino. Así, solo nos ha llegado una versión de la historia, en la que la tauromaquia sería un misterio telúrico, hipermístico, arcánico, un enigmático ritual seglar y demás verborrea ininteligible de las que se gastan los taurinos dándoselas de cultos. El caso es que, para el imperante dogma taurino, el antitaurinismo es una simple moda actual más o menos pasajera y, como ya he dicho, no hay nada de cierto en esa afirmación. Es una simple cuestión de relatos y, en ese sentido, el todopoderoso lobby tauromáquico, con mucho apoyo institucional, ha impuesto el suyo. Ya es hora de dar un golpe en la mesa y empezar a llamar a las cosas por su nombre.
- Infancia y tauromaquia. Si me lo permiten, en esta cuestión me voy a extender un poco, porque la cosa tiene mucha miga. Como he señalado antes, una de las cuestiones que históricamente más ha preocupado a nuestros intelectuales ha sido la exposición de la infancia a la violencia tauromáquica. No en vano, el sueño del lobby taurino es que los niños y niñas se familiaricen cuanto antes con la barbarie tauricida de modo que, cuando sean un poco más mayores, ya no sientan ni asco ni repugnancia ante algo que han mamado desde muy pequeños. Yo a esto lo denomino taurinización de la infancia, y es algo que se lleva produciendo desde hace siglos. Y, hoy en día, sigue sucediendo. Taurinicemos a los niños, introduzcamos en ellos la semilla de la cutre y sangrienta tauromaquia cuanto antes, adoctrinémoslos en la violencia ya desde bien pequeños. De este modo, la barbarie penetrará en sus mentes sin ninguna oposición. Este es el gran plan del lobby taurino para perpetuar sus viles costumbres. La iglesia —por decirlo de un modo muy suave— lleva siglos evangelizando a los niños y niñas para asegurarse el mantenimiento de la palabra de Dios, y así poder preservar sus intereses, no los de Dios, sino los de la Iglesia. Bien, pues los taurinos, que de tontos no tienen un pelo, se dedican a lo mismo para lograr la conservación de su barbarie. En la Ilustración del XVIII esto ya se denunció. Por ejemplo, el autor de ‘Cartas Marruecas’, José Cadalso, se preguntaba qué se puede esperar de un pueblo que acostumbra a niños y niñas de muy corta edad a la sangre y la violencia taurinas. Más adelante, a comienzos del siglo XX, el político republicano Vicente Blasco Ibáñez denuncia, por su parte, que en España se lleva a los niños y niñas a las plazas de toros incluso antes de que aprendan a hablar. La estrategia está muy clara: que niños y niñas aprendan el lenguaje de la sangre y de la violencia a edades muy tiernas, que se embrutezcan cuanto antes. El caso es que la preocupación social ante el empeño taurino de adulterar a la infancia fue tal que, en 1929, se prohibió por ley la entrada de menores de 14 años a las plazas de toros. Precisamente se trataba, decía la propia ley, de salvaguardar a la infancia española protegiéndola ante las brutales escenas tauromáquicas, que sin duda quedarían grabadas como terribles improntas en sus mentes todavía en formación. ¿Adivinan qué pasó años después? Pues que un ministro "socialista" y muy taurino, José Luis Corcuera, derogó esa prohibición. Fue en 1992. La infancia española podía volver a ser taurinizada. Olé Corcuera. Algunos años después, el señor ministro recibió un galardón tauromáquico «Como personaje destacado por su defensa de la Fiesta de los toros». Así es como va la cosa.
- Sociedad civil y antitaurinismo. El antitaurinismo no ha sido, ni es, algo exclusivo de un selecto cónclave de intelectuales muy malos y envidiosos que atacan los espectáculos taurinos porque no quieren que el pueblo español sea feliz ni que se divierta. De hecho, a medida que el conocimiento se fue expandiendo, sobre todo a lo largo del siglo XIX, la sociedad civil española se organizó horizontalmente para combatir la barbarie taurina. Así, en el último cuarto del siglo XIX surgen las primeras sociedades protectoras de animales y plantas en nuestro país, quienes llevan a cabo numerosas actividades antitaurinas. Asimismo, a finales del XIX y comienzos del XX se celebran las primeras manifestaciones antitaurinas de nuestra historia. La ciudadanía alzaba la voz, como hoy en día, contra un espectáculo que nos denigra como país y como sociedad.
- Prohibiciones históricas de los espectáculos tauromáquicos. Este es otro asunto importante. La tauromaquia se ha intentado prohibir en varias ocasiones. Esto tampoco es nuevo. En 1567, el Papa Pío V prohíbe los espectáculos tauromáquicos en todos los reinos cristianos asegurando que estas bárbaras costumbres son más propias de demonios que de hombres. Otras prohibiciones históricas, en este caso seglares, son las que promulgan, respectivamente, los gobiernos de Carlos III y Carlos IV a finales del XVIII y comienzos del XIX. Más adelante, a finales del XIX y comienzos del XX, diversas legislaciones pretenden reducir la sanguinolencia de la tauromaquia: se intentan prohibir las capeas, se impone el uso de un peto protector a los caballos y se prohíben las banderillas de fuego. Pero la fiesta sigue. Como explico en Pan y Toros, el lobby taurino se saltó a la torera todos estos intentos de prohibición.
- El sufrimiento del toro, eje central de la barbarie taurina. Así es. Independientemente del nombre que históricamente hayan recibido los espectáculos tauromáquicos: correr toros, cazar toros, juegos de toros, fiestas de toros o corridas de toros, el elemento central de esta cruel diversión ha consistido siempre en lo mismo, torturar hasta la peor de las muertes a un ser vivo como el toro... y hacer pasar su dolor y muerte por una fiesta. Además, otros animales también han sufrido y muerto en nombre de la tradición y del jolgorio. Caballos, perros, vacas o asnos han sido víctimas de las atroces costumbres taurinas en el ruedo. Pero no solo morían en la arena: el público, ante una mala faena, arrojaba al ruedo perros o gatos muertos para protestar. Los animales muertos los traían ya desde casa. Lo dicho, arte y cultura con mayúsculas.
- La tauromaquia es un obstáculo histórico para el progreso y la regeneración social. Dicho de otro modo, cada vez que en algún momento de nuestra historia se ha producido el más mínimo intento regenerador de las costumbres para beneficio de la patria, la tauromaquia ha sido señalada como una rémora para el progreso cultural, social y educativo de España. Esto sucedió durante el Renacimiento, la Ilustración, el Costumbrismo del siglo XIX, el Regeneracionismo o a la Generación del 98. En todos esos momentos, grandes hombres y mujeres, lo más destacado de nuestro pensamiento, alzaron sus voces contra una práctica que consideraban atroz, inhumana y opuesta a cualquier intento civilizador y de progreso.
- La cuestión del Pan y toros, el control social a base de sangre. Este asunto, que da título al libro, es una de las razones que explican la perpetuación de los espectáculos taurinos: los poderes establecidos, históricamente, han utilizado la tauromaquia como una herramienta de control popular. Al igual que los emperadores romanos más decadentes acuñaron las políticas del Pan y circo para lograr una cierta paz social, en España se hizo lo mismo pero con la tauromaquia. El máximo exponente de las políticas de Pan y toros fue el infame Borbón Fernando VII quien, ni corto ni perezoso, a comienzos del XIX cerró de un plumazo las universidades y, a cambio, abrió una escuela de tauromaquia. Al fin y al cabo se trata de eso. Resulta más sencillo manipular y engañar a un pueblo inculto y bárbaro que a uno crítico e ilustrado. Menos universidades, más corridas. Como dijo el historiador y gran antitaurino Modesto Lafuente, al ruin Borbón solo le faltó hacer catedráticos a los toreros.
Y eso es todo. No se suele hacer muy a menudo, pero en ocasiones conviene volver la vista atrás para saber de dónde venimos y, sobre todo, para saber si lo que nos han contado es cierto. Y conviene hacerlo no solo por uno mismo, sino por todos nosotros y nosotras. Así es como se ponen en evidencia las manipulaciones, las falsedades y las mentiras taurinas. El lobby tauromáquico lleva siglos falseando la historia. Ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio. Si queremos mirar al futuro con la esperanza de una sociedad más civilizada y pacífica, entonces deberemos apoyarnos en nuestro pasado, rescatando del olvido una tradición de pensamiento progresista que, en todo momento, se opuso a la barbarie taurina. Al fin y al cabo progresismo y antitaurinismo siempre han ido, y seguirán yendo, de la mano.
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