La pregunta del titular no es retórica. De hecho, tiene respuesta, y la respuesta no es otra que un sí rotundo. El pasado jueves se debatió y votó en el pleno del Congreso de los Diputados el Proyecto de Ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales. Y sí, supuso un día histórico para los animales en nuestro país. El Proyecto de Ley salió adelante a pesar de sus muchos opositores, y ahora recabará en el Senado, donde seguirá su tramitación. Todo parece indicar que es cuestión de tiempo que la ley aparezca publicada en el BOE, entrando así en vigor, y haciendo historia.
Como la cosa parece que va de preguntas, aquí va otra: ¿los animales de compañía —sobre los que se centra esta norma— van a estar más protegidos en España antes o después de la Ley? Tampoco es retórica: la respuesta contundente es que estarán más protegidos cuando entre en vigor la ley.
Sin embargo, desde determinados sectores de la defensa de los animales se ha generado un descontento exacerbado y electoralista —y en mi opinión injustificado— contra los promotores de esta ley. Vamos a intentar arrojar un poco de luz sobre esta situación. Para empezar, debemos referirnos a los profetas del "o todo o nada". Son fáciles de identificar por su inmadura e infantil postura, que les deja en evidencia. Si no pueden tenerlo todo, no quieren nada. Se caracterizan por ser incapaces de hacer matices. Se creen que vivimos en un mundo digital, en el que solo hay ceros y unos. O blanco y negro, no hay grises.
En definitiva, estos profetas del absurdo prefieren que no haya avances si los avances no son los que ellos desean, y profetizan grandes catástrofes, arrogándose ellos, y solo ellos, la pureza de corazón necesaria para liderar los cambios. También se caracterizan por repartir carnets, en este caso de defensores de los animales, como si ellos hubieran inventado este movimiento.
Son los mismos que hacen una enmienda a la totalidad de esta importante ley, una ley transformadora, progresista, valiente y beneficiosa para muchos animales. Y la hacen por una sola razón: porque finalmente, y por culpa del PSOE, los perros de caza y los llamados de trabajo quedan excluidos de esta norma. Es una realidad dura, injusta, vergonzosa, denunciable —pongan el calificativo que quieran, que yo firmaré debajo—, pero no es suficiente como para tumbar una ley que sí protege a una inmensa mayoría de animales de compañía, que regula el control ético de las colonias felinas, que lucha contra la cría indiscriminada de animales, que pone coto a la proliferación de exóticos, que combate el abandono y todo lo que ello conlleva y que, por primera vez en nuestra historia y entre otros históricos avances, crea un Consejo Estatal de Protección Animal y un Comité Científico y Técnico para la Protección y Derechos de los Animales.
Pero para los profetas del "o todo o nada" esto no es suficiente. Su deseo era tumbar la ley. En una esperpéntica pinza con la extrema derecha, con el lobby de la caza y con los odiadores de gatos, estos defensores de los animales no querían que la ley saliera adelante. Porque, para algunos, cuanto peor les vaya a los animales, mejor les irá a ellos mismos.
Es más, en su estrategia electoralista, y ante los dos escenarios posibles —la ley no sale adelante o la ley sale adelante con la vergonzosa enmienda del PSOE a cuestas— ellos creyeron que iban a salir ganando. En ambos casos iban a poder decir: ¿veis?, os lo dijimos, somos los únicos que defendemos a los animales. Esa es su triste y falsa estrategia, buscar su propio beneficio en una ecuación en la que los animales son meros instrumentos electoralistas. Y todo ello con la ventaja que les otorga el estar fuera de las instituciones, sin ningún tipo de representación y, por tanto, sin ningún tipo de responsabilidad.
Pero hay otros que sí tienen representación y responsabilidad y que, de hecho, se subieron a la tribuna el pasado jueves en las que, a mi juicio, fueron algunas de las más vergonzosas intervenciones que se han visto en las Cortes españolas desde 1810, año en que tuvieron lugar, en Cádiz, nuestras primeras Cortes.
Por ejemplo, el representante de Ciudadanos hizo una intervención grotesca, intentando reducir al absurdo esta importante ley, asegurando que iba a generar una especie de futuro post apocalíptico, llegando incluso a citar la película Jumanji como el escenario que iba a suponer la puesta en marcha de esta legislación. Su intervención tuvo un tono de mofa, hablando grandilocuentemente de tarántulas, de serpientes y hasta de hormigas como animales de compañía. Me imagino que si a este señor le preocupan tanto las hormigas, las tarántulas y las serpientes, por la misma regla de tres le parecerá muy mal que se torture a un toro en una plaza, que la industria cárnica se lleve por delante a cientos de miles de animales cada día o que la industria peletera gasee a los visones, por poner algunos ejemplos. Esto no sale en ninguna película, es la realidad pura y dura.
Otra de las intervenciones en mi opinión más vergonzantes que se dieron en el Pleno fue la de la diputada canaria Ana Oramas. Utilizó los pocos minutos que tenía para lanzar única y exclusivamente un discurso de odio contra los gatos, a los que poco más o menos que culpó de todos los males de la humanidad. Le faltó decir que eran la octava plaga, o imputarles la muerte de J. F. Kennedy. Con un tono amenazante, soberbio, lleno de inquina, y comprándole el discurso a los biomachos explicadores y odiadores de gatos —la Ciencia soy yo—, lanzó un alegato en contra de estos animales que, de verdad, daban ganas de salir a la calle a meterlos en sacos llenos de piedras y tirarlos al río. No, señora Oramas, los gatos no son los grandes culpables de la pérdida de biodiversidad. El único mal que han hecho los gatos es ser víctimas del abandono y de la cría indiscriminada, algo a lo que precisamente esta ley pretende poner freno y control. Control ético, claro, porque parece que para otros y otras a los gatos abandonados habría poco más o menos que exterminarlos de la peor manera posible. Déjeme que le haga un espóiler, señora Oramas: en pleno Antropoceno la única causa de la pérdida de biodiversidad es la actividad humana, la caza, la sobreexplotación, la contaminación, las carreteras, la industrialización..., pero claro, es más fácil culpar a los gatos. Vergonzoso.
El diputado Errejón, por su parte, también llevó a cabo una intervención de vergüenza. Resultó infantil, populista y vacua. Se alzó como uno de los ya citados profetas del "o todo o nada". De hecho, anunció el voto negativo de su formación porque la ley les parecía insuficiente. ¿Qué queremos?, lo queremos todo, ¿cuándo lo queremos?, lo queremos ya. ¿Ese es el nivel del parlamentarismo español? Como en un patio de colegio, cuando el que pone la pelota pretende imponer sus reglas y, cuando le marcas un gol, se enfada y se marcha a su casa llevándose el balón diciendo que se acaba el partido.
De los discursos del PP, de la extrema derecha y del PSOE poco hay que comentar. El diputado de Unidas Podemos y coordinador federal de Alianza Verde, Juan López de Uralde, por su parte, realizó una intervención muy crítica con la enmienda de la vergüenza, con la enmienda del PSOE, hasta el punto de que su alocución tuvo que ser interrumpida por la Presidencia porque las verdades ofenden, y sus señorías murmuraban a cada frase de su disertación. Uralde puso los puntos sobre las íes, dejando claro que la enmienda del PSOE era una vergüenza, pero que la ley suponía suficientes avances y compromisos con los animales como para merecer ser aprobada.
En la misma línea se mostró la ministra Belarra, quien también llevó a cabo una intervención sosegada, cargada de humanidad, y de razones. Por cierto, ¿saben cuándo fue la última vez que una ministra —o un ministro— del Gobierno de España subía a la tribuna para defender los derechos de los animales? Ya se lo digo yo: no había pasado nunca antes. Nunca. Otro hito más para la historia, que será recordado durante años.
En cuanto a la reforma del Código Penal en materia de maltrato animal, que también se debatió y se votó el jueves, se puede decir otro tanto de lo mismo. Su aprobación —su tramitación todavía no ha terminado, ahora pasa igualmente al Senado— ha suscitado críticas, que han eclipsado sus avances y mejoras. Para empezar, en el delito de maltrato animal desaparece el término "injustificadamente", que tanto enfurecía, y con razón, a los y las juristas.
Además, en los casos de muerte de un animal doméstico, la pena de prisión sube, en su horquilla más alta, de los dieciocho meses actuales a los veinticuatro que prevé la actual reforma. Y, en los casos de lesiones de un animal sin resultado de muerte, la pena sube, igualmente en su horquilla superior, de los doce anteriores a los actuales dieciocho meses de prisión. También, y por primera vez, se contempla como agravante la violencia vicaria utilizando animales de compañía, algo muy importante. También se añade como agravante de la pena el hecho de que el maltrato sea realizado por el propietario o responsable del animal, así como su difusión a través de las nuevas tecnologías. Y, por primera vez en la historia, nuestro Código Penal protege a los animales salvajes, incluyendo el término de "animal vertebrado". Otro hito histórico.
Es cierto que, en los delitos "leves" de maltrato animal, la pena de prisión puede ser conmutada por una multa, pero eso no quiere decir que todos los jueces y juezas de este país solo vayan a imponer multas: no están obligados a ello. Y, en el caso de los delitos graves, aquellos que tengan como resultado la muerte del animal, no hay opción a conmutar por una multa la pena de prisión —que, como ya he dicho, puede llegar hasta los veinticuatro meses, cada vez más cerca de los ansiados dos años y un día—. Además, conviene aclarar que el Código Penal sigue y seguirá protegiendo frente al maltrato animal a todos los perros, incluidos los de caza.
En definitiva, no podemos caer en la falacia de creer que en este país todo va a poder ser resuelto de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos, ni con una ley ni con mil leyes. Quienes crean eso viven en la inopia, algo que se puede curar con un poco de perspectiva histórica, no solo de nuestro país, sino del resto del mundo. Cada avance histórico hacia adelante, por mucho que nos duela, nunca se ha logrado de manera inmediata, sino con mucho esfuerzo y tiempo, y nunca de manera homogénea, sino dificultosa, lenta y pesada.
Por eso conviene celebrar los avances, y reconocerlos. Pero, ¿quiere decir esto que nos tenemos que conformar con lo ya conseguido?, ¿quiere decir esto que nos sentemos cómodamente en un sillón con la satisfacción de haber logrado un avance y ya? En absoluto. Hemos avanzado, pero todavía nos queda mucho por recorrer. Hemos dado un primer e importante paso, al que habrán de seguir nuevos pasos que serían impensables sin este primer movimiento.
A los que consideran que todo puede cambiar de la noche a la mañana les voy a hacer un espóiler: estáis equivocados. Y, ya puestos a chafarles sus ingenuas ilusiones, les diré que los niños no vienen de París, que los Reyes Magos son los padres y que la tierra es redonda.
Ahora les voy a pedir algo. Cierren un momento los ojos. Imagínense por un instante que la confluencia de Unidas Podemos no formara parte del Gobierno de coalición y que el PSOE, como hizo durante años, gobernara en solitario. ¿Se imaginan qué ley hubiera salido adelante? Exacto: ninguna ley. Esta es la realidad de la política española y, mientras no estemos dispuestos a aceptarla y a asumirla, no tendremos la madurez suficiente como para propiciar los cambios que todavía quedan por llegar y que son tan necesarios.
Mientras estamos esperando a los profetas del "o todo o nada", o a los vendedores de humo que predican que todo puede cambiar de la noche al día con una simple ley, ¿qué hemos de hacer?, ¿quedarnos de brazos cruzados?, ¿dejar que los animales sigan sufriendo mientras esperamos a que los salvadores de los animales gobiernen el mundo?
Ojalá fuera tan fácil, pero la realidad, la nuestra y la de los animales, es otra muy distinta. Por esa razón los avances siempre han de ser bienvenidos y aplaudidos, recordando que esto no es el final de nada, sino el principio de todo. Porque, dadas la circunstancias históricas, sociales, culturales y políticas de nuestro país, avanzar en materia de protección animal supone en sí mismo un triunfo, sobre todo siendo conscientes de las dificultades que conlleva cada avance en un país en el que torturar a un toro es considerado como un arte y matar a balazos a animales en el monte un deporte.
En consecuencia, hay que seguir haciendo historia por los animales y, al mismo tiempo, conviene recordar, a la hora de ir a votar, qué grupos parlamentarios defendieron a los animales y qué grupos parlamentarios no los defendieron. También debemos entender que los animales se merecen un voto útil, y solo hay un voto útil para los animales: aquel que se entrega a una formación que tenga posibilidades reales de tener representación, de formar un grupo parlamentario, de entrar en un gobierno de coalición. Solo así podremos continuar la senda que se abrió el pasado jueves.
Para terminar, cito una gran frase que siempre me ha inspirado mucho. Su autor es el escritor y ensayista afroamericano James Baldwin, un gran defensor de los derechos civiles, quien dijo: "No todo lo que se afronta se puede cambiar, pero nada se puede cambiar si no se afronta". Un buen comienzo es afrontar la realidad política y partir de ella como elemento para seguir avanzando y mejorando en el futuro. El resto solo son vendedores de crecepelo, sacamuelas en carromatos y vendedores de humo. Bienvenidos a la realidad, bienvenidos a la historia.
Comentarios
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