El dedo en la llaga

Elogio del calcetín

Dándomelas de listillo, hice hace meses irrisión –cariñosa, pero irrisión– de la buena gente que invirtió sus ahorros en la cosa filatélica y se quedó con un palmo de narices al saltar el tinglado por los aires. Les evoqué el viejo dicho castellano que recuerda que, por pura lógica, nadie da duros a cuatro pesetas. Ni siquiera en los tiempos del euro. Afirmé entonces, con mucho aplomo –con demasiado aplomo, me parece–, que los ahorradores más sensatos y prudentes se apuntan a inversiones de rentabilidad más discreta, pero más segura.

Veo ahora cómo están los mercados financieros y empiezo a preguntarme si hay alguna inversión que sea realmente segura.

Por supuesto que descarto la Bolsa, de la que tampoco me he fiado nunca. Es un negocio de fulleros. Se pasan el día adquiriendo y vendiendo expectativas, es decir, humo. "Esta empresa parece que va a subir como un cohete", corre el rumor. Y todos se ponen a comprar acciones como posesos. Menos los que venden, claro. Lo constatamos en la época del gran boom de los sitios web más aireados. De repente, un chiringo con cuatro empleados y una oficina en Nueva York valía 10.000 millones, porque iba a ser la de Dios. Y cuatro meses después, lo podías comprar en el Rastro por 20 céntimos.

En eso no me dejé engañar (no habría podido, aunque quisiera).

A cambio, lo que sí he hecho, como muchos cientos de miles de conciudadanos, es ir metiendo algunos dinerines, año tras año y con no poco sacrificio, en un plan de pensiones, por el aquel de poner un colchón suplementario a mi ya inminente vejez. Pero descubro ahora, con horror, que tampoco eso tiene nada de seguro. En medio de la crisis financiera que se ha desatado estos días a escala mundial, nada asegura que las aseguradoras (toma paradoja) sean capaces de asegurar nada.

Lo mismo me creía yo que estaba ahorrando en un modesto y prudente plan de pensiones y en realidad estaba comprándole sellos a cualquier Fórum Filatélico.

Estoy pensando en retomar la vieja práctica del calcetín y del colchón. Guardar los escasos ahorros en casa y no fiárselos a nadie, a la vista de que no hay nadie en el mundo financiero que sea de fiar.

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