El dedo en la llaga

Las cartas marcadas

Siguen los teóricos de la equidistancia: "Lo de los neonazis navajeros está muy mal, pero tampoco son de recibo esos chavales que gritan ¡a por ellos, como en Paracuellos!".

Primer punto: una cosa es gritar y otra, radicalmente distinta, matar. Yo oí a la excelsa Edith Piaf cantar con los ojos encendidos de cólera vindicativa el Ça ira!, vibrante himno de la Revolución Francesa, en el que se incluye aquello de "¡a los aristócratas, los colgaremos!" (y que sigue, por cierto, muy poéticamente: "¡Y si no los colgamos, los descuartizaremos! ¡Y si no los descuartizamos, los quemaremos!"), pero jamás se me pasó por la imaginación que Edith Piaf tuviera la más mínima intención de hacer nada de todo eso. Como tampoco me he tomado jamás en serio la agresividad impostada de algunas consignas que se oyen en muchas manifestaciones.

No simpatizo con los desahogos verbales, pero me parece de una bajeza moral incalificable (miento: perfectamente calificable) situar en el mismo plano una pata de banco de unos cuantos manifestantes, por zafia que resulte, y una navajada mortal en el pecho.

Según datos publicados recientemente, en el último año se han producido en España del orden de 2.000 agresiones ultraderechistas, xenófobas y racistas, no pocas de ellas protagonizadas por bandas organizadas. Éste no es un asunto que tenga que ver con la libertad de expresión. Por mí, que opinen y clamen a los cuatro vientos lo que les pete. Hasta puede que su verborrea resulte de alguna utilidad para los profesionales de la antropología y de las psicopatologías sociales.

El asunto no es lo que dicen, sino lo que hacen. El problema es que se están organizando bajo cien máscaras distintas para provocar, para insultar y para agredir.

La Delegación del Gobierno en Madrid polemiza con la Audiencia Provincial sobre si conviene autorizar o no las provocaciones ultraderechistas del 20-N. Homenajear a responsables de cientos de miles de asesinatos políticos, ¿no es hacer apología del terrorismo? Y, si lo es, ¿no correspondería a la Audiencia Nacional tomar cartas en el asunto?

Claro que quizá esas cartas estén también marcadas.

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