El dedo en la llaga

Muchas felicidades

Muchas felicidades.

Casi todos los años, por estas fechas, se las deseo a las personas que me leen.

Me gusta esta costumbre, tan hispánica, de desearnos felicidades, en plural. Y muchas, por añadidura.

Los hay que piensan que nos pasamos. "¿Muchas? ¡Con tener una sola felicidad, vas que chutas!", dicen. No se dan cuenta de que el trasfondo de nuestro pensamiento apunta en la dirección diametralmente opuesta.

Quienes deseamos "muchas felicidades" partimos –aunque sea en nuestro inconsciente– de la convicción de que la felicidad, como estado permanente, es imposible. De que sólo cabe sentir felicidad en contraste con estados de infelicidad, sea mayor o menor: tristeza, aburrimiento, hastío, abatimiento, enfado, ira.

De la misma manera que sólo apreciamos los contornos de los objetos por la combinación de las luces y las sombras, sólo sentimos que somos felices porque nos acordamos de cuando somos infelices. "En la claridad absoluta no se ve nada", decía Hegel. El razonamiento es impecable: si todo es luz, ¿cómo percibir los perfiles? Pero yo, más hegeliano que Hegel, sospecho que la claridad absoluta, sencillamente, no existe. Si fuéramos permanentemente felices no sabríamos que somos felices.
De hecho, cometemos un error cuando decimos que somos felices. Deberíamos moderar nuestro entusiasmo y conformarnos con constatar que estamos felices. Circunstancialmente felices. La vida nos proporciona –a quienes nos proporciona– instantes, momentos de felicidad. Algunas felicidades.

Hay horas en los que nos sentimos pletóricos, gozosos, encantados. Felices. Pero eso se pasa. Por fortuna. Porque, de no ser así, la felicidad sería también un aburrimiento, una rutina. Es la idea que tengo del Paraíso que prometen los Rouco Varela y consortes: un beatífico peñazo. Todo el día disfrutando de cosas tan estupendas como la contemplación de Dios. Y encima para toda la eternidad, sin posibilidad de escaparse.

Yo, que no tengo nada de sádico, os deseo a vosotros, amigos y amigas que leéis, disfrutáis y criticáis Público, que 2008 os proporcione muchas pequeñas parcelas de felicidad. O sea, y por volver al origen: muchas felicidades.

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