Tierra de nadie

Ana Botella pasa el cepillo

Antes de convertirse en concejal, de que se dedicara a seleccionar y comentar cuentos infantiles, de que llenara la Moncloa de cortinas de Gastón y Daniela, y de que le diera a su niña una boda de Estado en El Escorial, el PP creyó haber descubierto en Ana Botella un verdadero filón mediático. La santa de Aznar tenía, o eso decían, todo el atractivo que le faltaba al líder de la oposición, que ya entonces era bastante sieso. Fue ahí cuando empezó a ensayar el papel de primera dama y a protagonizar sus primeras apariciones públicas. Una de ellas le condujo a un comedor social en Villaverde. Ana regresó impactadísima y corrió a narrar la experiencia a su marido, según le explicó luego a una de sus periodistas de cámara: "Jose (sin acento). Hay otro mundo a 20 minutos de aquí", le dijo conmovida.

Acostumbrada a la vida en El Viso y a las tiendas de la calle de Serrano, dos de los mejores zonas de Madrid, Ana Botella había descubierto a los pobres en directo, una experiencia mucho más intensa que compartir las mesas petitorias del día del Domund con la sección femenina de la alta sociedad. Así que cuando Gallardón la fichó para ganar puntos en la carrera sucesoria, lo tuvo claro: "Quiero dedicarme a las políticas de carácter social porque son la expresión más ajustada de una vocación de servicio a los demás".

A alguien como Botella, firme defensora del auxilio social y sus calderos de sopa, no se le puede negar su vertiente solidaria, delegada habitualmente en oenegés de la Iglesia como Horizontes Abiertos o Mensajeros de la Paz. Claro que una cosa es preocuparse por los desfavorecidos y otra verles de continuo, y quizás por eso trasladó la concejalía de Servicios Sociales al elitista barrio de Salamanca, donde uno de los más pobres es Díaz Ferrán cuando está en su despacho de la CEOE.

La actual concejala de Medio Ambiente ha descubierto que los vagabundos ensucian una barbaridad y ponen el centro de la ciudad perdido con sus camas de cartón, sus tetra brik de Don Simón y sus micciones incontroladas. Las calles se limpian mal porque falta personal para levantar al pobre del suelo y que el barrendero pase la escoba. De eso no es culpable Ana Botella, que se desvive por los sin techo y rellena el cepillo cada domingo en misa. Esta mujer tiene ganado el cielo.

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