Tierra de nadie

Te mato y te hago la autopsia

Por mucho que repitan aquello de que toman nota o de que han entendido el mensaje, existen dudas razonables de que algunos políticos sean capaces de leer adecuadamente los resultados electorales, especialmente cuando les son adversos. En Cataluña se añade, por lo visto, una singularidad específica, según la cual los líderes que han conducido a sus partidos al desastre se mantienen en sus puestos para organizar las exequias fúnebres. Alguien debería explicarles que su función no es la de hundirse con el barco como capitanes temerarios sino abandonar la nave a toda pastilla para evitar, precisamente, que se vaya a pique con su peso. Frente a las leyes de la marinería, las de la física.

En esto de viajar al fondo del mar, Montilla y su empeño en continuar un año más al frente del PSC se han convertido en paradigma. Se argumenta que la proximidad de las elecciones municipales aconsejan su permanencia para dar estabilidad, aunque el sentido común indica que a quien ha sido incapaz de salvar los muebles tampoco se le puede confiar la vajilla. La imagen de la noche electoral no fue la del huevazo a Iceta sino la de Carme Chacón guardando la espalda del derrotado Honorable en funciones. Cuando la veamos delante, los socialistas catalanes habrán perdido también el Ayuntamiento de Barcelona. Se admiten apuestas.

Dificultades aún mayores para conjugar el verbo dimitir ha tenido Joan Puigcercós, después de que Esquerra perdiese 11 escaños y la mitad de sus votos. Puede culpar al Tripartito, del que llegará a descubrirse que estuvo detrás de la epidemia de cólera en Haití, pero lo evidente es que el electorado no ha castigado el ideario de ERC sino la gestión de sus dirigentes y sus peleas, y eso explica en un 90% la irrupción del partido independentista de Laporta -el otro 10 % es obra de su afición al porno y de María Lapiedra-. Carod Rovira fue el domingo un hombre feliz; insoportable, pero feliz.

Al sur del Ebro son muy libres de pensar que la fiesta no va con ellos, como ha tratado de hacer el PSOE, pero la singularidad catalana no llega a tanto. De la tarta del fracaso, una porción generosa y con guinda corresponde a Zapatero, a quien la dirigencia socialista empieza a contemplar como una rémora electoral. Hay mensajes que se entienden a la primera.

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