Tierra de nadie

Guindos y el portero del Waldorf Astoria

En lo que a puertas giratorias se refiere Luis de Guindos viene a ser como el portero del Warldorf Astoria, ese hotel que tanto encantaba a Marilyn Monroe y cuya imponente entrada se mereció incluso una metafísica definición de Truman Capote: "Es el símbolo perfecto de la vida. Creemos que vamos, pero venimos. Vamos hacia atrás, no sabemos si entramos o salimos".

Después de toda una vida entrando y saliendo, yendo y viniendo de lo público a lo privado y viceversa, el ministro se nos ha uniformado con un chaqué elegantísimo y decide ahora quién puede ir de un lado a otro, como lo hacía en la Gran Depresión uno de sus antecesores en el hotel con los clientes que le preguntaban si quedaban habitaciones libres en los pisos altos: "¿La quiere el señor por las vistas o para suicidarse?".

Con el presidente virtual de la Asociación Española de Banca, José María Roldán, Guindos ha sido inflexible al negarle la entrada. Opina el ministro, y con razón, que es harto infumable que el responsable desde el Banco de España de una regulación que ha conducido al desastre al sistema financiero se sitúe ahora al frente del lobby bancario en pago a los servicios prestados. Los banqueros, especialmente Botín, se lo han tomado muy a pecho, aunque finalmente premiarán a Roldán con otro negociado, y aquí paz y después gloria. Entre liberales y defensores de la libertad de empresa no conviene pisarse la manguera.

Quiere uno pensar que han sido ideales muy nobles los que han llevado a Guindos a erigirse en defensor de la ética y la estética, y no que el elegido no fuera amigo suyo o su sobrina, que alguna lección de estética ya ha recibido recientemente. De amigos, por cierto, el ministro va sobrado. Amigo suyo es, por ejemplo, el secretario general del Tesoro, Iñigo Fernández de Mesa, que por amistad, y sólo por ella, dejó su puesto de managing director en Barclays para hacer carrera en la Administración junto al hombre al que había conocido en Lehman Brothers.

O Miguel Ferré, al que Guindos conoció en PricewaterhouseCoopers, y que abandonó su puesto de socio director de la auditora para ir a la secretaría de Estado de Hacienda y ver su sueldo reducido a la cuarta parte. En el área económica hay gente valiosísima que ha renunciado a magníficos estipendos por servir al bien común. Vean si no el caso de María Flavia Rodríguez-Ponga, que dejó la dirección de Estudios y Reaseguro de la Mutua Madrileña para convertirse en directora general de Seguros. O el de Jaime Pérez Renovales, quien tras abandonar la asesoría jurídica del Santander fue nombrado subsecretario de Presidencia, donde no ha debido ni decir esta boca es mía sobre el saneamiento a la carta del sector financiero.

Obviamente, sería un insulto decir que todos estos preparadísimos cargos públicos están en la Administración en comisión de servicios desde sus respectivos sectores privados, porque Guindos, que para eso tiene mucho ojo, ya se había percatado y les habría empujado sin miramientos al otro lado de la puerta giratoria.

En todo caso, de lo que único que podría hablarse es de casualidades. ¿Sería casual que tras el fiasco de Roldán los bancos sentaran en la poltrona de la AEB a Juan José Toribio, que ya es asesor externo de esa patronal y, además es muy amigo del ministro de Economía? Completamente.

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