Tierra de nadie

El hijo pródigo de los Botín vuelve a casa

Los estudiosos de la biología no acaban de ponerse de acuerdo sobre si el ser humano es altruista por naturaleza o, por el contrario, es genéticamente egoísta y la educación atempera sus instintos. Existe, de hecho, un estudio con hormigas que intenta demostrar que hasta estos bichos muestran una generosidad inaudita con sus congéneres, hasta el punto de que al sentir próxima la parca se alejan del hormiguero por si lo que les mata fuera contagioso. ¿Acaso la filantropía, o en su caso la ‘filartropía’ va a ser patrimonio exclusivo de unos artrópodos?

Está probado que hay individuos que, sin venir a cuento se alejan de los suyos, donde tiene reconocimiento y ganan un pastón, para irse a hacer el bien desde el Gobierno de la nación, y una vez conseguido su propósito tras una denodada entrega al bien común, regresan por donde solían para ser recibidos como héroes. Algunos lo llaman altruismo aunque en realidad es lo que viene conociéndose como una comisión de servicios.

Uno de los ejemplos más claros de esta conducta ha sido observada recientemente en el nuevo secretario general y del consejo del Banco de Santander, Jaime Pérez Renovales. Como una hormiguita, este abogado del Estado renunció en diciembre de 2011 al abultado estipendio que le proporcionaba su puesto de director general de la entidad para convertirse en el subsecretario de Soraya Sáenz de Santamaría en Presidencia y dedicarse en cuerpo y alma al servicio público a cambio de 60.000 míseros euros. Su gesto fue reconocido en su despedida por la propia vicepresidenta, que más que deshacerse en elogios, se licuó como la sangre de san Pantaleón.

Es cierto que desde Moncloa el empleado de los Botín tenía una atalaya privilegiada para saber todo lo que se cocía en el Gobierno, empezando por la reestructuración y saneamiento del sistema financiero, y que por sus manos han pasado todas las grandes reformas de las que Rajoy saca pecho. Su primera función, según el propio Ministerio era ésta: "La ejecución de las directrices para la organización y coordinación de las actividades del Consejo de Ministros, de las Comisiones Delegadas del Gobierno y de la Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios". Es decir, que en estos últimos años no se ha movido un papel en el Ejecutivo que no haya pasado por sus manos y en el que no haya podido influir.

Es verdad también que no existe banquero en el mundo que no vendiera su alma al diablo -si no hubiera hecho antes la transacción- por tener a uno de los suyos en el epicentro del poder político, emboscado con sus manguitos entre los legajos con los que se dirige el país. Y no deja de ser una evidencia que a alguien así, conocedor de los secretos del Gobierno y hasta los del Estado, en la medida en que el CNI depende jerárquicamente de Presidencia, le bastaría con haber completado la primaria para hacerse con una agenda de contactos digna de un emperador.

Todo lo anterior es una verdad incuestionable pero no vamos a deducir por ello que los motivos de este amante del género humano no hayan sido completamente desinteresados.

Después de hacer tanto bien a los demás, o sea a nosotros, Pérez Renovales ha decidido retornar como el hijo pródigo al banco que le perdió hace cuatro años. Ha podido cruzar en horas la puerta giratoria porque es un profesional como la copa de un pino y porque, curiosamente, la ley de incompatibilidades no rige para los pobres subsecretarios. Allí se ha jugado la columna de tantas palmadas en la espalda que ha debido recibir para felicitarle por su ascenso. En la entidad admiran su gesto, sus obras y su agenda de contactos. El altruismo en los bancos siempre tiene recompensa.

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