Tierra de nadie

Los rastreadores voluntarios de Ayuso

Con el desparpajo propio de su presidenta y máter dolorosa, la Comunidad de Madrid se ha propuesto que el rastreo de contagiados de coronavirus le salga gratis o a devolver y, con las mismas, se ha lanzado a pedir voluntarios bien formados con ayuda del rector de la Universidad Complutense, Joaquín Goyeche, un catedrático de Veterinaria muy bien intencionado que confunde el culo con las témporas, la gimnasia con la magnesia y la solidaridad con la explotación y la precariedad. Así, se buscan licenciados o graduados en Biología, Enfermería, Farmacia, Medicina, Psicología, Trabajo Social y Veterinaria, y no se entiende que se excluya a estudiantes de Bellas Artes ya que de lo que se trata es de trabajar por amor al ídem.

La iniciativa es muy propia del liberalismo de Isabel Díaz Ayuso, que consiste esencialmente en buscar en el mercado el mejor precio a un bien o servicio, y de ahí que el ático de lujo que ocupó durante el confinamiento le saliera tan barato. Su consejero de Educación, Enrique Ossorio, otro liberal fetén, ha dicho que la idea de los voluntarios es muy acertada porque todos los medios son pocos y "todos hemos hecho algo que no esperábamos hacer" en estos tiempos tan sombríos. Se ignora lo que ha hecho Ossorio que no esperaba hacer, ya que lo de cobrar un sueldo público lo lleva a rajatabla desde 1996. Díaz Ayuso tampoco se ha presentado voluntaria para dejar de llevarse los 100.000 euros al año que se embolsa por sus ocurrencias pero es que, a diferencia de la caridad, la solidaridad nunca empieza por uno mismo.

A estos liberales les gustan los voluntarios casi tanto como los ocho días de oro de El Corte Inglés. No pueden resistirse a las gangas. Cualquiera es susceptible de serlo menos ellos, sus amigos y/o las empresas a las que subcontratan sus obligaciones. Para estos últimos se inventó la privatización y la adjudicación a dedo por la vía de emergencia y sin publicidad. Este fue el procedimiento que se siguió con el servicio de rastreadores que, como era caro e insuficiente, quiere ahora reforzarse a coste cero para poder dilapidar el dinero en un hospital de 50 millones completamente innecesario si funcionaran los rastreadores.

La gestión de la pandemia de Ayuso y sus cuates está siendo de juzgado de guardia. Se prometieron 400 rastreadores cuando harían falta 1.200, pero a finales de julio el vicepresidente Aguado, otro voluntario profesional, reconoció que sólo se contaba con 182. Como los 3.400 millones que correspondieron a Madrid del fondo autonómico y de los que casi un 70% debían dedicarse a Sanidad deben de estar previstos para otros menesteres, tal que regar a los incondicionales, a alguien se le ocurrió que la solución eran esos voluntarios tan dispuestos.

Antes de acabar julio, una orden de la Consejería de Sanidad estableció la incorporación como refuerzo de personal adscrito a las áreas de Salud de los Ayuntamientos de la región para que "voluntariamente" prestaran "el desempeño temporal de funciones relacionadas con el rastreo y seguimiento de contactos de casos positivos, probables o posibles de Covid-19 detectados en su ámbito territorial". La fiesta también salía gratis porque la pagaban las corporaciones locales pero está claro que no atrajo a multitudes, y ello explica que se busquen ahora a universitarios o licenciados para que saquen las castañas del fuego a Ayuso por su cara bonita.

La situación actual empieza a ser crítica. De los 1.772 nuevos contagios reportados este pasado miércoles, el 65% correspondían a Aragón y a  Madrid, que empieza a parecerse a un polvorín con la mecha encendida. Según los propios datos de la Dirección General de Salud, la detección temprana de casos asintomáticos en la Comunidad se ha reducido al 7,6% del total, lo que significa que el rastreo es una broma y, como mucho, alcanza a los convivientes de los contagiados. Ello significa que se está a un paso o ya se ha conseguido el descontrol absoluto de la transmisión del virus, algo imprescindible para que la presidenta pueda volver a fotografiarse como la Inmaculada de Murillo o a pie de escalerilla de algún avión procedente de China cargado de mascarillas. De momento, ya ha proclamado que tiene el alma partida, aunque no por la pandemia sino por la tocata y fuga del Emérito, que es algo que le desazona mucho a esta señora tan liberal como monárquica.

El caso es que siempre hay gente buena o idiota, de los que siguen andando pese a que se haya acabado la linde y, al parecer ya se han presentado 500 currículos de candidatos a voluntarios gratis total, posiblemente atraídos por la promesa de que quizás, tal vez, puede porque no se descarta, alguno de ellos sea finalmente contratado si queda algo de calderilla en los cajones. El rector Goyache,  cooperador necesario del reclutamiento, puede estar satisfecho con la solidaridad de su rebaño complutense.

Lo que estaba justificado al inicio de la pandemia, cuando se echó mano de voluntarios para hacer test y pruebas PCR, es meses después una tomadura de pelo que requeriría de la intervención urgente de la Inspección de Trabajo. Si la ley establece sanciones y multas para aquellos empresarios privados que no formalizan contratos a sus trabajadores y no les abonan su salario, además de la obligación de incluirles en plantilla como personal fijo, es inadmisible que una Administración pública haga lo mismo sin consecuencia alguna.

Madrid necesita profesionales con contratos dignos y no voluntarios altruistas. Madrid necesita que el líder de la oposición, metafísico él, se materialice de una vez o deje el puesto a otra persona que sea de este mundo y no esté a la espera de que le caiga algún carguito bien remunerado y lustroso. Madrid necesita que alguien gobierne, porque a la Purísima Concepción, bombera voluntaria ella misma a nivel neuronal, esto le viene demasiado grande.

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