A lo largo de la historia, la literatura nos ha regalado a grandes visionarios que supieron ver el futuro con mucha antelación. Algunos de los casos más conocidos son Julio Verne, H.G. Wells o el mismo George Orwell, pero no son los únicos. El escritor y periodista Edward Bellamy (1850-1898) es otro buen ejemplo y cómo en su novela Looking Backward (1888) presenta lo que a grandes rasgos se asemeja al comercio electrónico actual de plataformas como Amazon.
En Looking Backward (Mirando atrás) el protagonista Julian West despierta de un sueño en su querida ciudad de Boston, pero 113 años después, es decir en el año 2000. Este nuevo escenario brinda la oportunidad a Bellamy de plantear su utopía socialista a todos los niveles, con una industria nacionalizada, la absoluta distribución equitativa de la riqueza para toda la ciudadanía, habiéndose eliminado las clases sociales.
Este periodista nacido en Chicopee Falls (Massachusetts) era un tipo cultivado, habiendo llegado a estudiar un año en Alemania, con formación en Derecho y ocupando cargos de responsabilidad en el New York Evening Post. Siempre tuvo una visión muy crítica con el capitalismo y Looking Backward le facilitó el espacio perfecto para plasmar sus ideales, publicándose en 1888 con la resaca fresca de los enfrentamientos laborales como el Haymarket Riot de Chicago (1886), que terminaría derivando en la celebración del 1 de Mayo, Día Internacional del Trabajo. Quizás por eso la novela tuvo tanto éxito y en muy poco tiempo se vendieron más de un millón de ejemplares.
Pero el motivo por el que esta novela ocupa hoy este espacio es la visión de Bellamy desde la óptima más tecnológica, anticipándose a modelos comerciales actuales. En el capítulo 10 de la novela, se plantea un sistema de comercio que a finales del siglo XIX, sencillamente era ciencia ficción, pero a que a día de hoy se asemeja mucho al actual modelo de comercio electrónico y la amenaza que en muchos casos ha supuesto para los pequeños negocios minoristas. Más allá de que en la obra se plantea una total nacionalización de las mercancías, lo sorprendente es el sistema que Bellamy planteó:
Para empezar, no existía el pago en metálico, sino exclusivamente con tarjetas de crédito, a pesar de que este concepto tal y como lo conocemos hoy –y se plasma en la novela- no se inventaría hasta 1950 -62 años después- con la creación de Diners Club.
Lo particularmente interesante es como Bellamy presagia la desaparición del comercio minorista de la ecuación, planteándose como algo positivo hasta el punto de evitar estafas. La información sobre cada producto que se vende es tan completa que el dependiente no aporta valor alguno, lo que para el protagonista de la novela elimina la posibilidad del vende-motos que trata de colocar producto a toda costa.
Otra de las particularidades de la distopía de Bellamy es que resulta indiferente en qué tienda se compre: todas tienen los mismos productos, el surtido es idéntico, ya sean productos nacionales o de importación. De esta manera, relatan en la novela, se aceleran las compras porque los tiempos de decisión se acortan, al tener además el mismo precio. El espacio requerido en las tiendas también se reduce, pues allí únicamente cuentan con muestras y es en un gran almacén central donde los productores envían sus mercancías.
¿Entonces? ¿Cómo se produce la compra? El pedido se escribe por duplicado, entregando una de las copias al comprador, y el otro se envía a través de un tubo al almacén central desde donde se realiza la distribución. ¿Les recuerda en algo, salvando las distancias, a Amazon?
"Esto debe ser un tremendo ahorro de manejo", apunta el protagonista, que recuerda cómo en su mundo el sistema se basaba en que "el fabricante vendía al mayorista, el mayorista al minorista y el minorista al consumidor, y los bienes tenían que ser manipulados cada vez". Con el sistema de tubos y almacén central, la tienda "es simplemente el departamento de pedidos de un mayorista".
West, que no sale de su asombro, se plantea posibles errores en el sistema: "¿cómo te las arreglas en las áreas rurales escasamente pobladas?". Pero todo parece estar pensado y encuentra respuesta: "El sistema es el mismo: las tiendas de muestra del pueblo están conectadas por transmisores con el almacén central del condado, y aunque puede estar a veinte millas de distancia, la transmisión es tan rápida que el tiempo perdido en el camino es insignificante".
En la cabeza de Bellamy, las economías de escala estaban muy presentes y, así, para ahorrar costes, existen conjuntos de tubos que conectan directamente varias aldeas con el almacén. En esta misma línea, vivir en un pueblo no resta posibilidades de acceder al mismo catálogo de productos que en la gran ciudad.
La anticipación de más de un siglo por parte de este autor es asombrosa, sin que ni siquiera se le pueda reprochar que no supiera ver cómo el capitalismo se las ingeniería para retorcer su utopía; claro, que tampoco podía imaginarse como un microscópico coronavirus haría que el modelo de globalización terminara por pasarle por encima.
Comentarios
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