Quien cree estar de vuelta de todo es que nunca ha ido a ninguna parte

Un Afortunado Error (II/1): Salvados por la campana. O los campanazos.

LA PIZARRA DE YURI.- A principios de la II Guerra Mundial, los submarinos nazis tuvieron la oportunidad de matar a Churchill y hundir más buques que los que los aliados podían reponer, bloqueando así al Reino Unido por completo. La batalla del Atlántico pudo tener un resultado muy distinto. Pero un error tecnológico crítico se lo impidió. En este podcast te lo voy a contar.


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LA PIZARRA DE YURI.- Un Afortunado Error (2/1): «Salvados por la campana. O los campanazos.» © Dixo 2023
© Dixo 2023. Todos los derechos reservados pero lo publicamos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.

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Un afortunado error, temporada II:
1. Salvados por la campana. O los campanazos.

Quizá el capitán Wilhelm Zahn de la Armada Nazi no lograra creerse lo que veía por el periscopio de su submarino U-56 aquella mañana del 30 de octubre de 1939.

La II Guerra Mundial acababa de empezar y no sólo había conseguido llegar al Oeste de las Islas Orcadas, allá muy al norte de Escocia, con su precario sumergible costero. No sólo se coló por entre una escolta de diez destructores y un crucero de batalla británicos sin que lo detectaran. No: Es que ahora los tres buques capitales de la Home Fleet que venían hacia él acababan de virar 30°, dejándole en una posición perfecta de tiro.

Tres acorazados para él solo: los dos de la clase Nelson y uno de la clase Revenge, avanzando pacíficamente casi de costado a apenas un kilómetro de distancia.

El HMS Nelson, el HMS Rodney y otros tres acorazados británicos, de la clase Revenge, durante la II Guerra munidal. Imagen: Wikimedia Commons
El HMS Nelson, el HMS Rodney y otros tres acorazados británicos, de la clase Revenge, durante la II Guerra munidal. Imagen: Wikimedia Commons

En guerra submarina, un kilómetro es a quemarropa como quien dice.

No puedes fallar eso.

Puede que el Kapitänleutnant Zahn divisara la bandera del almirante de la flota Sir Charles Forbes ondeando al viento atlántico en el mástil mayor del segundo acorazado: el Nelson propiamente dicho, indicando así que estaba ante el buque insignia. O puede que no y dejara pasar al primero —el HMS Rodney— sólo porque ya estaba demasiado cerca, o por disponer de otro minuto más para calcular el tiro. Esos trastos sumergibles del tipo IIC apenas tenían tres tubos lanzatorpedos y necesitaba los tres para asegurarse de hundir a un acorazado de 33,000 toneladas como ese.

Lo que seguro que Zahn no sabía en esos momentos es que a bordo del segundo acorazado no sólo estaba el almirante de la Home Fleet. Con él se encontraban ni más ni menos que el Primer Lord del Mar (o sea, el jefe del Estado Mayor de toda la Royal Navy) Sir Dudley Pound...

...y el mismísimo Primer Lord del Almirantazgo, un tal Winston Churchill.

El almirante Pound con Winston Churchill. (Fotografía de Ltd. H.W. Tomlin RN, Imperial War Museum, en el dominio público.)
El almirante Pound con Winston Churchill. (Fotografía de Ltd. H.W. Tomlin RN, Imperial War Museum, en el dominio público.)

Había sido el propio Churchill quien convocó una reunión secreta en aquel apartado lugar del océano para revisar la seguridad de las flotas británicas tras el desastre del HMS Oak Ridge. Ese fue otro acorazado importante, hundido por otro submarino alemán apenas dos semanas antes... ni más ni menos que dentro de la base principal de Scapa Flow en una osadísima operación que lo reventó junto a 833 de sus tripulantes.

El capitán Zahn ordenó precalentar sus tres torpedos eléctricos G7e/T2 con la profundidad y la espoleta configuradas para detonar por impacto, pues a esas alturas ya se sabía que la detonación por influencia magnética fallaba más que una escopeta de feria y les habían prohibido utilizarla. Eso de la influencia magnética es estupendo porque el torpedo ni siquiera tiene que tocar el buque enemigo: estalla cuando pasa por debajo. Entonces la explosión, digamos, "se apoya en el agua" para levantar al barco bruscamente hasta romperle la quilla de mala manera, causándole daños irreparables que con frecuencia conducen al naufragio y a menudo lo parten en dos. O más.

Pero claro, sólo es estupendo si funciona. Así que tendría que ser por contacto: un fuerte golpe contra el casco del objetivo que garantizara la detonación.

Torpedo eléctrico alemán G7e/T3 de la II Guerra Mundial. Imagen: Tomada por el autor en el Imperial War Museum, Londres.
Torpedo eléctrico G7e/T3. Imagen: Tomada por el autor en el Imperial War Museum, Londres.

Rondaban las diez de la mañana cuando el submarino nazi U-56 lanzó sus tres torpedos contra el HMS Nelson, con el almirante de la Home Fleet, el primer lord del Mar y Winston Churchill en persona dentro, desde unos 800 metros de distancia. Una andanada magnífica, imposible de fallar.

Los tres torpedos abandonaron sus tubos —cosa que no ocurría siempre, dando lugar a situaciones algo tensas cuando les tocaba extraer el torpedo fallido, cargado y precalentado, lo que producía gases explosivos en sus baterías—. Pero estos lo hicieron sin problemas. El operador de sus primitivos hidrófonos los oyó acelerar directamente hacia su blanco como una seda. Si acertaban, y no tenían por qué dejar de acertar, muy posiblemente lo hundirían con gran violencia y una montaña de sus ocupantes se ahogaría.

Al poco el operador de los hidrófonos oyó un clunk.

A bordo del HMS Nelson sintieron dos clunks muy por debajo de la línea de flotación y del cinturón blindado.

El capitán Zahn. Imagen: Del dominio público.
El capitán Zahn. Imagen: Del dominio público.

Un rato después se divisó una explosión lejana en medio del mar.

Y no pasó nada más.

Absolutamente nada más. Uno de los tres torpedos había fallado el blanco y estalló por sí solo al final de su carrera, pero los otros dos dieron de lleno al Nelson...

...y no explotaron.

Ambas espoletas habían fallado. Los torpedos se limitaron a topar con el casco del acorazado, rebotar y desplomarse serenamente al fondo del Atlántico.

Dicen algunos que sus hombres tuvieron que llevarse al capitán Zahn a rastras, preso de una crisis nerviosa como resultado de la desesperación. Habría sido su oficial de guardia, el Oberleutnant Herwig Collmann, quien tuvo que dirigir la huida; porque claro, toda la flotilla británica se había percatado de lo sucedido y los diez destructores andaban ahora tras el U-56 como una jauría mientras los acorazados se piraban a toda máquina.

Otras fuentes dicen que no, que Zahn mantuvo el temple —aunque mesándose los cabellos— y ordenó alejarse tan hondo como fuera posible mientras estallaban las cargas de profundidad a su alrededor. No había tiempo de recargar los tubos con sus dos torpedos de reserva, un proceso lentísimo en aquel tiempo y modelo. Sólo les quedaba largarse.

Al final lograron escapar por los pelos, pero no comunicaron lo sucedido por radio hasta la noche. Por eso el alto mando de la Kriegsmarine no tuvo ocasión de enviar al U-58, que también rondaba por la zona, para intentar otro ataque. Eso le costó un regaño a Zahn por parte del entonces contraalmirante y jefe del arma submarina Karl Dönitz. Cuando además comenzaron a correr los rumores de a quién no había logrado hundir, terminó de sumirse en una fuerte depresión.

Karl Dönitz cuando él también era un joven oficial submarinista, durante la I Guerra Mundial. Aquí, montando guardia en el U-39 de 1914. Imagen: Wikimedia Commons
Karl Dönitz cuando él también era un joven oficial submarinista, durante la I Guerra Mundial. Aquí, montando guardia en el U-39 de 1914, con el que se cobraron unos 150 buques enemigos, sumando más de 400.000 toneladas... y también algún que otro neutral, como los españoles Aurrera y Buenaventura. Sea como sea, en ambos conflictos mundiales, el arma submarina alemana demostró un arrojo y desempeño dignos de muchísima mejor causa. Imagen: Wikimedia Commons

Hay una coletilla curiosa a la historia del capitán Wilhelm Zahn: terminó su carrera siendo uno de los dos oficiales al mando del barco MV Wilhelm Gustloff que se pasaron el rato discutiendo durante la evacuación de Pomerania de 1945 ante el avance imparable del Ejército Rojo... mientras les acechaba un submarino soviético hasta convertirlos en el naufragio más mortífero de la historia de la humanidad: nueve mil muertes tirando por lo bajo. Lo del Titanic, a su lado, con sus 1,500 víctimas... una broma de mal gusto. Sin embargo, Zahn sobrevivió. Tras la guerra desapareció en el anonimato y por lo visto falleció en 1976, a los 66 años de edad.

Te admitiré que parece como si el capitán Wilhelm Zahn hubiera estado algo gafado. Salado. En realidad, lo de los torpedos no tuvo que ver con ninguna superstición. Bueno, los torpedos iban razonablemente bien, pero durante los primeros años de la guerra sus espoletas fallaban más que un encendedor mojado. Y las espoletas son las que activan el explosivo del torpedo.

A decir verdad, Alemania no fue la única en sufrir este problema: los Mark 14 estadounidenses eran un auténtico desastre, y no sólo la espoleta, sino el torpedo entero. Sólo se puede decir en su defensa que fueron desarrollados durante los peores años de la Gran Depresión, con un presupuesto más que limitado.

No es excusa: los torpedos alemanes G7 se habían desarrollado igualmente durante la Gran Depresión, además combinada con los brutales problemas que el Tratado de Versalles impuso a la República de Weimar y encima en total secreto porque ese mismo tratado les prohibía hacerlo...

Horacio Echevarrieta Maruri (1870-1963), personaje singular que lo mismo te fundaba una gran aerolínea que creaba torpedos para los nazis que suministraba armas a los obreros durante la Revolución de Asturias de 1934 junto con su también amigo Indalecio Prieto. Imagen: Wikimedia Commons.
Horacio Echevarrieta Maruri (1870-1963), hijo de la alta burguesía vasca de Neguri, espía republicano, emprendedor infatigable y empresario singular, amigo de reyes y rojos: lo mismo te fundaba una gran aerolínea que unos astilleros que creaba torpedos para los nazis que suministraba armas a los obreros durante la Revolución de Asturias de 1934. Imagen: Wikimedia Commons.

...peeero estos sí eran muy buenos para su época. Se basaban en los mejores diseños de la I Guerra Mundial y salieron en dos versiones iniciales básicas: el G7a impulsado a vapor (abgass) —en el que tuvo algo que decir el singular empresario y espía vasco Horacio Echevarrieta, también fundador de lo que luego sería la aerolínea Iberia—; y este G7e con propulsión eléctrica que era auténticamente alta tecnología en aquellos tiempos. Aunque más lento y con menor alcance que el G7a, el G7e resultaba sumamente silencioso, no se delataba dejando la característica estela de vapor en superficie y salía más barato.

Cuando apareció, no existía forma alguna de defenderse de él. Los aliados no tuvieron nada tan avanzado, económico y sencillo de utilizar hasta que los gringos sacaron el Mark 18 en 1943 (que también tuvo sus propios problemas. Al final tuvo que meterse el mismísimo Einstein a resolverlo. Sí, ese Einstein: el máximo exponente de la Física judía que tuvo que esfumarse de Europa por la propia persecución nazi en nombre de la Física aria.)

Los defectos de importancia en los torpedos alemanes eran sólo dos: uno de menor entidad en el dispositivo de control de profundidad (Tiefenapparat); y este otro que les resultaría catastrófico en el sistema de detonación o Pistole.

Este defecto catastrófico se origina en las trampas que tuvieron que hacer para burlar las restricciones del Tratado de Versalles que intentó someter a Alemania tras perder la I Guerra Mundial. Estas restricciones les impedían producir torpedos y sus componentes, pero no explícitamente diseñarlos.

Así que ya la República de Weimar, que no deseaba perder toda su experiencia y know-how arduamente adquiridos en guerra submarina, creó una trama de empresas privadas y semiprivadas a caballo entre Alemania y otros países. Para ello fundaron dos organizaciones pantalla: Igewit e IvS, esta última con sede en Holanda, pero con casi todo su personal procedente de astilleros germanos.

Gracias a estos trucos, empresas privadas alemanas —no el estado alemán—investigaban y desarrollaban componentes críticos de alta tecnología sobre la base de los torpedos y submarinos de la I Guerra Mundial. Luego, los construían y probaban esas compañías extranjeras que lógicamente no estaban sometidas al Tratado de Versalles; todo ello financiado bajo mano por los servicios secretos y la Armada Alemana.

Una de tales compañías extranjeras fue establecida en Cádiz por el mencionado empresario Horacio Echevarrieta, muy bien conectado a la vez con el rey Alfonso XIII; el dictador Primo de Rivera; y un destacado marino alemán muy derechista —pero no exactamente nazi— que más tarde se convertiría en el jefe de sus servicios secretos: Wilhelm Canaris.

El 26 de enero de 1926 Echevarrieta firmó un contrato de lo más privado con el Almirantazgo alemán para construir la llamada Fábrica Nacional de Torpedos en España. La establecieron cerca de los astilleros gaditanos, que eran de su propiedad.

Acorde a su nombre, el propósito aparente de la Fábrica Nacional de Torpedos era producir tales armas para la Armada Española. Y lo hizo... pero como efecto secundario. Su finalidad principal no era otra que fabricar y probar los nuevos torpedos para Alemania. El acuerdo incluía la construcción del submarino E-1 en los astilleros de Echevarrieta, auténtico predecesor de los U-boote alemanes de la Segunda Guerra Mundial.

Un torpedo G7a de los usados por la Armada Española hasta mucho después de la II Guerra Mundial, ahora expuesto en el puerto de Tarifa. Imagen: Wikimedia Commons.
Un torpedo G7a de los usados por la Armada Española hasta mucho después de la II Guerra Mundial, ahora expuesto en el puerto de Tarifa. Imagen: Wikimedia Commons.

La Fábrica Nacional de Torpedos de Cádiz no fue la única ni la de más éxito, pues tras la caída de Primo de Rivera en 1930 y la inestabilidad política que culminó en la Guerra Civil Española, Echevarrieta ya empezó a tener muchos problemas. Al final, la joya de la corona para construir estos nuevos torpedos G7 resultó ser la fábrica sueca de Karlskrona, a partir de 1929. Sólo que los suecos, a sabiendas de que negociaban con ventaja, les chuparon el tuétano a los alemanes. Nada personal, business is business, pero por cada torpedo les cobraban una fortuna, más otras ventajas.

Tras la caída de la República de Weimar y el ascenso de los nazis al poder en Alemania, los suecos (que ya iban siendo unos socialdemócratas de pro, aunque sus dirigentes jugaran un tanto a dos bandas) no se tragaron mucho eso de la hermandad aria ni el nordicismo. Al contrario: les apretaron las tuercas todavía más. Así que los nazis, siendo nazis, se quitaron la máscara y trasladaron toda la producción de vuelta al nuevo Reich.

Pero, entre tantas subcontrataciones, secretos e idas y venidas, la calidad del producto final, o al menos de algunos de sus componentes críticos y su integración, se resintió.

No nos vayamos a confundir: tanto los diseñadores, como las fábricas como los torpedos eran los mejores de su época por mucho; en algunos aspectos, pioneros en electricidad, electrónica, ingeniería naval y mecánica de precisión. Nadie en el mundo tenía nada parecido. No obstante, la calidad del producto presentaba problemas y, lo peor de todo, nadie estaba dispuesto a admitirlo. Menos todavía ante el Führer y los suyos, no conocidos exactamente por su comprensión y tolerancia. Todos jugaban a aquello tan viejo de esperar a que otro contratista reconociera tener problemas primero, asumiendo así el grueso de la responsabilidad, y nadie lo hizo.

Para terminar de arreglarlo, con tantas idas y vueltas los torpedos nunca se habían probado en condiciones realistas; tan solo se habían realizado algunos disparos bajo esas condiciones ideales que suelen gustar mucho a los fabricantes. Además, su misma novedad y complejidad exigían un mantenimiento constante tanto en puerto como en el mar, de lo más delicado.

Así que cuando finalmente comenzó la II Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, los submarinos de la Kriegsmarine se hicieron al mar cargando unos torpedos magníficos pero con defectos ocultos. Por ejemplo, el sistema de guiado en su conjunto —Geradelaufapparat (VIII)— era una auténtica maravilla aunque tuviera cierta personalidad y de cuando en cuando el torpedo viraba hacia rumbos imprevistos; alguna vez, de vuelta al propio submarino.

La compleja guía giroscópica Geradelaufapparat (VIII) para los torpedos de la Alemania Nazi. Imagen: Histórica, del dominio público.
La compleja guía giroscópica Geradelaufapparat (VIII) era la mejor de aquel mundo con diferencia... cuando quería funcionar bien. Imagen: Wikimedia Commons.

Pero la auténtica pesadilla estaba en dos elementos críticos: el control de profundidad o Tiefenapparat y el sistema de detonación Pi1 (Pistole-1) para los 280 kg del explosivo hexanita que usaban.

Para entender bien esto, debemos detenernos un instante. Veamos: el sistema de detonación —por simplificar, lo llamamos "espoleta"— tenía dos modos de operación: uno por impacto directo contra el blanco (Aufschlagzündung o AZ); el otro, mediante la nueva tecnología por influencia magnética al pasar bajo un blanco metálico como un buque (Magnetzündung o MZ.)

Este revolucionario modo magnético MZ era estupendo porque la detonación bajo la quilla parte el espinazo a casi cualquier navío sin importar cuánto blindaje lleve, desde cualquier ángulo de ataque. Perfecto para destruir grandes buques a los que una simple explosión en el costado no les hace mucho daño, desde enormes mercantes hasta acorazados y portaaviones; y aniquilador para cualquier barco más pequeño. Basta con que le pase por debajo a una profundidad tal que sus bobinas interactúen con el campo magnético del blanco, típicamente construido usando metales ferromagnéticos como el acero. Hasta funciona mejor con mar picado: al correr a mayor profundidad, el oleaje fuerte no le afecta tanto.

Pero claro, su buen funcionamiento depende por completo de la exactitud del control de profundidad: demasiado hondo y la bobina no se excita lo suficiente; demasiado superficial y el torpedo topará con el objetivo en vez de pasarle por debajo, sin tiempo para excitarse ni estallar. El tiro perfecto debía pasar más o menos a un metro bajo el blanco. Faltaba todavía alguna generación para que se inventaran las modernas espoletas capaces de operar en múltiples modos simultáneamente. El caso es que la detonación magnética MZ no sólo dependía de que la espoleta funcionara bien, sino de la interacción precisa entre espoleta y control de profundidad.

Y el Tiefenapparat que controlaba la profundidad resultó ser un desastre.

A diferencia de lo ocurrido en las pruebas ideales de los fabricantes, bajo condiciones de operación reales podía irse de varios metros arriba o abajo, aparentemente al azar.

Y el modo de detonación por impacto tampoco iba bien. Por ejemplo, cuando el as Günther Prien penetró en la base principal británica de Scapa Flow con su U-47 y hundió al acorazado Royal Oak apenas seis semanas después de que empezase la guerra, causando aquella reunión de Churchill en alta mar que el capitán Zahn estuvo a punto de hundir... sólo uno de los siete torpedos que le lanzó en total por los tubos delanteros y traseros explotó como debía.

Infiltración del U-47 en Scapa Flow, logrando hundir al HMS Royal Oak, 14 de octubre de 1939. Imágenes: Wikimedia Commons
La arriesgadísima infiltración en Scapa Flow de Günther Prien con su U-47, el 14 de octubre de 1939... total, para que uno solo de sus torpedos funcionara como debía. Tuvo la suerte, eso sí, de que para desgracia del inglés el torpedo que detonó correctamente hizo estallar por simpatía a otros dos cercanos, con lo que el HMS Royal Oak se hundió deprisa con gran pérdida de vidas. . Imágenes: Wikimedia Commons

No fueron los únicos, ni mucho menos. Desde los primeros días de la guerra, sobre la mesa del todavía comodoro Karl Dönitz se acumulaban los informes emitidos por los capitanes de todos sus submarinos asegurando que aquellos torpedos tan sofisticados no eran de fiar. Hacían toda clase de cosas extrañas y peligrosas: no explotar, explotar prematura o tardíamente delatándose ante el enemigo e incluso, como ya dijimos, variar de rumbo hasta el extremo de darse la vuelta por completo en su propia dirección.

Algunos estallaban tan pronto como completaban su carrera de seguridad inicial de unos 200 metros y se auto-armaban, delatando claramente la posición del submarino (y en algún caso provocándole daños.) Otros se iban tan alto que corrían brincando sobre las olas, indicando a los buques de escolta el lugar desde donde se habían lanzado hasta estallar inofensivamente al final de su carrera. La mayor parte hacían lo contrario: ir demasiado profundos, de tal modo que no detonaban ni en modo magnético ni por contacto.

Entre las tripulaciones corría el chiste ácido de que sus torpedos mataban más peces que barcos. Tiros perfectos contra blancos indefensos como mercantes detenidos y desocupados en virtud del Tratado de Londres de 1926 presentaban un 30% de fallos. Los difíciles rara vez daban. La tasa total de fallos superaba el 56%.

Pese a ello, los submarinistas alemanes lograron numerosos éxitos notables desde el principio del conflicto. Y no eran aún ni el preludio de los dos Tiempos Felices que vendrían después; periodos en que no tuvieron oposición porque, simplemente, los Aliados no tenían gran cosa para contrarrestar la amenaza submarina nazi.

Esto disparó la euforia alemana y ya se sabe que cuando todo va bien, las voces críticas no son muy bienvenidas. Ni siquiera cuando esos éxitos llegan acompañados de informes diciendo que algo no va bien, o mejor dicho que algo va muy mal, incluso goles en propia portería que terminaron en tragedias y ridículos monumentales que pronto empezarían a levantar carcajadas a nivel planetario; cosa que particularmente a los nazis —siendo nazis— no sólo les iba a carcomer el ego sino que acabaría suponiendo una amenaza a su solemne arianidad de raza superior. Todo esto y mucho más en el próximo episodio. Te vas a reír.

Dirección: Dany Saadia.
Documentación y guiones: Toni E. Cantó, "Yuri".
Locución y producción: Eduardo Albornoz.
Con música de: artlist.io
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