Son pocas las reflexiones y conversaciones que tenemos los hombres que participamos de forma activa en política, en cualquiera de los tres espacios ciudadano, sindical o partidista, sobre el ejercicio de nuestra acción política pública en relación con nuestras responsabilidades en el ámbito personal, en tanto que hombres.
Y esto es así por la forma en que hemos aprendido los hombres a ser hombres. Hemos desarrollado masculinidades que tienen en común la exención de la responsabilidad de la gestión y ejecución de los trabajos reproductivos (cuidar y educar a nuestras pequeñas y pequeños, cuidar de nuestras personas mayores, atender las tareas domésticas, ...) y que además nos ciegan ante esta falta de asunción de responsabilidad.
Y es que el mandato social incorporado en esas masculinidades comunes nos viene a decir que esas tareas no son cosa nuestra, que nosotros podemos ocupar el tiempo que estimemos oportuno en "arreglar el mundo", sin que necesariamente eso nos obligue a cuidar a los y las nuestras. Y esto lo hacemos así, porque contamos con el privilegio de que existe otro mandato social y fáctico, en este caso incorporado en la feminidad patriarcal, que determina que esas tareas son responsabilidad de las mujeres.
Y así funcionamos, con discursos emancipatorios, que apelan a la justicia social , pero sin caer en la cuenta de que ni los platos en que comemos la cena, ni las sábanas con que nos cubrimos por la noche, ni los calzoncillos que usamos no los lavamos nosotros, sino que nos los lavan y encima no nos damos cuenta de ello.
Y esto, como todo, tiene otra lamentable cara. La otra cara de una moneda injusta. Se denomina desigualdad estructural, y la padecen las mujeres. Esta desigualdad se concreta en las "dobles y triples jornadas", en los "techos de cristal" o en los "suelos pegajosos" y también se expresa en todas y cada una de las estadísticas de todo tipo de materias: laborales, económicas, de salud...
Para dimensionar globalmente el fenómeno que estoy queriendo señalar basta con leer a la economista Carmen Castro, cuando señala que este trabajo no remunerado (y por tanto invisibilizado y no reconocido) supone cerca del 40% del Producto Interior Bruto. Dicho de otra forma: de toda la riqueza producida en esta sociedad, sólo es reconocida dos terceras partes de ella, y además se sustenta sobre la gratuidad de la tercera, que es soportada por las mujeres. Porque no nos engañemos, nadie podría salir a trabajar fuera de casa y producir bienes o servicios, sin tener ropa limpia que ponerse, estar bien alimentado o tener a sus hijos o hijas atendidas.
Por todo ello, pienso que hemos de poner sobre la mesa una idea de justicia e igualdad que supere el paradigma de la revolución francesa de una vez. Ese paradigma en el que desde la fraternidad –complicidad entre iguales hombres- sólo se reconocía la libertad e igualdad a los hombres y no a las mujeres y, por tanto, no es realmente ni libertad ni igualdad. En este momento, en esta España del 8M, lo mínimo que podemos hacer es obligarnos a cuestionar una idea de justicia e igualdad que supere el paradigma de la revolución francesa (de una vez por todas) en el que desde la fraternidad -complicidad entre iguales hombres- sólo se reconocía la libertad y la igualdad a los hombres, nos vemos obligados a cuestionar esos modelos de división sexual del trabajo que han vertebrado nuestras sociedades desde el neolítico. Ello nos lleva necesariamente a los hombres a asumir nuestro 50% de responsabilidad en los trabajos reproductivos, es decir a asumir la corresponsabilidad de ese trabajo no remunerado necesario para que se pueda dar la producción.
Y tal vez sea una tarea muy compleja de acometer de forma global (no más que la maniobra injustamente "contorsionista" de las mujeres de salir espacio público, manteniendo, a su vez, el peso de los trabajos reproductivos en el ámbito doméstico), pero hemos de tener claro nuestro objetivo y no desviarnos, hacerlo sin prisa, pero sin pausa, no sea que nos disloquemos alguna articulación por nuestra rigidez aprendida.
Seguramente la respuesta a estas preguntas pase por la implicación en los espacios domésticos, y necesariamente esto conlleve una retirada parcial de los espacios públicos. Compañeros ha llegado el momento histórico. No hay escapatoria, no tenemos la responsabilidad del peso histórico de la masculinidad individualmente cada uno de nosotros, pero tenemos la obligación de generar otros modelos, y esto pasa necesariamente por renunciar a espacios de poder e implicarnos en los espacios invisibilizados.
Hay quienes se pueden asustar con estos planteamientos, hay quienes ven en el empoderamiento de nuestras compañeras una amenaza. Pues, les digo, el temor no tiene sentido. No nos asustemos, que no cunda el pánico, que no cunda el pánico, la propuesta no pasa por retirarnos de forma absoluta, pero si reformular nuestra manera de estar.
El reto que tenemos planteado como generación es comenzar a elaborar esas praxis políticas igualitarias desde la masculinidad. Esas que, a partir de renunciar a nuestros privilegios, nos situarán en relación entre iguales con nuestras compañeras, tanto en los espacios públicos, como en los espacios privados. Porque si detonamos estos procesos de cambio, de forma progresiva desaparecerán las dobles y triples jornadas, por la asunción de nuestra parte de la corresponsabilidad, desaparecerán por tanto los "suelos pegajosos", desaparecerá la infrarrepresentación de las mujeres en lugares de representación colectiva o dirección, porque ellas dejaran de concurrir en condiciones de desigualdad a estos espacios,...
Y esto necesariamente hemos de hacerlo de forma colectiva, porque si sólo nos limitamos a cambios individuales, la lógica patriarcal de la competencia nos situara a quienes elijamos estas fórmulas de praxis política, fuera del tablero de juego. Es necesario un compromiso pactado entre políticos y políticas, ciudadanos y ciudadanas, y entre sindicalistas hombres y mujeres, que nos sitúe en relación de igualdad. Y en esta tarea seguramente no estaremos solos, contaremos con la complicidad de quien ya soporta el peso de los cuidados de esta sociedad. Contaremos, como siempre, con la complicidad de nuestras compañeras.
Porque hemos de ir hacia la negociación de "Nuevos pactos por la Igualdad" en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra sociedad, en los que regulemos nuestros compromisos y responsabilidades desde la igualdad. Ya existen modelos, no partimos de cero, muestra de ello es el trabajo que realizaron entre otros, el compañero Ritxar Bacete, en el ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, cuando desarrollaron la "Declaración de sentimientos y compromiso por una paternidad positiva, corresponsable, consciente y activa", en la que hombres y mujeres en el ejercicio de la paternidad y maternidad se comprometían entre iguales a asumir la corresponsabilidad derivada de esa condición.
Las masculinidades en la era del feminismo, han de reubicarse desde la igualdad de forma activa en conversación permanente con las feminidades igualitarias, para superar las barreras no visibles que existen y explican que una sociedad con igualdad normativa como la nuestra se constate un fracaso generalizado en el plano de la igualdad real.
Se trata, en definitiva, de despatriarcalizar la política, las organizaciones y las relaciones afectivas para construir colectivamente una sociedad entre iguales.
Otras masculinidades son posibles y necesarias, es el momento de hacerlas realidad!
Comentarios
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