El presidente Xi Jinping celebró los resultados de su encuentro con Donald Trump como un éxito de la diplomacia china. En efecto, logró una tregua de 90 días en la guerra comercial, si bien ofreciendo para ello contrapartidas de significativo alcance. En primer lugar, Xi anunció que China comprará una muy importante cantidad de productos provenientes de EEUU para reducir el desequilibrio en la balanza comercial, incluyendo el aumento de las compras de soja y gas natural licuado. Además, propiciará una rápida reforma de la justicia en relación a la propiedad intelectual que elevará el rango de los tribunales que deben conocer de estas causas pasando a ser de jurisdicción nacional y no provincial, escalón donde las empresas chinas pueden tener más fácil influir en sus resoluciones. Igualmente, Beijing aceptó reducir las tasas a la importación de coches de EEUU del 40 al 15 por ciento. A mayores, habría dado el visto bueno a la compra de la holandesa NXP, heredera de Philips, por el gigante estadounidense de microprocesadores Qualcomm. China es propietaria de una parte de NXP y bloqueaba la compra desde 2016. Por otra parte, Xi también se comprometió a rigorizar el control sobre el fentanilo imponiendo fuertes penas a quienes comercian con este fuerte analgésico que está relacionado con el incremento de las muertes por opiáceos en EEUU.
¿Alguien sabe en qué ha cedido Trump? Washington había impuesto aranceles a productos chinos por valor de US$250 mil millones. Las cesiones de Xi evitaron que en enero se elevaran y se ampliaran a la práctica totalidad del comercio con EEUU. China mantiene los aranceles impuestos a productos estadounidenses por valor de US$110 mil millones de productos estadounidenses. En suma, se ha evitado la progresión de la escalada: no se elevarán más los aranceles ni se aplicarán otros nuevos pero persisten las dudas sobre la voluntad y la capacidad de ambas partes para conjurar las tensiones. Por otra parte, la percepción del severo efecto de las presiones de EEUU se antoja inevitable.
Si bien los acuerdos logrados propiciaron un freno a la creciente fricción comercial, todo apunta a un enfrentamiento prolongado. Los 90 días de tregua pactada parece muy poco tiempo para resolver las discrepancias en lo sustancial y para encauzar la relación por la senda de la no confrontación. Las contrapartidas entonces podrán haber servido de poco transcurrido el plazo, constatando de nuevo que sus diferencias son muy grandes y no puntuales. Recuérdese que la Administración Trump no solo pretende liquidar el déficit comercial o proteger a las empresas de EEUU contra el robo de tecnología por parte de China sino forzar un cambio de modelo industrial y hasta político en el gigante asiático de forma que le garantice la preservación de su hegemonía global.
Al facilitar tantas concesiones, China podría estar confirmando que la guerra comercial le está debilitando, quizá más de lo previsto inicialmente; sin embargo, la ralentización de su economía no es consecuencia directa del conflicto sino, sobre todo, de las medidas internas adoptadas para ajustar sus desequilibrios, en especial, el endeudamiento. Por otra parte, las presiones de EEUU constituyen un acicate importante para que su base industrial acepte mejor la inevitabilidad de las reformas estructurales.
El caso Huawei
La extradición solicitada por EEUU a Canadá de la vicepresidenta y directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, con el argumento de la supuesta violación de las sanciones impuestas por Washington a Teherán, añade un factor adicional a dicha guerra. Su caso sigue al de la empresa ZTE, que quedó al borde de la quiebra en mayo último por las medidas sancionadoras impuestas por EEUU. El arresto de Meng sería moneda de cambio y cuanto más dicen que nada tiene que ver con las negociaciones comerciales, menos creíble resulta. Especialmente cuando quien lo dice es Peter Navarro, el director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca. John Bolton, asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, reconoció estar al tanto del plan de arresto de Meng antes de la cena de Xi y Trump en Buenos Aires, lo cual resulta especialmente humillante para el primero.
No hay motivación política en el arresto, repiten en Canadá y EEUU pero en China se interpreta como un asalto en toda regla contra su industria tecnológica y, en concreto, contra el avance de Huawei en el mercado global con el propósito de contener su expansión. Huawei superó a Apple como segundo fabricante mundial de teléfonos inteligentes este año, multiplicando sus inversiones en inteligencia artificial, 5G, semiconductores, realidad virtual, etc. Imposible no interpretar la medida como un nuevo mensaje para contener las ambiciones tecnológicas chinas. Otro tanto podría decirse de las denuncias que la sitúan como un ariete de los servicios de espionaje chinos, afirmación reiterada nada menos que por Andrus Ansip, vicepresidente de la CE. Puede que sí, puede que no. Y después de lo que nos ha revelado Snowden, ¿quién puede crear en la "inocencia" estadounidense? Más que el desequilibrio comercial, lo que les enfrenta es el cuestionamiento de la primacía tecnológica y en esa guerra vale todo, incluso la apelación a la seguridad nacional.
¿Cómo salir del embrollo sin perder la cara? ¿Reducirá China sus ambiciones? ¿Será capaz de penalizar a las filiales chinas de empresas estadounidenses? La persecución contra Huawei pudiera ser solo el inicio de una batería de medidas contra otras empresas chinas. Sin duda, es lo más probable. Todo lo cual situará de nuevo a China –y al líder fuerte Xi- contra las cuerdas, dinamitando cualquier intento de moderación para ganar tiempo, circunstancia que solo podría beneficiar a Beijing.
Confrontación
Es evidente que EEUU ha cambiado de postura en relación a China. El convencimiento de que su meteórico ascenso debe ser contenido emerge como el consenso básico que fundamenta el "nuevo pensamiento estadounidense" en relación a este país. El vicepresidente Mike Pence lo expresó sin rodeos en su discurso del pasado octubre en el Instituto Hudson.
Las rivalidades sino-americanas tienen otros frentes abiertos, empezando por las misiones navales de respuesta a las ambiciones territoriales chinas en el entorno del Mar de China meridional. En el marco de la reciente cumbre de APEC, Papúa Nueva Guinea y Australia recibieron el apoyo de EEUU para instalar una base naval en la isla Manus, en el mar de Bismarck. La presión militar y estratégica también seguirá al alza. La desconfianza mutua acelerará el deterioro de las relaciones bilaterales.
Comentarios
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