Free Solo es una obra documental celebrada y premiada por todo el mundo. Está dirigida por Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi. Muestra una gesta deportiva prodigiosa e inigualable. Una escalada sin cuerda de El Capitán (vía Freerider), una mastodóntica mole de granito situada en el valle de Yosemite (California).
De por sí, el título es un himno minimalista y sugerente. La libertad (free) en este tipo de escalada es no dejar nada tras tu paso, ni llevarlo contigo, mientras que solo denota cierto ensimismamiento y soledad, aunque en este caso es espléndida.
Es así como se puede definir al protagonista, Alex Honnold. Que nadie piense en un temerario irresponsable con la suerte siempre de su parte.
A los escaladores que suben sin cuerda los llaman locos. Que desean la muerte. Otros que son adictos a la adrenalina. Sin embargo estos locos memorizan los pasos de un modo preciso, y entrenan hasta el límite. El control del miedo le hace mirar casi con indiferencia el vacío abismal.
Alex Honnold es una persona simple, llana y previsible en sus respuestas, pero la calidad de sus hechos resta poder a la palabra, y no tiene la necesidad de convencer a nadie.
Él se considera un atleta guerrero. Una persona que asume su condición de transitoriedad y que se exprime hasta el límite del suicidio. Y sin embargo desea vivir. Es un guerrero sin uniforme que no obedece órdenes, salvo las de su conciencia. Una persona libre de todo espíritu sectario.
¿Es un irresponsable, un asocial, un marginal, o alguien de una fuerza inspiradora arrolladora?. No parece que se trate de un individuo que gestione su vida en términos de productividad, de rentabilidad, o de consumo. No hay cábalas para la jubilación de este escalador.
Alex dice sentir pánico y miedo, pero también que la clave está en expandir su zona de confort. Es decir, en memorizar cada paso, movimiento, ensayarlo hasta alcanzar la percepción de seguridad.
Es un profesional del miedo.
La soledad de un único hombre y su respiración ante el vacío. El silencio de una pared sin fin, impenetrable, impasible, el sonido de las ráfagas de viento, las grietas y fisuras interminables que dibujan la ruta por donde colar los dedos, y mantenerse anclado para preservar una vida frágil, mientras el equipo de grabación espera en absoluto silencio con sus cámaras suspendidas sobre el abismo.
La clave de la ascensión está en los minúsculos detalles. Un agujero de 1 cm donde situar la yema de un dedo. Un cruce de pies, un salto al vacío que vale una vida, o la muerte fulminante.
La decisión de subir sobre una vía así es extraña, pero está revestida de una lucidez tan despiadada como poética.
Alguien que tiene por espejo una roca goza de clarividencia. Porque se trata de control personal. Es una propuesta desconcertante, en un mundo donde el espejo es una pantalla idealizante, generalmente de plasma líquido, lo cual modifica los comportamientos ante fenómenos políticos o sociales. Pero tener por reflejo una inmensidad de roca raya la certeza. No hay nada en lo que reflejarse, salvo un misterio pétreo que es el alma del escalador.
Cuando era casi un niño, a Alex Honnold le asustaba hablar con desconocidos, lo que le impulsó a escalar solo. Un niño tan tímido, educado en un ambiente de exigencia, tiene pocas posibilidades de salvarse de una catástrofe sentimental.
Cada escalada sin cuerda es "como un pozo de odio sin fondo hacia mí mismo", dice en un momento de la película. Una rabia y frustración neutralizada por una acción que desdibuja los límites entre los vivos y los muertos.
Dice Alex Hunnold que se sentía como un guerrero, sin oponentes, salvo sus propios miedos. Mientras que en una guerra la ira se dirige contra los otros, el escalador no dirige su rabia contra nadie, porque su objetivo es "trabajar el miedo hasta que desaparece".
La ira queda neutralizada en grietas que le torturan y le retuercen los brazos y la espalda hasta sentir vómitos de dolor.
Si busca la perfección, la escalada libre es lo más parecido, señala en un momento. Tal vez la perfección consiste en saber contra quién o qué dirigir tu rabia. Morir o embriagarse de una locura hasta sentirse pleno por unos instantes.
En estas condiciones, hasta la muerte parece una frivolidad. Alguien que desea sentirse perfecto, que busca "el hacer bien las cosas" no volaría sobre las aristas de una pared de 1.000 metros y de extrema dificultad. Se conformaría con hacer bien su trabajo de lunes a viernes, y dar un paseo por el centro comercial un domingo por la tarde mientras los niños corretean entre sus piernas.
Viajar y escalar están unidos. Este es un viaje vertical que suele hacerse con cuerdas, una especia de cordón umbilical que te une a la vida. Pero hacerlo sin ningún seguro, sin ese vínculo, es un ejercicio de una salvaje soledad. ¿Es el miedo un placer?
Vivir depende de donde pone las punteras de los píes de gato, en mantener la entereza empotrado en cientos de grietas que trituran las extremidades, en una pequeña repisa sobre el abismo, o en un salto al vacío tras sostener tu cuerpo con los pulgares a 700 metros de altura.
No parece que se comprometa con la vida reglada, sino con una exigencia máxima que le calma de una enfermedad desconocida.
Para el protagonista una cosa es clara: la muerte y la vida residen en minúsculos detalles.
Comentarios
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