Cenemos juntos entonces, pues qué nos queda sino alegrarnos ante la Europa nueva que ya amanece y que entre todos hemos de construir. Eso viene a argumentar el oficial alemán al francés que hace prisionero durante la primera Guerra Mundial en La Gran Ilusión, de Jean Renoir. Es la obra en la que pensé tras no dejar de asombrarme ante la locura de odio desatada en las bancadas de la derecha durante la sesión de investidura de Pedro Sánchez. Porque es una obra, la de Renoir, que nos habla de amistad, de esperanza en un mundo fraternal compartido entre aquellos que, en principio y por mandato de terceros, están obligados a matarse entre sí.
Son sus protagonistas hombres que ven indeseable ese destino de aniquilación, que valoran la ventaja de perdonar y vivir en acuerdo antes que masacrarse sirviendo banderas que jamás, que se sepa, han traído una felicidad general, aunque sí riqueza amasada por cuatro que se frotan las manos en la cima de una montaña de cadáveres.
Fue una película prohibida por pacifista, y de la que principal lección que se extrae es que odiar cansa mucho: destruye lo mejor que secretan nuestras glándulas, las cognitivas y las que van por libre proporcionándonos satisfacción y placer. Sí, nos anima Renoir, amar vigoriza y, frente a los que prefieren regresar al blanco y negro, nos da color.
Pero el odio contra un futuro justo y afectivo entre hombres y mujeres diferentes es interesado, y por ello difícil que se agote en su ánimo de infligir un daño: nunca faltará quien sople sobre el ascua destinada a abrasar las delicadas mejillas de la izquierda, ni quien escupa para humillarnos y doblegar nuestro deseo de cambio, pues si la sotana se queda sin moco en la garganta, la relevará el formidable gargajo del patrón. Toserán pues, escupirán sobre la novedad de un gobierno de progreso, y lo harán sin término, que no quepa la menor duda.
Es que no veis sangre, restos orgánicos, en las manos detonadoras de Bildu, chillarán; es que no sabéis que la cárcel cruel para Junqueras es la catalanísima solución, vocearán.
Y aunque los tímpanos echan ya sangre ante esta granizada de mal café, yo veo que no flaquean las convicciones de los que quieren una España mejor, y tal es así que esta descarga alocada de las derechas se está dando ya de bruces con un muro alto y amoroso sobre el que se resecarán como hongos los insultos de Casado y Abascal.
Porque no podrán doblegar solo con exabruptos el deseo de que ya reviente el Nilo fértil de un bien que al fin habrá de ser general, de que amanezca un futuro de mayor justicia y concordia que se imponga de una vez a la acritud de los injustos.
Pronto, todos los viernes en adelante habrá novedades de parto de una ley feliz, de un sereno y reconfortante abrazo en Cataluña, de más becas o de mejor aire para Madrid.
¿O no es esta acaso nuestra gran ilusión?
Comentarios
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