La pandemia de la COVID-19 ha provocado la mayor disrupción en los sistemas educativos de la historia de la Humanidad, según el informe de este agosto de 2020 de las Naciones Unidas. En él se apunta a una afectación del 94 % de los estudiantes del mundo, con cerca de 1 600 millones de alumnos de casi doscientos países en los que se han cerrado los centros de enseñanza. En el mejor de los casos se ha dado un salto repentino y desigual a la educación a distancia. En el peor, se ha desconectado del sistema educativo a los estudiantes más vulnerables.
El breve informe de Naciones Unidas es de muy recomendable lectura para todos los docentes, pues añade a las consabidas consideraciones sanitarias preventivas (mascarillas, higiene de manos, distancia, ventilación de las aulas...), otras referentes a la coordinación entre los diferentes agentes de la comunidad educativa y a la importancia fundamental de la acción política e institucional.
No obstante, me gustaría aquí añadir algunas consideraciones respecto a cuatro elementos pedagógicos cruciales: Acceso, Contexto, Didáctica y Creatividad (ACDC). No se trata de que el grupo de rock de los hermanos Young y compañía se pase a la pedagogía (aunque algunas de sus canciones nos pueden estimular en nuestro particular Highway to Hell), pero permítanme explicarles en qué consisten estas consideraciones ACDC:
Acceso
El acceso a la enseñanza en línea fue una prioridad de la mayoría de las administraciones tras el confinamiento y el cierre de los centros educativos. Y era lógico que así fuera, pues sin internet ni tecnología era prácticamente imposible la comunicación entre docentes, alumnado y familias.
El mero acceso que proporciona la tecnología no es suficiente para la educación en línea. Es simplemente una condición necesaria. Suministrar dispositivos electrónicos y garantizar la conexión a internet de los más desfavorecidos es una prioridad.
El rol de los docentes aquí ha consistido en detectar estos casos e intentar mediar con sus superiores para solucionar estas desconexiones dramáticas. En el acceso los centros educativos deberían informar y las administraciones responder. La falta de acceso es el pilar de la desigualdad.
Contexto
Sin embargo, que un estudiante tenga acceso a internet no implica que se den las condiciones para que pueda aprender. La pandemia ha puesto de manifiesto que la enseñanza presencial propicia, además del acceso a la educación, un contexto adecuado para el aprendizaje. Por eso la presencialidad es clave y se está intentando volver a ella: es en el aula donde los docentes pueden controlar que se dé un clima pedagógico favorable, un entorno seguro y unas condiciones básicas para la educación. Ahora bien, situémonos en un contexto de no presencialidad.
La semipresencialidad implica que periódicamente podemos contactar con nuestros estudiantes de forma directa. Se imparten algunas clases presenciales en las que se deberían planificar las tareas a realizar a distancia (suministrando los materiales pedagógicos apropiados, con instrucciones detalladas para las familias, en especial en la enseñanza infantil y primaria), corregir los trabajos planteados, resolver las dudas surgidas, explicar aquellos contenidos especialmente complejos y evaluar.
Las clases presenciales van a valer su peso en oro, por lo que cada docente deberá valorar su contexto y priorizar qué hace en ellas.
Es importante revisar qué han aprendido los estudiantes y las tareas efectuadas a distancia. También planificar las actividades para los días en los que no los veremos. No obstante, lo fundamental de esas clases presenciales es mantener el vínculo con nuestro alumnado.
El vínculo emocional se puede mantener en línea, sí, pero la presencialidad ayuda a paliar dos de los mayores inconvenientes de la enseñanza a distancia: la falta de autodisciplina cuando no hay unos horarios establecidos y el encuentro socializador con los compañeros de clase.
En la enseñanza a distancia el contexto queda a merced de la realidad cotidiana del alumnado. Los habrá con suerte, bien alimentados y que seguirán horarios y rutinas saludables para su edad, con un rincón apropiado para el estudio, con padres o tutores que puedan ayudarles en sus tareas, que puedan seguir las instrucciones que convenientemente el profesorado habrá proporcionado; pero también los habrá que, lejos de tener ayuda doméstica, se encontrarán con sus problemáticas cuando, pese al acceso, les será difícil seguir un curso a distancia.
Se trata en este último caso de aquellos alumnos para los que la escuela es un santuario, el único lugar que les garantiza tener alguna oportunidad a medio plazo, alumnos por los que debemos enarbolar la bandera de la presencialidad.
Didáctica
Aunque nos quejemos del tiempo constantemente, la mayoría de docentes nos enrollamos. Lo ideal es no renunciar a ningún contenido. La educación se fundamenta en ellos, en lo que explicamos.
Ahora bien, en una situación como la actual debemos seleccionar los contenidos más importantes. O ser concisos en la exposición de nuestra materia. Tal vez haya partes de nuestras asignaturas que no resulten en aquello que esperábamos. Un buen docente se da cuenta de cuándo una clase le ha ido mal. Minimicémoslas. No insistamos en aquello que no funciona ni presencialmente.
El feedback, las correcciones e indicaciones posteriores a los ejercicios, es crucial. Si tras el esfuerzo de sus alumnos su respuesta es simplemente una nota numérica, quizá seguida de un "muy bien", ¿qué aprenden de ello los estudiantes? Es preferible poner menos actividades pero dedicar más tiempo a la realimentación, valorando los aspectos positivos y enseñando qué partes de aquellas evidencias son incorrectas o podrían mejorarse.
También debemos dar indicaciones claras, información y feedback del seguimiento, a los padres o tutores que se han convertido en muchos casos en nuestros corresponsales domésticos.
En este sentido didáctico, una pequeña pizarra o un papel nos permiten explicar ejercicios o hacer correcciones a distancia a todo un grupo conectado, resolviendo dudas en directo y evitándonos muchas horas de correos o videoconferencias individuales. Se pueden preparar dosieres en papel o conjuntos de actividades digitales (con sus enlaces correspondientes). Recurrir a libros de texto puede ser otra solución para los docentes: centralizan actividades, y contienen una explicación alternativa al profesorado que agradecen los estudiantes y sus familias.
Creatividad
En las situaciones problemáticas emerge nuestra creatividad. Que se lo digan a los equipos directivos montando aulas en rincones insospechados, grupos burbuja, ubicando geles hidroalcohólicos e ingeniándoselas ante los Tetris de los horarios de curso; a los docentes replanteándose sus materias, contemplando los tres escenarios (a distancia, semipresencial o con mascarillas en el centro); al alumnado comunicándose a horas intempestivas para resolver aquel ejercicio extraño, buscando en línea materiales para un proyecto que puedan hacer con las herramientas de casa, o redactando un texto original para el exigente profesor de lengua; y a los familiares organizándose ante el reto de la escolarización en tiempos de pandemia.
Porque las escuelas, lejos de matar la creatividad, la fomentan, y de qué manera.
Creatividad a marchas forzadas. Suéltense y confíen en que es una capacidad cognitiva innata a la que recurren casi todos los días en la resolución de problemas.
Les deseo un creativo retorno a las aulas. Velando antes por el acceso, el contexto y la didáctica. Es nuestra función. Tal vez con alguna canción de ACDC de fondo, motivadora y que nos enchufe en esta vuelta al cole tan inusual. Un poco de rock nos vendrá bien.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
Comentarios
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