China negó recientemente haber llevado a cabo la prueba de un misil hipersónico, tal como avanzó el Financial Times, asegurando que se trató, en realidad, de la reutilización de un vehículo espacial y que no alberga propósito alguno de "militarizar" el espacio. Según el medio británico, el misil chino "circunnavegó la Tierra antes de acelerar hacia su objetivo" como parte de un lanzamiento no anunciado y que habría tomado por sorpresa a la inteligencia estadounidense. En cualquier caso, abundaría en la ya manifiesta "capacidad espacial avanzada" de China y en los pasos de gigante que está dando a gran velocidad en su modernización científica y castrense.
¿A quién creer? No es de extrañar que jueguen al despiste. Lo mismo hace EEUU cuando se niega a aclarar el incidente que involucró a un submarino nuclear estadounidense en el Mar de China meridional y que a día de hoy sigue siendo un misterio. En el desfile militar del 70º aniversario de la República Popular China (2019) se mostraron Misiles DF-17 que portaban un "planeador hipersónico" que puede volar en órbita baja "no balística". Las primeras pruebas exitosas de Rusia y China datan de 2018, se asegura. Los estadounidenses no se quedan atrás. En 2019, el Pentágono habría adjudicado un contrato de 1.000 millones de dólares a Lookheed Martin para comenzar la producción.
Lo primero a certificar es que, efectivamente, no se pueden subestimar las capacidades (cibernéticas, nuevas tecnologías y misiles de largo alcance) de Beijing que muchos creían limitadas en su evolución. Como tampoco sobreestimar su avance y poder militar.
A esta denuncia habría que sumar las acusaciones de intimidación en los mares de China, especialmente en torno a Taiwán, y otras de igual factura que apuntan a revestir de credibilidad la "amenaza a la seguridad" que supone el ascenso de Beijing. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, recordaba recientemente que la alianza definirá en Madrid en el verano de 2022 su nuevo concepto estratégico y que China formará parte de la nueva ecuación. Hasta entonces, acostumbrémonos a la erupción de un discurso que como primer cometido tendrá que justificar el nuevo impulso a "nuestra defensa colectiva". A ello debemos sumar la creación del AUKUS, el resurgir del QUAD o la reiteración de la frecuencia de la presencia de portaaviones, bombarderos estratégicos, submarinos nucleares y otros sistemas de armas avanzadas en las aguas próximas de EEUU y otras potencias occidentales.
En la misma línea habría que contextualizar la aseveración de que China está construyendo bases militares y puntos de observación en la frontera entre Tayikistán y Afganistán. Los gobiernos chino y tayiko niegan la presencia de cualquier contingente de Beijing pero esa preocupación por el control de los combatientes uigures en Afganistán otorga visos de credibilidad a cualquier hipótesis, que tanto podría ser cierta como rayar en la más descarnada desinformación.
Al exagerar la 'amenaza china', lo que realmente encuentra Estados Unidos son argumentos para fortalecer sus capacidades militares y buscar ventajas en materia de seguridad. Washington no sólo posee el arsenal nuclear más grande y más avanzado del mundo, sino que también está invirtiendo billones de dólares en su modernización. Por otra parte, se retiró del Tratado de Limitación de los Sistemas de Misiles Antibalísticos y del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, y avanza constantemente en el despliegue de un sistema global de misiles antibalísticos.
Cualitativamente, el desarrollo de esta arma hipersónica puede cambiar el paradigma de respuesta a cualquier amenaza balística y podría alterar el equilibrio actual entre las unidades antimisiles y sus radares de detección y disparo, por un lado, y los sistemas balísticos convencionales cuyas trayectorias son predecibles por cálculo, por otro. Estas armas serían más difíciles de apuntar.
Analizado desde una perspectiva global no supondría una alteración de la estrategia exterior de China, que sigue apuntando, dentro y fuera, al desarrollo como clave de su futuro. Las lecciones de la URSS están aprendidas y cualquier implicación en una carrera de armamentos se antoja inverosímil. Por el contrario, la hipotética apuesta china por estas armas tendría su razón de ser en Taiwán y cabría asociarla con la estrategia para debilitar la determinación del gobierno de Taipéi de preservar el statu quo o avanzar por la senda de la independencia a la sombra del Pentágono. Con la exhibición de este poderío, se aspiraría a debilitar la determinación del soberanismo taiwanés de resistir a la presión por la reunificación y también a disuadir a EEUU de acudir en su ayuda.
No es casual que la denuncia del misil hipersónico coincidiera con las declaraciones de Joe Biden a la CNN afirmando un compromiso integral de defensa de Taiwán, el menos ambiguo de los últimos lustros, aunque más tarde matizado. Hasta ahora, como ocurrió en 1996, la presión militar deviene en un reforzamiento de las posiciones políticas locales, pero con la precisión de los misiles balísticos, en caso de conflicto directo, China podría mantener a la aviación naval estadounidense y sus portaaviones a distancia del Estrecho. Los riesgos asociados simplemente se harían insoportables para EEUU en virtud del desarrollo militar continental.
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