Una opción política debe generar simpatía en el propio electorado y no generar rechazo o miedo en el electorado contrario a fin de no movilizar a sus oponentes. Es un principio de sicología política, por eso las decisiones estratégicas sobre generar o no rechazo son fundamentales. Por ejemplo, el PP de Casado basa toda su estrategia en generar rechazo hacia Pedro Sánchez, con el fin de mantener activado el voto propio y evitar fugas hacia la ultraderecha. Por el contrario, Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía del PP, basa su estrategia en presentar una cara amable ante el electorado del oponente, a fin de no activar el voto socialista que se abstuvo en las anteriores elecciones y le permitió gobernar. En esas estrategias juega un papel fundamental el leguaje político. Ajustar el lenguaje al objetivo perseguido es indispensable para generar simpatía en los propios o no producir rechazo en los contrarios.
Un ejemplo paradigmático del papel que juega el lenguaje en la estrategia política podemos verlo en la evolución del lenguaje político del neoliberalismo. En los inicios de la revolución neoliberal, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los 80 del siglo pasado, el lenguaje del nuevo liberalismo no estaba pulido. Las palabras privatización, desregulación, imposición ineficiente, ... eran habituales. El lenguaje liberal era muy crítico y descarnado, propio de un momento de euforia revolucionaria y de enardecimiento de los convencidos que se creen portadores de una "verdad".
No obstante, para que esa "verdad" se fuese instalando en el conjunto de la sociedad sin resistencia era necesario un crear un lenguaje menos estridente, que fuera empapando como la lluvia fina. Para ello el neoliberalismo diseño una estrategia de blanqueamiento del lenguaje, acuñando términos eufemísticos que suavizaban las palabras y creaban una visión positiva de las estrategias neoliberales. Pondré un ejemplo, las leyes que luchan contra los monopolios desde finales del siglo XIX se denominaban leyes antimonopolio, sin embargo, los neoliberales de la Unión Europea de finales del siglo XX las han denominado leyes de defensa de la competencia. Defensa da una visión positiva del mercado, si lo defendemos es bueno, mientras anti da una visión negativa del mercado, pues si tenemos que luchar contra ello es malo.
En los últimos tiempos, dos nuevas denominaciones se han abierto paso en este blanqueamiento lingüístico del neoliberalismo: la sustitución de la palabra desregulación por el eufemismo simplificación administrativa y la sustitución del término privatización, primero por el de externalización y después por el de colaboración público-privada. Me centro en la privatización que es la que provoca este artículo.
La privatización de empresas públicas fue el primer objetivo del liberalismo en el último cuarto del siglo XX. Privatizar era lo mismo que introducir competencia y beneficios para los consumidores. Sin embargo, la mayoría de los casos no acabaron en competencia y al final mantuvieron monopolios y oligopolios, ahora privados, que exprimen a los consumidores, como ocurre en el caso de la electricidad. Después de las empresas públicas vino la privatización de la gestión de la prestación de servicios (limpieza, gestión del agua, transportes públicos, aeropuertos...) No se vendía la propiedad, pero la gestión se privatizaba. El paso del tiempo ha puesto de manifiesto que las privatizaciones de servicios no repercuten en mejoras de servicios ni en ahorros de costes sino todo lo contrario. Los concesionarios bajan los salarios y el número de trabajadores para conseguir beneficios, disminuyen la calidad del servicio y además cuestan más por el beneficio industrial y por el IVA que hay que pagar en muchos casos. Además, políticamente la administración afectada acababa siendo rehén de la empresa que, provocando huelgas en momentos electoralmente oportunos, puede conseguir mejoras de los contratos. En la actualidad, si bien las privatizaciones de empresas públicas hasta ahora ha sido irreversible, en el caso de la gestión de los servicios públicos cada vez son más las actividades rescatadas por los correspondientes gobiernos.
Cuando comenzaron a verse los efectos negativos de la privatización de la gestión de servicios, los neoliberales reaccionaron y la privatización pasó a denominarse externalización. Un término sicológicamente neutral que sin embargo no tuvo buena acogida, ya que los sindicatos realizaron una campaña pedagógica muy fuerte difundiendo que "Externalización es Privatización" y dejando al descubierto la manipulación del lenguaje. El intento neoliberal fue un fracaso.
Obviamente el neoliberalismo no va a rendirse y ha buscado otra terminología, ahora sicológicamente más positiva y la privatización de la gestión de servicios públicos ha pasado a denominarse eufemísticamente colaboración público-privada (Public Private Partnership). Esta vez han optado por un término positivo, colaborar que un sinónimo de cooperar, y ahí andan desde múltiples tribunas allegadas (en nuestro país FAES, FEDEA, Deloitte, ESADE, Farmaindustria, Ferrovial, ...) promocionando el nuevo mantra.
El éxito de una política de lenguaje amable se produce cuando la lluvia fina cala en el electorado opositor y lo adormece, no obstante, el culmen de dicho éxito tiene lugar cuando los partidos opositores asumen el lenguaje y lo hacen propio. Ese extraño suceso es el que se ha producido en Andalucía, donde el lenguaje neoliberal ha llegado a incorporarse a la Ponencia Marco del 14 Congreso del PSOE-A. En la misma aparece una y otra vez la famosa colaboración público-privada neoliberal, hasta en 18 ocasiones. Obviamente siempre lo hace cuando hay recursos públicos de por medio: fondos europeos, suelos públicos ...
No obstante, lo llamativo no es solo eso, también es lo ocurrido en el proceso de convenciones provinciales donde se ha hecho el primer filtro de las enmiendas a la Ponencia Marco. El foro programático que he coordinado "Ágora Andalucía ¡Socialista!" ha presentado 99 enmiendas en 7 de las 8 convenciones provinciales y solo han tenido problemas para pasar el filtro, en las convenciones de Sevilla y Granada, precisamente las enmiendas relacionadas con la colaboración público-privada. Es decir, no es que haya calado la lluvia fina del nuevo eufemismo neoliberal, es que hay en el PSOE quien lo defiende como si fuera algo propio del socialismo.
Eso no hace otra cosa que poner de manifiesto dos conclusiones: primero, el éxito del neoliberalismo y su manipulación del lenguaje; y segundo, el fracaso de nuestro partido en un ámbito que era una de sus fortalezas, la formación de la militancia. Hemos dado por supuesto que quienes militamos en el PSOE conocemos el socialismo, su historia, sus propuestas programáticas y su ideal social y que sabemos oponerlas a las que defienden nuestros adversarios de la derecha y la realidad demuestra que no es así.
El PSOE-A no puede caer en la trampa de los eufemismos del neoliberalismo y por eso espero que nuestras enmiendas sean aceptadas. En el congreso de Torremolinos es esencial que eliminemos esa obsesión por la colaboración publico-privada, que no es otra cosa que privatizar. Hay que evitar deslocalizar ideológicamente al partido y no dar a la derecha el argumento de que también defendemos las privatizaciones. Si queremos que los nuestros nos voten debemos ser lo que somos: Socialistas.
Comentarios
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