La ganadora de los premios Goya 2022 ha sido "la madre". Se escucharon agradecimientos y palabras de reconocimiento para muchas de las de los premiados y premiadas. Una de las que mejor parada salió fue la de Zeltia Montes, responsable de la música de la película merecidamente agasajada de León de Aranoa, El buen patrón. Zeltia lució un vestido de contrastados colores y corte de inspiración flamenca que combinó con un peinado entre ochentero y futurista; un cardado imposible que requiere enormes dosis de aplomo y al menos un bote completo de laca. Aparecía así desafiante y confiada hasta que llegó el momento de recoger su premio. Una vez en el escenario a Zeltia se le cayó un pendiente. Se agachó a recogerlo desde la altura de sus tacones y se lo colocó sin perder ni el equilibrio ni la compostura. Esos segundos preludiaron lo que vendría después. La actuación de una mujer vulnerable pero determinada, frágil pero decidida.
Zeltia Montes tenía cosas muy importantes que decir y las dijo. Tambaleándose ante el micrófono por la emoción y los nervios, la compositora nos dejó un par de minutos cuya tensión narrativa hubiera merecido una nominación a mejor guion, por su sinceridad, su intensidad y carisma. La primera palabra que pronunció fue "mamá". Fue a ella a quien quiso rendir tributo desde el tan estrambótico olimpo de una gala televisada. Montes agradeció a su madre sus desvelos para costearle una educación musical carísima de incierto futuro profesional. Denunció la precariedad y la minusvaloración del oficio. Mencionó a los españoles que tienen que emigrar para ganarse la vida y cumplir sus sueños. Reivindicó el papel de la música en el cine y alertó sobre la dificultad de lograr resultados brillantes con tan bajos presupuestos. Emplazó a los directores a interrogarse sobre lo que serían sus películas si no tuvieran música y remató asegurando que ni la historia de la música ni la del cine han sido muy agradecidas con las mujeres. Es a ellas a las que les dedicó también el galardón después de confrontarnos con la realidad de un mundo que los Premios Goya ocultan en bambalinas. El cine, las artes y la cultura sufren un abandono institucional desgarrador en España; todos sus oficios están precarizados, los proyectos infradotados y las taquillas -tras dos años de pandemia- siguen sin dar beneficios. Pinchar unos segundos a Iceta, actual ministro del ramo, solo sirvió para constatar ese abandono vergonzoso.
La maternidad. Tendemos a enaltecer la maternidad como un acto de entrega, de sacrificio con escaso retorno; hay mucho de paternalismo e hipocresía en un mundo que valora a las madres como dadoras de vida (tetas y caldos) sin atisbar si quiera todas las tensiones, los matices y el arco interpretativo del personaje "madre". Deberían interesarnos más las madres por sus vidas que por su a veces fortuita condición de serlo. Pilar Bardem, por ejemplo, fue reivindicada por su hijo Javier como actriz y como activista, como "ejemplo de ser humano"; y eso, creo, es lo que queremos.
Jane Lazarre, quien retrató y problematizó magistralmente el mundo de la maternidad en El nudo materno, reproduce en ese libro clásico de 1976 una conversación entre dos madres. Una de ellas dice de su hijo: "Yo daría la vida por él... Todas esas películas sorteando tanques entre balazos para salvar a sus hijos son reales. Sin duda prefiero morir a perderlo. Supongo que esto es amor -dije estremeciéndome, y después nos echamos a reír-, pero ha destrozado mi vida, y solo vivo pensando en cómo recuperarla- dije para terminar, pues sin la segunda parte de la frase, la primera es una pérfida mentira, una mentira que juramos desterrar para siempre".
No es una contradicción; es el nudo dramático de la maternidad y nos equivocamos mucho si intentamos deshacerlo.
La guerra. Hablando de mentiras que juramos desterrar para siempre, la directora afgana Sahraa Karimi repitió en lo esencial el emotivo y rotundo mensaje que lanzó el pasado mes de agosto en la ciudad de Kiev: el talibán es un régimen criminal con las mujeres y el mundo no puede permanecer indiferente y en silencio. Afganistán sigue siendo una herida abierta en el siglo XXI, tras un XX de sufrimiento ocasionado por el oportunismo inmoral de potencias irresponsables que no han dejado de serlo. Karimi huyó a Ucrania hace ya unos cuantos meses; Ucrania va a ser invadida por Rusia en cualquier momento. Una madre de película resolvería este conflicto separando a los contrincantes, pidiéndoles contención y razonando la importancia del acuerdo. Una madre de película acabaría una agotadora jornada más sentada frente a una pantalla, viendo la ceremonia de los Goya, dejando rodar una lágrima que terminará por caer a cámara lenta en el vaso que sostiene su mano desmayada sobre el brazo del sillón.
En el story board de esta película, en la viñeta correspondiente a la escena, leemos: lágrimas caen sobre un whisky on the rocks en vísperas de la guerra.
Comentarios
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