Quien busque los orígenes del fascismo en Italia encontrará un contexto de posguerra y una reacción nacionalista contra las luchas proletarias de los últimos años 20. Quien busque los orígenes del nazismo en Alemania encontrará un cóctel de crisis económica y desengaño hacia los partidos tradicionales. La explicación más sencilla y también la más plausible la proporcionaba Buenaventura Durruti en una entrevista con el Toronto Star: "Cuando la burguesía ve que el poder se le escapa de sus manos alza el fascismo para mantener sus privilegios".
La fuerza del capital extranjero creció durante el Tercer Reich. Se sabe, por ejemplo, que Henry Ford sirvió de inspiración a Adolf Hitler y que multiplicó sus beneficios a la sombra de los nazis. El NSDAP encabezó una política pionera de privatizaciones y puso varios sectores esenciales en manos de propietarios afines. No podía existir un producto más acabado de las élites económicas que el nacionalsocialismo. Así lo confesaba el banquero Kurt von Schröder durante los Juicios de Núremberg: "El objetivo unánime de los empresarios era que un hombre fuerte tomara el poder en Alemania y mantuviese el gobierno durante mucho tiempo".
No hemos conocido la Gran Depresión de 1929 pero hemos padecido la Gran Recesión de 2008. Sabemos que los mercados nos pasaron la factura de la crisis y las políticas de austeridad devoraron nuestros salarios, nuestras pensiones, nuestra sanidad y nuestra educación. Recordamos que las calles se llenaron de rabia trabajadora, de mareas multicolores y de huelgas feministas. Y recordamos también que las altas esferas incubaron nuevas siglas electorales, las doparon con dinero y las regaron con un desmedido afecto mediático. Así nació Ciudadanos. Y así prosperó Vox cuando Ciudadanos dejó de ser útil a los amos de todos los billetes.
La gran tarea del historiador, dice Oswald Spengler, consiste en comprender los sucesos contemporáneos para interpretar los sucesos venideros. Basta una mirada al auge de la extrema derecha en la Europa de principios del siglo XX para entender en su esencia el ascenso de los nuevos nacional-populismos en la Europa del siglo XXI. Quien se empeñe en subrayar las diferencias, que son muchas, tendrá que reconocer al menos la legitimidad del paralelismo. El monstruo experimenta mutaciones y no solamente demuestra una gran resistencia sino también una extraordinaria capacidad de adaptación.
Cada vez es menos admisible abordar el fascismo como una reliquia histórica. El pasado domingo, la policía de Idaho arrestó a 31 neonazis del Frente Patriota que planeaban atentar contra los actos del Orgullo. Mientras tanto, la marcha LGTB de Burdeos transcurría entre insultos homófobos. Un grupo de encapuchados desplegó en el tejado de la Casa Ecociudadana una pancarta con el lema "Protejamos a los niños". Al día siguiente, en Sevilla, Macarena Olona aprovechaba el debate electoral de Canal Sur para sugerir que la enseñanza en la escuela pública está en manos de pederastas.
Los agravios contra la diversidad sexual y de género han cobrado protagonismo en la campaña andaluza. En su mitin del domingo en Marbella, Vox cedía el micrófono a la dirigente tardofascista Giorgia Meloni, que aullaba "sí a la familia natural, no a los lobbies LGBT" y ponía en pie a toda la grada entre aplausos y banderas rojigualdas. Allá por 2020, Alba Sidera advertía en su libro Fascismo persistente que Meloni aguardaba agazapada el momento de reemplazar a Matteo Salvini en el liderazgo del espacio derechista. Ese momento ya ha llegado. El pasado domingo, los Hermanos de Italia de Meloni superaron a la Liga Norte de Salvini en la primera vuelta de las elecciones municipales.
En Andalucía, la izquierda ingenua anda preguntándose si el PP armará el gobierno de la Junta con la extrema derecha. Como si Juan Manuel Moreno no hubiera sido el primer dirigente autonómico que legitimó a Vox como socio institucional en 2019. En aquel entonces, debatíamos si era factible un cordón sanitario a los ultras como ha ocurrido en Francia, Bélgica o Alemania. Hoy ese cordón debería rodear la mismísima sede de Génova. El PP y Vox forman parte del mismo proyecto político: un franquismo democrático que se ha enquistado en los tuétanos del Estado, en los estamentos judiciales, en el ejército, en la monarquía, en las fuerzas policiales y en los platós de televisión donde se manufacturan las noticias falsas.
El fascismo, dice Walter Benjamin, trata de seducir a las masas empobrecidas pero sin modificar el régimen de producción y de propiedad. Les ofrece así un vehículo para que expresen su rabia pero no reclamen sus derechos. Es una política estética. Un dinosaurio de brillibrilli que duerme con placidez en tiempos de consenso pero que despierta enfurecido cuando le tiembla el suelo. Algunas veces ruge con las fauces musolinianas de Giorgia Meloni. Otras veces delira con los ojos desnortados de Isabel Ayuso. Pero siempre, sin excepción, obedece a los mismos dueños. Son el gobierno de los pocos. Son la ruina de los muchos.
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