«Quiero que sepáis que soy una persona más de todos los que estamos aquí». Estas palabras, pronunciadas por María del Monte delante de miles de personas LGTBI+ en el pregón del Orgullo de Sevilla, ya son historia. Una historia de silencios, de verdades que se dicen con la boca pequeña y de manos [por debajo del mantel], que ha tenido su desenlace feliz con una ‘salida del armario’ y un montón de titulares de prensa rosa. Una historia por fin concluida que nos alegra tantísimo por eso mismo: porque ya es pasado.
María del Monte es una de las personas más famosas del folklore andaluz (y, por tradicional extensión, español) desde hace tres décadas. Pasó de Reina de las Sevillanas a Reina del Prime Time Mainstream, que es un título que me acabo de inventar para decir que esta señora lleva años haciendo programas de TV de los que ven uno de cada cinco espectadores. Puede que ni yo ni tú, querida persona que lee periódicos de izquierdas, solamos ser esa unidad (1) de espectador, pero nuestras abuelas, nuestros cuñados y quizá también algunos de nuestros jefes sí que lo son. Y ella les cae muy bien, y les parece que es una mujer honesta, campechana y divertida. La invitarían a cenar en su casa en Navidad. Y, desde el jueves, ya no pueden seguir obviando que, además, es una de esas mujeres que se acuestan con otras mujeres.
No recuerdo a qué edad aprendí que una mujer podía tener una relación romántica con otra, pero sé que desde que me enteré supe que María del Monte era ‘de esas’. Todas lo sabíamos. ‘Marimonte’, de hecho, es como llamábamos en Sevilla a cierto tipo de mujer cuando empecé a ir bares ‘de ambiente’ a principios de los 00. Las de estética rociera, seguro que sabes lo que quiero decir. Date cuenta que hasta ahora lo has sabido sin que yo escriba la palabra lesbiana. Porque lo que era María del Monte se sabía, pero no se decía. Era ‘la amiga’, o ‘amiga entrañable’ para la prensa del corazón más cursis. Esa persona que es ‘diferente’, pero que a pesar de todo respetamos porque es ‘una bellísima persona’.
El caso es que para las lesbianas que crecimos en Andalucía, desde los 80 hasta hace bien poco, María del Monte era la única referencia. Una referencia escasa, la verdad, porque no era oficial ni se podía decir en ciertos sitios, pero la única que teníamos a mano para valorar la posibilidad de que nosotras pudiéramos ser ‘aquello’, allí en nuestro entorno más cercano. Eran los años de ‘no me importa con quién te acuestes siempre que sea en privado’. Los de ‘sí, vale, sabemos que esa chica es tu novia, pero ni se te ocurra traértela a la cena ni besarla delante de tus primos’. La época en que las personas homosexuales conseguimos ser casi iguales que las heterosexuales en derechos sobre el papel, pero seguíamos siendo abismalmente distintas en legitimidad, en seguridad y en capacidad de ocupar el espacio público.
Uno de los momentos de visibilidad lésbica más alegres que he tenido en mi vida también ocurrió durante el Orgullo de Sevilla. Fue hace 15 años, en 2007. Las organizaciones LGTBI+ más institucionalizadas convocaban en el mismo sitio que el jueves pasado, en la Alameda de Hércules, entonces la zona más ‘alternativa’ de la ciudad (hoy día más bien la zona gentrificada y homogeneizada). A un [grupo de activistas queer] nos pareció que una manifestación LGTBI+ tenía que incomodar más, así que fuimos a la puerta del Arzobispado con una pancarta en la que se leía «Orgullo es protesta». Y de ahí a La Campana, la plaza más céntrica, donde bajo esa pancarta hicimos sonar y bailar Cántame, la sevillana más famosa de María del Monte. Aquel gesto, que entonces nos pareció tan punk, hoy ya solo resulta tierno.
El gesto realmente radical, en 2022, es esa forma tan respetuosa y modesta de salir del armario que ha tenido María del Monte. La frase que encabeza este texto y lo siguiente que dijo: «Por supuesto, mi pareja está aquí. Si quiere subir, que suba; y si no, que no. La voy a seguir queriendo». Su pareja subió, para felicidad de todo el público, pero quedó explicitada la idea de que cada una sale del armario cuando puede y como puede, y a todas las aplaudimos igual. María del Monte sigue siendo un icono lésbico aunque no haya pisado Orgullo hasta después de cumplir 60 años, aunque haya tenido que esperar a que falleciera su madre para hacerlo con confianza.
Los vídeos de María del Monte bailando I Will Survive con pasos de rumba y una alegría que no le cabe en el pecho, o revoleando estupendamente una bandera arcoíris con lunares flamencos, son mucho más que una anécdota que lleva dos días recorriendo todos los grupos de WhatsApp de mis amigas transmaribolleras y simpatizantes. Son también la constatación de que se ha acabado una época, una fiesta para celebrar que hemos recorrido juntas un largo camino de no retorno. He entrecomillado muchas expresiones en este artículo porque me parecen anacrónicas, porque ya no las reconozco como parte de mi vocabulario ni de ningún discurso propio de 2022. Qué alegría que sea así.
María del Monte seguirá haciendo sus programas en prime time, seguirá hablándole desde la tele a nuestras abuelas, madres, tíos, médicas, fruteros, etc, etc. Y no pasará nada, les seguirá cayendo igual de bien. Y a nosotras sí que nos ha pasado algo: que ahora ya no tiene ningún sentido quedarnos en ningún armario.
Muchas gracias, María, por cogernos de la mano.
Comentarios
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