Casi una fake news es afirmar que la crisis desencadenada por la dimisión de Mario Draghi como presidente del Gobierno de Unidad Nacional en Italia, es asunto de la única incumbencia política interna italiana. Más confusión se arroja a la opinión pública europea cuando se justifica por gacetilleros campanilistas la inevitabilidad de las nuevas elecciones generales en el país transalpino este próximo 25 de septiembre. Se arguye con desvergüenza provinciana que se trata de un asunto típico de los juegos palaciegos característicos de una democracia italiana, que ha tenido más de 66 gobiernos en los últimos 76 años (con un duración media de trece meses). O sea, nada nuevo bajo el sol en el confinado reducto del Bel Paese de Maquiavelo y Guicciardini.
Los propios italianos no querían acudir a las urnas en los tiempos que corren (apenas un tercio eran favorables según las últimas encuestas). Pero el ansia por capitalizar el poder de las poltronas institucionales ha prevalecido entre los partidos de la derecha, con el empuje de la extrema derecha de Fratelli d’Italia (aliada de Vox), liderada por la postfascista Giorgia Meloni. Más vale ‘pájaro en mano’ y aprovecharse de la situación provocada por la errática legión de diletantes del Movimiento Cinque Stelle, que responsabilizarse de las implicaciones que conlleva para la UE un dislate electoral tal en plena guerra de Ucrania.
Putin seguro que celebrará en la ‘intimidad’ del Kremlin la evolución de los acontecimientos en el flanco sur de la UE. Si el ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN habría sido un inesperado revés en la batalla de conquistas territoriales emprendida por el criminal imperialista, la caída de Draghi refuerza su estrategia de destrucción (económica, cuando menos) de la UE. A semejante objetivo dan la bienvenida los populismos reaccionarios y los nacionalismos estatalistas de los países comunitarios.
Italia depende energéticamente de fuentes exteriores en un 70%, siendo los hidrocarburos rusos responsables de la cobertura de la quinta parte de sus necesidades de consumo energético. La última acción del gobierno Draghi antes de su dimisión ha sido, precisamente, acudir a Argel para firmar un protocolo que pueda garantizar un mayor suministro de gas, alternativo al siberiano ruso.
Sin Draghi Italia pasará de ser un país de firmeza europeísta frente a Putin, a un débil eslabón de resistencia frente a la barbarie de las tropas "Z". Además el euro volverá a encarar un contexto de crisis por la gestión de las deudas soberanas. Recuérdese que con unas simples palabras de autoridad, Draghi evitó en julio de 2012 la quiebra de la moneda europea: "Haré todo lo que sea necesario para salvar al euro y, créanme, será suficiente". Y lo fue, frente al ataque despiadado de los capitales peregrinos al euro.
Nunca se ha ponderado lo suficiente la actuación de Draghi por evitar la destrucción del euro. Y ello pese a los estereotipos y recelos mostrados entre europeos septentrionales y meridionales, como pusieron de manifiesto las declaraciones en su momento del presidente del Eurogrupo respecto a los europeos ebrios y libidinosos de la Europa mediterránea. Su pericia para neutralizar las críticas procedentes del Bundesbank alemán fueron un aval de su potente activo ‘político’, y no solo fruto de un enfoque meramente tecnocrático. Esa ‘política’ del otrora banquero romano asiste ahora a su defunción con la actual crisis de gobierno en Italia y la convulsión electoral en el meridión europeo.
Cuando el Gobierno de Unidad Nacional de Draghi acudió en febrero de 2021 al Parlamento italiano para obtener el voto de investidura (fueron 535 diputados a favor y 56 en contra), algunos observadores auguraron que el ejecutivo encabezado por Super Mario sería el epítome de un gobierno de coalición Frankenstein, por la amplia y variada representación de diferentes sensibilidades políticas. Mucho se hablaba de un gobierno de tecnócratas liderado por el tecnócrata más prestigioso de todos ellos. Craso error de apreciación.
El programa de acción del gobierno Draghi fue sencillo de enunciar pero difícil de realizarse. Su objetivo principal no era otro que garantizar que los fondos europeos del Next Generation EU (Refundación de la Unión Europea) llegasen a Italia previa elaboración de programas de actuación concreta. Se trataba de agilizar y articular eficientemente políticas de actuación justificadas plausiblemente hasta en el detalle de la ‘letra pequeña’. Atañían principalmente a programas relativos a la investigación e innovación (Horizonte Europa), la transición digital (especialmente en la administración pública) y la preparación de intervenciones en salud (EU4Health). Además debían incidir en la modernización de políticas tradicionales (cohesión y política agrícola), la lucha contra el cambio climático (implicando el 30% de los fondos totales de la UE), o la protección de la biodiversidad e igualdad de género. Todo ello queda ahora varado en la incertidumbre.
Para los italianos nostálgicos del viejo mundo bipolar de la URSS soviética, y de aquellos antiamericanos de la ‘radical chic’ olvidadizos de que fueron las tropas de USA y aliadas las que liberaron a su país de la monstruosidad fascista, Putin tiene razones para devastar Ucrania y romper la UE. No sorprende que para un 28% de los italianos, la culpa (sic) del conflicto en Ucrania es de los Estados Unidos, una cifra muy alejada del promedio del 9% manifestado en el conjunto de los países de la UE. Seguramente para todos ellos la caída de Draghi es un gol por toda la escuadra marcado por el imperialista ruso en la Champions League Europea de la dignidad democrática. ¿Queda todavía partido, verdad?
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