La anunciada gira por Asia (Japón, Corea del Sur, Malasia, Singapur) de la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, tiene como principal morbo si hará o no escala en Taiwán. Por el momento, sigue sin estar claro, figurando como itinerario "tentativo".
Pelosi justifica su visita en la necesidad de expresar apoyo político a la democracia taiwanesa y escenificar el compromiso con la seguridad de la isla. El gasto en defensa de Taiwán ronda el 2% del PIB y EEUU quiere que lo iguale al suyo, en torno al 3,2%. Mientras, otras voces autorizadas en Washington reclaman el final de la política de una sola China y de la ambigüedad estratégica.
A primera vista, si EEUU pretende atraer a China hacia las posiciones de Occidente en su mayor quebradero de cabeza actual (la guerra en Ucrania y sus consecuencias), no parece que esta sea la mejor manera. Por el contrario, la aleja y empuja con más rotundidad a China hacia Rusia, aunque quizá sea eso lo que se ha buscado desde el primer momento. Sin duda, vendría como anillo al dedo para escenificar lo "irremediable" de la guerra fría que en Washington intentan asentar para apuntalar su hegemonía global. Europa, con importantes intereses en esta evolución, calla. Bruselas, con mayoría conservadora en todas sus instituciones, cada vez más dependiente de la política de EEUU, parece tener las manos atadas y su silencio ante esta iniciativa es sorprendente, más cuando el titular de la cartera de exteriores se ha caracterizado por ser un severo azote del independentismo catalán, cuestión que igualmente subyace en el affaire taiwanés.
La hipotética visita de Pelosi se daría en un contexto crecientemente perverso de las relaciones sino-estadounidenses. O la Casa Blanca es ya un circo o se juega deliberadamente a la confusión. El presidente Biden da a entender un día que está dispuesto a ir a la guerra con China para "defender a Taiwán"; sus asesores directos le matizan a renglón seguido. A Xi, directamente, le dice que no se preocupe, que la política de EEUU no ha cambiado. Mientras tanto, la tercera en la jerarquía institucional del país (y del mismo partido) parece ir por libre desoyendo el parecer presidencial que desaconseja la visita. Y del ejército, que también desaprueba el viaje. Así las cosas, es comprensible que el embajador chino en Washington, Qin Gang, dijera en su día que "ustedes dicen una cosa y hacen otra"; y apostilla, pero "nosotros haremos lo que decimos".
Desde 2016, con la llegada de Donald Trump, la política de EEUU hacia Taiwán ha cambiado, como también hacia China, naturalmente. Biden sigue la misma estela. Republicanos y demócratas comparten la idea de que Taiwán es un importante talón de Aquiles de China y meterán el dedo en el ojo cuanto puedan mientras le convenga. Ambos partidos se han afanado en establecer un nuevo marco legal para agilizar y multiplicar las ventas de armas a Taipéi, incrementar los vínculos económicos, comerciales, financieros y tecnológicos, contener la sangría de aliados diplomáticos y elevar el perfil político de los intercambios.
La posible visita de Pelosi está precedida de otras significativas en los últimos meses como la del exsecretario de Estado Mike Pompeo (que reclama ahora el establecimiento de relaciones diplomáticas formales con Taiwán, como también John Bolton) o, por referirse a los últimos días, de varios exsecretarios de defensa como Mark Esper, hoy en el consejo de administración de una empresa de defensa, o Jim Mattis, o Janet Napolitano, ex secretaria de Seguridad Nacional. EEUU, además, da alas sobre todo a Japón, la expotencia ocupante de la isla entre 1895 y 1945, para que se sume a la presión. Estos días visita también Taiwán el exministro de Defensa japonés Shigeru Ishiba, al frente de una importante delegación parlamentaria.
El secesionismo taiwanés constata que en este momento cuenta con el mayor apoyo de EEUU que nunca hubiera soñado. Y no solo. De Europa a Australia, el rechazo a la reunificación goza hoy de plena prédica por cuanto cualquier paso en dicha dirección estratégicamente reforzaría a China. El amparo a la defensa, como mínimo del statu quo, pero también de la independencia, se justifica en el discurso del compromiso con la libertad frente al autoritarismo...
China, por su parte, dice seguir apostando en firme por la reunificación, reitera que Taiwán es una línea roja, y que la vía pacífica sigue siendo su prioridad sin descartar el recurso a la fuerza en caso de alteración sustancial del statu quo. Xi ha urgido prisa, pero no parece que el fondo de esta política vaya a cambiar.
El viaje de Pelosi se produciría en un momento complejo para Beijing: de una parte, la inminencia del XX Congreso del PCCh en el que Xi debe revalidarse como hombre fuerte, lo que le obligaría a mostrar adicional firmeza en esta cuestión; de otra, problemas delicados en la economía. En las últimas semanas, Xi se ha prodigado en los cuarteles del ejército, circunstancia probablemente relacionada con el XX Congreso y la celebración del 1 de Agosto, aniversario de la fundación del Ejército Rojo, pero también con esta coyuntura. Ejercicios castrenses y otras acciones en el entorno de Taiwán están al orden del día. Los militares dicen que no se quedarán de brazos cruzados. Beijing ha dejado entrever incluso una eventual respuesta militar si Pelosi pisa suelo taiwanés.
Pero el culebrón no viene del todo mal a Xi Jinping. Lo cierto es que con este tema, EEUU facilita también el desvío de la atención en China hacia otros problemas y propicia que la inmensa mayoría de la opinión pública se aglutine en torno al PCCh, cuando otros quisieran poner precisamente en duda su magisterio en la gestión de la estabilidad y la economía.
Los sectores más conservadores de EEUU claman a Pelosi que "no se doblegue ante China". Algunos le recuerdan que la suspensión de su prevista visita en abril fue un "positivo táctico" de covid-19 que provocó la mofa de los medios chinos. Si China gana esta partida, puede envalentonarse, dicen otros. Tras tanto ruido, frente a terceros en la región, el coste de la decisión de no ir puede ser significativo.
Pero de darse la escala de Pelosi se alimentaría el convencimiento de que el diálogo preventivo al máximo nivel sirve para bien poco, que no se respeta el interés central de cada parte y que hay que prepararse para lo peor pues será difícilmente evitable. El suceso puede desencadenar una espiral de reacciones cuyo final es difícil de prever pero en cualquier caso, nos llevaría a un brete mucho más delicado. Una escalada sería previsible y los errores de cálculo podrían ser fatales. La radicalización, en todo caso, está servida.
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