Otras miradas

Apocalipsis capitalista

Marta Nebot

Apocalipsis capitalista
EFE / Vega Alonso del Val

La idea de esta columna me vino en mitad de una tertulia televisiva en la que, hace seis o siete años, sentada en esa misma silla, vi como día tras día se asustaba al respetable con el Apocalipsis Bolivariano que vendría si Podemos, que entonces estaba muy fuerte y al borde del sorpasso, llegaba a la Moncloa. No sé cuantos reporteros viajaron a los supermercados de Caracas para hacer el mismo reportaje de desabastecimiento. Sí sé que no era difícil apelar a la única lógica que aquel apocalipsis constante mantenía: por mucho que se justificaran en "nuestra hermandad con un pueblo tan necesitado" era obvio que el foco solo enfocara a esa parte del mundo a la que antes de Podemos nunca le habían hecho caso. Y ahora resulta que nos falta de todo (aire acondicionado, hielo, leña, gasolina, luz, la cesta de la compra carísima...) por un apocalipsis que ha venido justo del otro lado, del más ¿insospechado?

Cuando se me ocurrió se me pintó una sonrisa de Mona Lisa, una de esas que se perciben y no tanto, que se dibujan y se disimulan a partes iguales, que están y no. No nos va a arrasar el Apocalipsis Bolivariano; tal vez lo haga el Apocalipsis Capitalista.

Partiendo de la base de que el Apocalipsis solo es el Coco inventado por las religiones, que el único apocalipsis laico que conozco es la guerra y ya nos ha llegado, si nos consideramos europeos, lo cierto es que es el capitalismo el que nos está vaciando las góndolas de los supermercados y amenaza con apagarnos.

¿O acaso todo esto no es más que el fruto de haber hecho negocios por encima de nuestras posibilidades? ¿Negocios por encima de la democracia y de los derechos humanos? ¿No es cometer el mismo error arreglar la situación con Putin comprando más a Arabia Saudí o, en versión más patria, a Argelia o a cualquier país que venda lo que necesitamos?

En eso, de momento, nadie está enfocando. La emergencia es la emergencia, dicen, y todos miramos para otro lado, como siempre, como con todo lo que compramos.

Sin embargo, para sorpresa de algunos, hasta el FMI está pidiendo que se pelee contra la desigualdad subiendo los impuestos a los más ricos; la OCDE denuncia que los impuestos del 15% aprobados para las multinacionales se están retrasando y pide que se avance en la armonía fiscal hacia arriba y no hacia abajo. Hasta la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, ha reconocido que hay que cambiar el mercado eléctrico europeo. Las autoridades del signo que sean ya no pueden negar que el mercado no se regula solo, que solo entiende de aumentar beneficios y que eso nos está arruinando.

Quizá ha llegado la hora de reconocer que si el comunismo sobrevaloró la condición humana, tal vez el capitalismo tenga la misma falla. El Secretario General de Naciones Unidos, Antonio Guterres, acaba de calificar lo que nos pasa como fruto de la "codicia grotesca". Nunca en toda la historia de la humanidad la desigualdad ha sido tan extrema: el 10% de la población mundial tiene el 76% de la riqueza. Hay 26 personas que tienen más que la mitad del mundo, más que 3.900 millones de personas.

Tras la segunda guerra mundial y con la amenaza comunista en todas las cabezas nació el estado del bienestar y la redistribución de la riqueza. Se consiguieron grandes cosas para una parte importante del mundo, la privilegiada, la nuestra. Después el neoliberalismo postcomunista se impuso a falta de amenazas y empezamos a perder derechos en tierra propia, en dónde pensábamos que los derechos solo podían ir a más.

¿Necesitaremos otra guerra para volver a ordenar mejor las fichas? ¿No bastará con una pandemia y una crisis energética que desnudan al sistema capitalista? ¿De verdad es sostenible la justificación de que los beneficios millonarios de unos pocos revienten países, que esta vez resulta que son los nuestros? ¿No será que ha vuelto la hora de la política, que ha vuelto a pasar la hora del dinero?

¿Qué será, sino esto, el Apocalipsis capitalista: empresas con 600% de beneficio –las eléctricas– acabando con las economías de los países que llevamos siglos al mando? ¿Llegará hasta aquí o más lejos? ¿Empezará a cambiar ahora o esperará a que otra revolución le obligue a hacerlo?

Si el Apocalipsis capitalista no llega ahora, después del conato anterior, tras la crisis de 2008, que nos obligó a rescatar gratis a los bancos a cambio de todo lo nuestro; si ahora no pagan más los que más están ganando, si no se busca la fórmula para acabar con tanta desigualdad monstruosa, lo siguiente tendrán que ser más muros y más guetos y no solo entre países. O empiezan a repartir en serio o seriamente habrá cada vez una masa más grande juntando bronca, dolor e injusticia. El FMI y la OCDE y la Comisión Europea empiezan a admitirlo: todo tiene un límite y la desigualdad lo está rozando. Llega un momento en que el dolor no se puede guardar dentro, estalla; lo dice la historia y cualquiera que haya albergado un dolor mucho tiempo.

Dicen que la democracia es imperfecta pero el sistema menos malo porque se puede mejorar desde dentro. Ha vuelto a llegar el momento de verlo.

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