La ley que cambia todo o no cambia nada en el sexo de este país, en todas las camas, en todos los baños, en todos los parques, en cualquier lugar, ha tardado tanto en llegar que su celebración ha sonado con sordina, como caducada, a destiempo, como cuando alguien llega tarde a una fiesta y canta el cumpleaños feliz cuando la tarta ya ha sido comida.
La celebración explotó con la sentencia final del caso de la Manada en junio de 2019. Ahí ya sentimos que esa hermandad en las calles, que ese coraje femenino había conseguido algo importante. Nuestra rabia y nuestro dolor habían hecho recular a la mismísima justicia.
Sin embargo, hacer ley lo que tanto costó que ocurriera con aquel caso ha tardado años y mucha lucha más en los despachos contra obstáculos, peros y noes.
Ahora, aunque nos suene a pantalla pasada, llegará el cambio legislativo que tanta falta hace. Por fin las violaciones no podrán ser consideradas abusos si la agredida, además de la agresión, no presenta heridas o si la han dormido para agredirla o si la han atacado cuando estaba borracha o drogada, es decir, más indefensa todavía. Ya no se juzgará investigando sólo los rastros en el cuerpo de ella, escudriñando en sus lesiones físicas y en su resistencia. Por fin parece que se va entendiendo que cuando someten a una mujer su reacción más inteligente es dejarse hacer para que le hagan lo menos posible. Yo esa lección la tengo aprendida desde niña. Un familiar sanitario que trabajaba en urgencias reunió a todas las de la familia y nos explicó que si nos violaban lo mejor que podíamos hacer era relajarnos y esperar tranquilas. La idea de "esperar tranquilas" nos resultó difícil. Ahora esa lógica de la seguridad dejará de significar impunidad segura. Y sí, es posible que complique la vida a la judicatura pero también lo es que así se genere mucha más justicia.
Según la última macroencuesta sobre violencia contra la mujer, solo el 8% de las agresiones sexuales son denunciadas y el 92% de las que no van a comisaría es por vergüenza, culpa o miedo a no ser creídas. No sorprende tanta evasión del proceso judicial si tenemos en cuenta que el 38% de los casos denunciados termina con el "presunto" agresor absuelto. Es decir: hasta ahora de ese 8% de las agredidas que se atrevían a denunciar, cerca de la mitad solo encontraron en los juzgados más dolor, más humillación, más constatación de que la justicia sigue entendiendo más las razones masculinas.
Sin embargo, aparte de la transformación judicial trascendental que supone, la ley del solo sí es sí además abre la puerta a nuestro no cotidiano, lo hace más posible, lo iguala al del otro género, nos invita a, si no se ha hecho ya, repensar nuestro sexo.
Hace unos años en el programa de Évole unas jóvenes reconocieron que muchas veces dejan que los chicos les hagan cosas que han aprendido viendo porno y que a ellas no les gustan, y que simplemente esperan que acaben cuanto antes. Entonces, aquello supuso un escándalo. Desde entonces he pensado muchas veces en ellas y en aquel presunto estupor.
¡Que levante la mano la que nunca haya esperado lo mismo! ¡Que tire la primera piedra la que nunca haya fingido para acabar de una vez por todas! ¡Un aplauso para los que han dado placer a su mujer cuando son ellos los que no quieren/pueden más!
Aquel escandalete me pareció pura hipocresía. Entonces y después pensé en cuánto seguimos callando.
He terminado polvos que no me estaban gustando, he accedido a sexo porque era lo que se esperaba, me ha costado mucho aprender a solo hacerlo si realmente tenía ganas, nunca he invitado a nadie a casa después de cenar si no tenía claro que aquello terminaría como él esperaba –al invitarlo sabía que de alguna manera me obligaba a cumplir con lo previsto salvo horror de comisaría–. También he dejado de ser cariñosa, a mi pesar, para evitar tener que cumplir con expectativas sexuales que no sabía si cumpliría. Me han cancelado por no querer "ir a cenar" ese día y también por quitarles la esperanza de follar algún día.
Tal vez poner el consentimiento en primer término, hacerlo protagonista, les haga empezar a entender que nosotras también tenemos derecho a que no se nos empine ese día o con esa persona, que somos más que un polvo posible, que podemos ser amigos a pesar de no querer follar, que podemos cambiar de idea como sus pitos, que nosotras también lidiamos constantemente con expectativas fallidas y no por eso vamos por ahí cancelando gente. Que hay que aprender a vivir con la frustración, incluida la sexual, que por eso la masturbación es tan importante, que solo sí es sí también significa que no es no y no pasa nada.
Esta ley marca la constatación de la llegada de algo que hace tiempo que pasa y que resumido suena ya a obviedad: las relaciones entre los géneros, incluidas las sexuales, están cambiando.
En los sesenta, Natalia Ginzburg escribía que no hay nada tan misterioso, tan personal, tan íntimo y tan privado como el sexo y que por eso es territorio inopinable. Estoy tan de acuerdo con ella como con que además es tan importante en nuestras vidas, como seres sexuales que somos, que es merecedor de tantas reflexiones personales como sociales y que educarlo es fundamental y urgente.
Ella escribía también que los hombres tenían que reencontrarse en estas nuevas reglas más igualitarias. Con esta nueva consigna, solo sí es sí, estoy deseando ver cómo se reubican los hombres que no lo han hecho todavía, y cómo nosotras sostenemos todos estos avances.
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