Los ricos siempre han comprado los cuerpos de las mujeres. Desde el inicio de los tiempos, las clases adineradas se han creído con la legitimidad de usarnos como moneda de cambio y se nos ha vejado, violado y agredido hasta la actualidad. Hubo una época del siglo pasado durante la dictadura franquista en nuestro país en que esas clases altas abusaron de cuerpos de mujeres rojas y robaron a sus hijos. Era una manera de castigar aún más a la izquierda del Estado español y muy especialmente a las mujeres. De hecho, hay asociaciones que estiman que cerca de 300.000 bebés fueron separados de sus familias entre 1936 y 1975. En muchas guerras se ha repetido esta práctica y se ha robado a los bebés de las vencidas como una manera cruel de someter y castigar aún más a las víctimas. Y este ha sido probablemente uno de los mayores castigos de la humanidad, despojar a las madres de sus recién nacidas criaturas, ¿puede haber algo más ruin y desolador?
Históricamente se ha usado los cuerpos de las mujeres como campos de batalla, bien a través de violaciones y agresiones sexuales, bien como monedas de cambio, como si fuéramos meros botines bajo las garras de la dominación patriarcal. En el Estado español tuvo lugar la estrategia de erradicar el "gen rojo" de la sociedad republicana a través el robo de bebés a las mujeres y madres que consideraban "peligrosas". La idea partió del psiquiatra Antonio Vallejo Nájera, formado en la Alemania nazi, quien creía que ese gen rojo podía eliminarse al separar a los niños de sus madres y ubicarlos en familias conservadoras de clase alta. Al más puro estilo El Cuento de La Criada, despojaban a madres de sus recién nacidos porque no las consideraban "aptas" para educarles. En realidad era una manera más de cosificar a las mujeres y hacerlo con la mayor de las crueldades posibles.
Sin embargo y con el paso del tiempo, ya no sólo robaban a las mujeres contrarias al régimen, sino que lo hacían con las parejas jóvenes sin recursos. Las monjas, a las que se les atribuyó esta macabra función, convencían y animaban a dar en adopción a sus bebés, asegurando que tendrían futuros más prósperos que con ellas. En otros casos, las monjas trabajaban para que las mujeres entregaran a sus hijos por voluntad propia, pero muchas de ellas fueron coaccionadas para que entregaran a sus recién nacidos. Otras fueron sedadas en la sala de partos, les robaron a sus bebés y les dijeron que habían muerto.
Ahora la estrategia es distinta, más sutil, incluso algunos la venden como feminismo liberal, las mujeres (pobres) pueden hacer lo que quieran con sus cuerpos, pueden vender óvulos o pueden incluso alquilar su cuerpo y embarazarse para otras. Todo un chollo. Nos encontramos en la era de la mercantilización, donde todo es de compra venta, y solo las clases altas pueden elegir, ya que las mujeres pobres siempre van a tomar decisiones en función de sus recursos limitados. Por tanto, nunca habrá un consentimiento real por parte de la mujer que alquila su vientre, ya que se basará en una situación de desigualdad estructural y material.
Además, la gestación subrogada es una forma de violencia contra las mujeres, y hay un sesgo de discriminación por pobreza, claro. Las mujeres que alquilan sus vientres lo hacen porque se encuentran en situaciones muy graves de exclusión social. Nunca veremos a una rica poniendo su cuerpo a disposición de las demás, ya sea a través de tareas de cuidados, sexuales o reproductivas.
Las que compran bebés necesitan creen que se trata de un intercambio justo, que ellas están ayudando a otras mujeres pagando a cambio de una vida, pero lo única que hacen es autoconvencerse de que lo que han hecho no es comprar un bebé y poner en riesgo la vida de una mujer pobre. En nuestro país nos ampara la ley de derechos sexuales y reproductivos y no es legal alquilar nuestros vientres, pero las ricas siempre podrán comprar lo que quieran en el extranjero, ya sea un Louis Vuitton o un recién nacido. Es el mercado, amigos.
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