Un día de Furia, película de 1993 dirigida por Joel Shumacher, es una de las primeras películas en las que podemos ver a ese sujeto tan reconocible en la ficción de los últimos años y del que hemos hablado en otras ocasiones: el hombre blanco enfadado. Michael Douglas interpreta a un hombre divorciado que en un día de calor insoportable decide liarse a tiros con el mundo después de que su coche le deje tirado (se le rompe el aire acondicionado) en un atasco.
Calor y competición masculina son también los lugares comunes sobre los que Ron Howard construyó Llamaradas, donde el verano, un pirómano y un William (que no Alec) Baldwin con traumita intenta estar a la altura del aparentemente incombustible Kurt Russell, su hermano mayor.
Y como ya nos avisó Batman en El Caballero Oscuro hay gente que sólo quiere ver el mundo arder.
El calor, las altísimas temperaturas, han sido siempre metáforas más o menos atractivas para dibujar entornos a punto de estallar y a personajes al límite. Los hermanos Coen lo reflejaban bien en ese Hotel Earle de Barton Fink donde el calor despegaba el papel de las paredes y poco a poco se iba pareciendo más al infierno.
Los ejemplos, en general de películas de los años 90 o primeros 2000, nos dicen que el calor por estos lares nos preocupaba de manera diferente hace unos años. Era la expresión de otra cosa, una metáfora. Las películas en las que el calor hacia acto de presencia lo hacía para hablar de cosas que no eran el calor.
Lo recordaba esta semana cuando el alcalde de Madrid hablaba de alarmismo en torno a las olas de calor cada vez más intensas y frecuentes o leía a gente diciendo que la puerta del Sol nunca había tenido árboles (no es cierto) o que por qué esto era una preocupación ahora, de pronto.
¿Por qué algo que antes te daba igual ahora no te da?
El motivo no es sólo que haga de facto más calor, aunque probablemente si no lo hiciera no estaríamos hablando de esto. De hecho, es curioso cómo el debate sobre la implantación de energías renovables en España varía dependiendo de la temperatura. En los meses frescos la cuestión climática no aparece en las conversaciones, que son sobre territorio, energía, uso del suelo, pero en cuanto empieza a hacer calor ese factor entra en la conversación.
Que algo antes no te importara antes y ahora si, o que algo te importara de una forma y ahora lo haga de otra, es la base de los procesos de transformación social. Por eso, señalan la incoherencia entre ayer y hoy dos tipos de personas: quien – en general – no quiere que nada cambie, que termina por defender lo anterior una y otra vez aunque ese anterior y lo que significa haya cambiado de significado treinta veces, y por otro lado, quien tiene algo que perder con el cambio.
La forma en la que la preocupación por el calor se ha ido expresando habla más de una perspectiva adaptativa que confrontativa. No se ha hablado tanto de la lucha contra el cambio climático, como de preparar nuestros entornos para su impacto. Una paradoja de ese planteamiento y que es una buena noticia, es que prácticamente todo lo que hay que hacer para adaptarnos a las altar temperaturas es también lo que tenemos que hacer para luchar contra el cambio climático. Como me decía un amigo el otro día: "a uno puede gustarle el coche y soportar un atasco, pero nadie quiere vivir en uno". Pero a la vez es un error muy habitual en la política, pensar que la apertura de un nuevo problema siempre se decanta en tu dirección de forma inmediata. De hecho, la política es asumir lo contrario, que a una nueva preocupación social, las soluciones tenderán a ir en la dirección contraria a tus planteamientos y por eso se interviene políticamente, para decantarlo.
El negacionismo climático dio paso al retardismo precisamente como estrategia más adecuada a la creciente preocupación por el cambio climático. El retardismo opera en esa lógica constante de la "no exageración". No exageremos quiere decir algo así como que aún estamos a tiempo de que nuestra vida sea como hasta ahora.
"Seguir como hasta ahora" es una idea muy poderosa. Tan poderosa que las campañas para defender las restricciones en la movilidad en las grandes ciudades se han sostenido mucho más sobre la idea de que es bueno para nuestra salud que sobre la idea de que debemos luchar contra el cambio climático.
La única forma de que "no seguir como hasta ahora" sea más apetecible que "seguir como hasta ahora" es que lo que ofrece "no seguir como hasta ahora" sea algo mucho mejor que lo que hay. Por eso, cuando hablamos de calor, en realidad, estamos hablando de qué va a ser lo que defina "vivir mejor" en los próximos años.
No hay muchas ficciones que se estén preocupando de eso. La mayoría nos señalan "cómo de peor" vamos a vivir. Son ficciones que se sienten amenazadas (temed el futuro) pero también grandes retratos de impotencia "No podréis hacer nada para cambiarlo".
Necesitamos historias de ciudades que se adaptan al cambio climático e historias que nos presenten vidas que nos parezcan deseables y estén, a la vez, en la palma de la mano. A veces pienso en lo útil (y extraño) que sería ver una película donde la gente se mueve por la ciudad como lo hace la mayor parte de la gente, sin usar el coche.
Comentarios
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