Ha pasado casi una década desde el surgimiento de Podemos y seis años de su primera alianza electoral con Izquierda Unida, aquella que fue resultado del conocido como "pacto de los botellines". Desde ese brindis, que dio lugar a la primera gran alianza de izquierdas tras el 15M, este espacio político ha ido menguando su fuerza electoral y penetración territorial. Hasta tal punto que hoy muchas de las fuerzas que lo conformaron dan por concluido su recorrido. Sin embargo, y pese al cambio de ciclo, la fuerza social y las ansias de cambio que les fueron empujando hasta llegar al Gobierno de España no se han destruido, se están transformando en una nueva herramienta política llamada Sumar.
Para entender los cambios que atraviesa hoy la izquierda española, merece la pena detenerse en el recorrido de los frentes y las grandes coaliciones que han tenido lugar en Uruguay, Chile, Colombia o incluso Francia. Unos caminos no muy distintos al que se comienza a andar de nuevo en nuestro país, que tranquilizan y ayudan a identificar y entender los retos a los que se enfrenta esta nueva experiencia.
Una nueva izquierda...no tan nueva
Si bien Sumar guarda fuertes paralelismos con otros proyectos frenteamplistas y coaliciones de izquierda, tanto latinoamericanos como europeos, también presenta elementos propios que lo hacen distinto del resto. La primera diferencia destacable tiene que ver con el cuándo y desde dónde nace Sumar. Mientras que coaliciones como Apruebo Dignidad, que aupó a Boric a la presidencia de Chile, el Frente Amplio de Uruguay o el Pacto Histórico de Colombia nacieron al calor de importantes movilizaciones sociales, íntimamente vinculadas a los comités de obreros y el movimiento estudiantil, y desde la oposición, Sumar nace en un momento frío, en el que la gente que antes estaba indignada ahora está cansada, y más que emocionarse pensando en llenar las plazas y asaltar los cielos, se ilusiona con cosas concretas. Sin embargo, a pesar de que a lo largo de este tiempo la izquierda política española ha transitado desde posiciones de impugnación a ser parte del Gobierno, la brecha entre la política tradicional y la ciudadanía sigue aún vigente.
Los bajos índices de identificación partidista y afiliación ponen de manifiesto que, desde el terremoto político del 2011, continúa existiendo una fuerte identidad antipartidos en la mayoría de las democracias actuales. En nuestro país, el porcentaje de afiliados a partidos políticos en 2021 apenas alcanzaba el 2,7% del total de la población y en países como Chile o Colombia el porcentaje de rechazo a los partidos tradicionales supera el 70%. Por lo tanto, no nos debe sorprender, que al igual que han hecho otros, Sumar se haya alejado de la denominación de partido político tradicional, y se haya definido como un movimiento, entre cuyas aspiraciones destaca querer cerrar esa brecha entre lo político y lo ciudadano. Cuando Yolanda Díaz defiende la política y rechaza el politiqueo, está desmarcándose de las dinámicas más negativas de la partidocracia, de ese sinfín de enfrentamientos políticos por "cuánto dinero, cuántas listas, cuántos liberados", que a menudo trae consigo.
Diversidad o adversidad
Desde antes del 2 de abril, cuando Yolanda Díaz anunció su candidatura a la presidencia de nuestro país, el debate acerca de quiénes formarán parte de Sumar (y quiénes no) no está siendo tan tranquilo como cabría esperar. La mediatización y las especulaciones sobre la posibilidad de que Podemos no forme parte de este nuevo espacio parecen volver a reforzar la idea de que la izquierda española está siempre condenada a desunirse, pero, si ponemos algo de perspectiva y miramos más allá, veremos que, una vez más, no somos una anomalía. Históricamente, ningún frente amplio se ha caracterizado por tener una composición estable, mucho menos en sus comienzos como coaliciones electorales, si no, más bien, por sumas, abandonos y reencuentros periódicos. Aun así, esta realidad no ha evitado que se hayan convertido en proyectos capaces de ser una alternativa de gobierno, sencillamente les ha forzado a aprender a dejar la puerta siempre abierta.
Es imposible negar que las diferencias políticas dentro de la izquierda siguen despertando la miopía y el escepticismo de quienes creen que demasiada diversidad termina irremediablemente en enfrentamientos, no obstante, muchas de estas oposiciones y cuestionamientos son en realidad miedos infundados. Lo que demuestran otras experiencias frenteamplistas es que la competencia interna no es necesariamente perjudicial, sino que, por el contrario, presentar bajo una misma marca un menú de diferentes opciones, procedencias e intereses les ayudó a ser proyectos más competitivos electoralmente; su diversidad en la oferta les permitió conectar mejor con la diversidad del electorado y trascender los límites de la clase, las demandas sectoriales y monotemáticas como no habría sido posible hacerlo por separado.
Ante este panorama, existen incentivos para la unidad. Por un lado, obviamente las encuestas y la mecánica de nuestro sistema electoral han despertado el instinto de supervivencia de muchas fuerzas políticas, si bien, existe otro incentivo que no se ha mencionado lo suficiente. Existe hoy un sentimiento social antineoliberal que atraviesa identidades muy diferentes. El antineoliberalismo se convierte así en un interés compartido, en un elemento capaz de aglutinar a quienes buscan en Sumar una transformación política completa y quienes se refugian en la autodefensa. No es casualidad que Yolanda Díaz haya señalado en varias ocasiones que "el neoliberalismo está intelectualmente muerto, pero todavía tenemos que derrotarlo políticamente", esa adhesión, por acabar con un sistema económico que ya no ofrece ningún futuro, es crucial para dar forma a una posible macro-coalición progresista porque en ella se pueden ver reflejadas fuerzas verdes, socialdemócratas, poscomunistas, feministas y movimientos sociales.
Aun así, hay quienes ven en la contención de la vicepresidenta segunda el peligro de alejarse del voto duro, de resistencia capaz de mantenerles a flote cuando las cosas van mal. Sin embargo, la verdad es que a Sumar o, mejor dicho, a Yolanda, sus buenas relaciones con los sindicatos de clase y actores tan simbólicos como el Partido Comunista, le pueden permitir suavizar su discurso sin que ello implique el riesgo de perder la base social del electorado más a la izquierda. Como ya sucedió en Uruguay, donde el Frente Amplio emprendió un cambio de estrategia para captar votantes algo más moderados y no perdió apoyos a su izquierda gracias a la buena relación con las organizaciones de trabajadores en el país.
Cómo trascender
Serán muchos los retos y desafíos a los que se enfrentará Sumar, y es que ninguna experiencia frenteamplista se ha caracterizado por tener un camino fácil, sino más bien por haberse ido adaptando a las realidades concretas y por haber sabido desarrollar las nuevas mayorías necesarias para cada momento. Tal y como demuestra, por ejemplo, los recientes cambios en el gabinete colombiano de Gustavo Petro en busca de una mayor estabilidad política al igual que ya hizo en pasadas ocasiones Boric en Chile.
Uno de estos retos guarda relación con el reconocimiento de Sumar como un movimiento popular. Si Sumar aspira verdaderamente a superar el cortoplacismo político y ser un movimiento ciudadano, por encima de la autodefinición y del relato, deberá actuar como un puente entre la política institucional y los movimientos sociales, y para ello no basta con la escucha; es necesario un vínculo más profundo que el de recoger sus propuestas en un programa electoral. En esta inventiva y creatividad a la hora de construir el proyecto, encajando dentro a los movimientos, está la diferencia entre ser una plataforma electoral coyuntural o un movimiento político ciudadano con vocación de permanencia.
Por delante queda una importante tarea de renovación que implique, por un lado, el relevo; para que los amores y traiciones de liderazgos anteriores no terminen por empañar un nuevo proceso, y por otro, el reencuentro de una nueva generación militante con capacidad de curtirse políticamente en esta nueva unidad, con otra, que les antecedió, protagonista de los éxitos y fracasos políticos de las últimas décadas. Sumar y su "nuevo contrato social" sólo pueden funcionar si están libres de cualquier desdén generacional.
Sin embargo, este cometido, que no será fácil, debe desarrollarse en un contexto electoral, que traerá consigo otros viejos riesgos políticos que siempre van a estar ahí, como la jerarquización del poder, la necesidad de construir nuevos liderazgos y encontrar una forma de administrar las exigencias ciudadanas y las expectativas militantes. Frente a esto, Sumar debe apostar por desconcentrar el poder y permitir la existencia de distintos liderazgos, con diferentes estilos, para que se vean reflejados, tanto los que, como Yolanda, prefieren la tranquilidad y la conciliación, como los que a veces necesitan de un tono más contestatario y provocador. Y, sobre todo, para tratar de evitar que los cambios de liderazgos en la izquierda terminen desencadenando sistemáticamente en crisis políticas, devolviéndonos siempre a la casilla de salida.
En resumen, pese a que aún es imposible saber cuál será el camino que emprenderá Sumar y quiénes lo harán, si se quiere aprovechar esta oportunidad es necesario convencerse de que, parafraseando a quien fue secretario general de Podemos, a veces es mejor equivocarse unidos que tener razón por separado.
Comentarios
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