La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida. Antonio Gramsci.
"Todos son iguales" dice el indiferente con pretendido desdén. Lo que afirmo hoy es que si bien ese "todos son iguales" nunca fue cierto, en esta campaña, ante un Vox y su satélite (PP) atacando derechos de mujeres, migrantes, trabajadores, ecologistas y a la misma democracia, esa equidistancia deja de ser el disfraz perverso de una pretendida inocencia y se convierte en pura connivencia.
Frente a la extrema derecha, la indiferencia no es neutralidad, no es exculpatoria. Bebe esa soberbia equidistante de una versión actualizada del viejo lema "los extremos se tocan". No, no se tocan, son las partes más alejadas entre sí, son opuestos, antagonistas. Perdonen la perogrullada, pero es que no me parece una simplificación ingenua. Como no son ingenuos los silencios frente mentiras y propuestas racistas, machistas o antidemocráticas, ni lo ha sido Greenpeace con su insultante pancarta. Acéptenme una reflexión sobre ello, aunque sé que en tiempos de la política como entretenimiento (Politainment, que dirían los yanquis) en la que lo frívolo, simplista, cuando no directamente lo falso, dominan el paisaje, una apelación a lo reflexivo me hace quedar como una esnob. Pero no desistamos.
Paolo Freire, siempre exquisito, lo expresaba así: "El simplismo es una falta de respeto". En su caso se refería a los educandos en su pedagogía de los oprimidos, que yo me atrevo a extender a todo el que escucha un argumento. El simplismo es un insulto. En esta campaña hay mucho insulto a la inteligencia y mucho quedarse callado ante las embestidas de cabestro de la extrema derecha, haciéndoles un favor que lamentarán.
La indiferencia no es neutralidad. La equidistancia tampoco.
En Finlandia, el ministro de Economía, del Partido de los Finlandeses (la versión finesa de Vox), asegura que para luchar contra el cambio climático hay que impulsar "abortos climáticos en África". Déjenme que se lo explique: el ministro propone que las mujeres africanas aborten en masa para reducir la población del continente y así detener los impactos sobre los ecosistemas y el clima. Les repito que lo ha dicho un ministro de Economía de la muy civilizada Finlandia. Ha tenido que dimitir, claro, pero no se ha retractado. Los amigos fineses de Vox están en la etapa de adaptación al cambio climático vía racial, Vox aun en el mero negacionismo. Esto lo sé yo y lo sabe Greenpeace y por eso su pancarta me parece inaceptable.
Poner al mismo nivel a los cuatro candidatos a la presidencia como si fueran iguales ya es un acto de insensatez, pero poner al mismo nivel a Santiago Abascal, negacionista, racista, machista y ultra neoliberal con Yolanda Diaz no es equidistancia, es hipocresía. No es solo blanquear a la extrema derecha presentándolos como "un primus inter pares", es hacerles un favor, es aceptar que sus argumentos ecocidas son debatibles, es colaborar con la aceptación social de su discurso. No puedo leerlo de otra manera.
Como no es posible leer de otra forma la indiferencia de periodistas que se quedan callados y encallados ante las flagrantes mentiras de un candidato, no una ni dos veces, sino por sistema.
No es neutral quedarse en silencio ante sus falsedades, es connivencia activa. Es el pantano que defiende su muralla, en la cita con la que abro la reflexión: es un silencio que les protege.
Porque, volviendo de nuevo a Gramsci (siempre hay que volver a Gramsci) "la indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera... es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula". Estrangula la mía, al menos, pancartas o espectáculos o debates que ponen al mismo nivel feministas y machistas, ecologistas y negacionistas, luchadores y reaccionarios, opresores y oprimidos.
Hay que optar
Por eso el antídoto es optar, por la solidaridad, por los derechos, por el feminismo, por la defensa de todas y todos los trabajadores, sin mirar el color de a su piel, ni el lugar donde nacieron. El antídoto a esa frustración violenta, a esa emoción negativa que encarna la extrema derecha, no es la alegría inocente, sino el coraje, la rabia retadora, desafiante, constructora de derechos y comunidad. Para frenarlos vamos a necesitar de toda nuestra solidaridad, de todo nuestro entender que cuando atacan a un colectivo nos atacan a todas; esa solidaridad que construye, que nos hace fuertes, es el impulso que les va a ganar.
Compromiso, no indiferencia y decantarse frente a la equidistancia, porque si la posibilidad prevista por las encuestas (esas que siempre fallan) se hace realidad y tenemos un gobierno con fascistas dentro, España será el quinto país de Europa en tener extrema derecha gobernando. No es una ola reaccionaria, no es un destino fatal, no es una moda, es que, robándole las palabras a Nancy Fraser (otra de mis buenas costumbres): "Estamos ante un ciclo histórico en el que el neoliberalismo disuelve sus bases consensuales y se proyecta en forma de pura dominación".
Por eso no votar tampoco es un acto neutro, es decir, no te exime de la responsabilidad del resultado. En Italia hoy gobierna el fascismo porque en las elecciones hubo un 40% de abstención. Cada uno que haga lo que quiera, faltaría más, lo único que señalo es que no votar no es un acto inane, tiene consecuencias, como toda elección.
Si no la paramos con una lluvia de votos, la tormenta que viene amenaza con arrasar derechos y libertades, por eso defiendo que hay que optar y que hay que votar; y para ello robo últimas palabras del texto que el genio sardo escribió contra la indiferencia y las asumo, las hago mías y al hacerlo, se las regalo:
"Vivo, soy partisano, tomo partido".
Y hoy lo hago para Sumar.
Comentarios
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