Otras miradas

La banalidad del mal

Rafael Cabanillas Saldaña

Escritor y autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'

Hace menos de 80 años de la Segunda Guerra Mundial. Una cifra ridícula para la historia de la humanidad. Es decir, muy cercana a nosotros. Algunos de los que se salvaron o combatieron en aquel infierno, aún siguen vivos. Son nuestras madres o nuestros abuelos. Testigos de excepción para que no se falsee la verdad.  Es la más reciente muestra de la barbarie humana, en la que se cometieron las más espeluznantes atrocidades que pueda imaginar una mente enferma y perturbada. Ha habido otras – y sigue habiéndolas – a menor escala, pero igual de depravadas y sanguinarias: Vietnam, Irak (¡Bravo, José Mari, por no arrepentirte de la gran mentira de las armas de destrucción masiva, ni de la de ETA con el 11M!), Ruanda, la actual guerra en Ucrania. También las que no salen ya en la tele, como si hubiera varias categorías de muertos según los intereses: Etiopía, Yemen, Sudán, Siria... Pero ninguna con el nivel de salvajismo, de aniquilación, como la Segunda Guerra Mundial. Algo impensable en el corazón de Europa: 50 millones de muertos -más que toda la población española masacrada de golpe- y 7 millones de judíos, comunistas, gitanos, homosexuales... exterminados en los campos de concentración. Auschwitz, Birkenau, Treblinka, Dachau... Hombres, mujeres y niños. Daba igual. El objetivo era el exterminio. Asfixiados en sus cámaras de gas y luego quemados en sus crematorios de altas chimeneas que soltaban un humo pestilente, plomizo, de carne chamuscada que la población olía, pero callaba.

¿Cómo empezó todo? Por unos cuantos "respetables" vecinos que tiran piedras sobre los escaparates de unas tiendas de su barrio, en la llamada "noche de los cristales rotos". Kristallnacht en alemán. Es el recuerdo que me ha venido a la mente al leer las proclamas y ver la imagen de la lona de Desokupa en una calle de Madrid. ¡Qué miedo, Dios! Observa ese rostro de odio... y lo entenderás.

De todo lo que se ha escrito, hablado en conferencias y programas de radio, grabado en películas y en TV, siempre se reitera la misma pregunta inconcebible: ¿Cómo aquellos ciudadanos – alemanes fundamentalmente, pero también austríacos, franceses, polacos, daneses u holandeses, que colaboraron con los nazis – pudieron llegar a ese nivel de ignominia que ni siquiera los animales más feroces serían capaces de ejecutar?

Jonathan Littell, autor de Las Benévolas, la novela que más me ha impactado, conmocionado, de todos los libros leídos a lo largo de mi vida, escribe en relación con los autores del genocidio:


"Algunos psicópatas, algunos oportunistas, algún que otro sádico, pero una gran mayoría de hombres buenos, honrados e íntegros, que deseaban sinceramente el bien de su pueblo. Los que golpeaban y mataban hileras interminables de judíos eran padres de familia y antiguos oficinistas de bajo rango, agentes de seguros, transportistas. Los altos mandos, antes de la guerra, eran respetables abogados, profesores universitarios y doctores de distinto tipo, muchos de ellos lectores empedernidos y amantes de la música clásica".

Hablando en plata: que bien podíamos haber sido tú o yo. Sí, sí, no te asustes, tú o yo. Honrados ciudadanos, honestos padres de familia que, de la noche a la mañana, acabamos conduciendo una carretilla repleta de famélicos cadáveres para llevarlos al horno de cremación. Una esposa ejemplar, un trabajador responsable, un padre amante de sus hijos, bondadosos todos ellos, que por una bandera (un trozo de tela), un himno (un pentagrama y una corneta), cuatro arengas y gritos, una sarta de mentiras y manipulaciones – Goebbels: "Di una mentira mil veces y se convertirá en verdad" –, de pronto acaba abriendo la llave de la cámara de gas.

Pues, sin llegar a ese extremo de materialización, algo similar en cuanto al manejo de masas es lo que está ocurriendo en la actualidad en el mundo. De nuevo. Otra vez. Un movimiento planetario, con el poder de sus medios de comunicación, basado fundamentalmente en la impunidad de la mentira y la manipulación, que nace en USA y que lidera un energúmeno, analfabeto y misógino, llamado Donald Trump ("Si eres rico o famoso las mujeres se dejan agarrar el coño"), capaz de lanzar a miles de  salvajes descerebrados contra el Capitolio; seguido más al sur por Bolsonaro, más de lo mismo ("Prefiero un hijo muerto en un accidente, que un hijo homosexual" o  "Si veo a dos hombres besándose, les pego"), y replicado en Hungría por Orbán, en Francia por los Le Pen, en Polonia, en Italia... y en España ya también. La Kristallnacht fue una broma comparada con esas hordas fieles a Trump y Bolsonaro que asaltaron sus congresos, brasileño y americano.

Aquí se llaman Vox... y PP. Pues uno es la escisión del otro. Todo Vox viene del PP. Estaban ahí agazapados, esperando su momento. Abascal, gran admirador de Trump y Bolsonaro, el primero; del que dicen que no ha trabajado en su vida, con el chiringuito/mamandurria que le montó Esperanza Aguirre. Unos gritan exabruptos y barbaridades (Vox), los otros las aplauden en silencio (PP). En el fondo, piensan lo mismo. Son lo mismo o les separa muy poco.  De no serlo, no ocurriría lo que está ocurriendo. No lo permitirían. Porque los cuatro moderados del PP, personas razonables que también los hay, se han debido largar abochornados. Avergonzados. Ideológicamente son hermanos. Por eso comparten gobiernos, les dan consejerías y vicepresidencias, les ponen al mando de los parlamentos. Un vicepresidente torero con su duda hamletiana de no saber decidir si a su caballo lo llama Duce (aliado de Hitler) o Caudillo (aliado de Hitler). ¡Qué risa!, ¿verdad? ¿Te hace gracia? Cabezas de lista condenados por maltrato a su legítima, antivacunas, homófobos, racistas, negacionistas de todo tipo y pelaje, falangistas, fanáticos religiosos. Algún retrasado terraplanista. Muchos cavernícolas. Consejeros de Medio Ambiente que se mofan del cambio climático. Autoridades municipales que suprimen obras de teatro de Virginia Wolf, de Lope de Vega, películas de dibujos animados en la que dos mujeres se besan... ¡Dibujos animados, joder! Y, a cambio, corren raudos a contratar a Mario Vaquerizo para las próximas fiestas.

Ese temible movimiento planetario tiene los mismos paralelismos dogmáticos, siempre basados en dos premisas: el odio al diferente (supremacismo blanco y cristiano) y la ignorancia supina. Odian al que no es como él, porque rompe su tradición sacrosanta, embebidos en una aureola bíblica y religiosa, patológica, salvaguarda de las rancias esencias antiprogreso. Sus miedos ancestrales. Sus mazmorras para los Galileo y sus hogueras para los Miguel Servet.  Odian a los inmigrantes, odian a los homosexuales, odian a las feministas, subestiman a las mujeres como un ser inferior, una costilla de Adán; les repugna la diversidad, todo lo que se salga de sus cánones machihembrados en sus cerebros enfermos. Y la ignorancia, la negación de las evidencias para favorecer sus negocios: rechazan el cambio climático, los consejos y estudios científicos, porque solo les interesa el cortoplacismo para ganar dinero, mucho dinero, destruir lo público para forrarse con lo privado, denostar leyes y regulaciones para que triunfe el becerro de oro del mercado. De su mercado. Ellos los dueños, tú su puto esclavo. ¿Es que eres tonto o qué te pasa?

Por todo ello, por estar en juego nuestro paradigma y modelo político y social, las elecciones del próximo 23 de julio son cruciales. En nuestras manos está parar este tsunami reaccionario que nos asfixia e invade. Pararlo y ser un ejemplo para Europa y el mundo. Crucial para ti y para todos los que te rodean: tus padres, tus abuelos y sus pensiones, su salud universal y gratuita, y la tuya; la educación de tus hijos y su futuro en igualdad de oportunidades, tus derechos laborales y ciudadanos, la cultura sin censura, la convivencia fraternal, la solidaridad con el más débil, la esperanza de soñar con un mundo mejor.

Y aunque parezca que exagero, te lo voy a decir bien claro:

Tienes esa carretilla repleta de cadáveres. Solo de ti depende: ¡cargar con ella ...o rebelarte!

Más Noticias